La mezquita Djinguereber, construida según el estilo sudanés que utilizaba como materia prima el humilde barro.

La leyenda de la ciudad perdida

La historia de Tombuctú, en la actual república de Mali, se alimenta de mitos románticos y del legado de emigrantes de Al Ándalus, tal como desvela un libro

GERARDO ELORRIAGA

Viernes, 22 de abril 2016, 10:33

El riesgo que suponía atravesar un desierto muy hostil, flanquear las puertas de Tombuctú y regresar para contarlo estaba bien gratificado a principios del siglo XIX. La Sociedad Geográfica de París recompensaba la hazaña con 7.000 francos y otros 2.000 en oro, y ... el premio alentó el espíritu aventurero de varios expedicionarios que intentaron llegar hasta la mítica ciudad, considerada un enclave fascinante entre los arenales y la sabana. Pero la proeza, que se atribuye al francés René Caillié, no se corresponde con el sueño de un Eldorado africano e, incluso, su condición de ciudad prohibida, capital de los tuareg, tampoco es fiel a una historia que ha vinculado a la urbe, situada en el norte de la actual república de Mali, con las grandes corrientes comerciales entre el golfo de Guinea y el Mediterráneo. «Es mixta en sus orígenes. Siempre ha tenido una población soninké y tuareg», explica Ismael Diadié, historiador local. «Otros pueblos se han ido añadiendo a ellos transformándola en un centro comercial y cultural al final del Sáhara».

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Las aportaciones de diferentes comunidades que atravesaron el río Níger para habitarla le han otorgado su impronta. Los refugiados de Al Ándalus constituyen uno de esos aluviones humanos con mayor trascendencia en su historia. Diadié, el último representante de un linaje que se remonta a la invasión árabe de la península, ha escrito con Manuel Pimentel, Tombuctú, andalusíes en la ciudad perdida del Sáhara, un libro que habla de la evolución de la ciudad a través del protagonismo de algunas personalidades. «Entre andalusíes, moriscos y sefardíes, éramos 4.949 según el censo financiado por la Junta de Andalucía», explica y señala que, en el siglo XVI, no era extraño escuchar a hablantes de castellano en sus calles.

Reunión en Kirchamba

Los apellidos distinguen a los sucesores de aquellos que huyeron de la represión cristiana. Cada año, estos descendientes se reunían en el pueblo de Kirchamba. «Hablamos entre granadinos, cuevanos, sevillanos, tanto de nuestra historia, como de problemas económicos, culturales o sociales», recuerda. Ali Ben Ziyad constituye el nexo entre el autor y la península. Este juriconsulto abandonó Toledo en 1468 en un periodo de represión de conversos y musulmanes. Miembro de la familia Banu l-Quti, sus raíces procedían de la familia de Witiza, el aspirante al trono godo enfrentado a Rodrigo y sus huestes.

Las anotaciones en los manuscritos que lo acompañaron relatan la peripecia y el destino de su nueva familia al otro lado del mar, una práctica que mantuvieron los sucesores. El Fondo Kati supone un vínculo extraordinario entre la España medieval y el norte de África, pero también representa un documento excepcional de la evolución de Tombuctú, donde abundaron los protagonistas llegados del otro lado del mar.

El rico pasado, la vida cotidiana de la ciudad y su futuro como destino turístico se quebraron hace cuatro años, cuando los integristas musulmanes de Ansar Dine impusieron una interpretación rigorista de la fe. La ciudad de los 333 santos sufrió atentados a su patrimonio como la destrucción de tumbas de mausoleos y bibliotecas que guardaban manuscritos preislámicos y medievales. El pasado mes, Ahmad al Faqi al-Mahdi se declaró culpable ante la Corte Penal Internacional de estos actos de vandalismo contra Tombuctú, considerada Patrimonio de la Humanidad. Diadié abandonó su patria y se encuentra exiliado en España.

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La devastación a manos de los islamistas ha sido un capítulo más del declive urbano. Aquel campamento estacional para las tribus nómadas durante el siglo XI se convirtió en un importante centro mercantil durante la centuria siguiente. En su mercado se traficaba con oro, especias y colorantes llegados del sur, y sal y manuscritos procedentes de tierras septentrionales. La ciudad formó parte del imperio de Mali, el mayor de África Occidental entre los siglos XIII Y XVII, y el Shongai, con capital en la vecina Gao. Cuando las naos castellanas arribaron a América, Tombuctú contaba con una población cercana a los 100.000 habitantes y una cuarta parte eran estudiantes de su Universidad, formada por tres escuelas vinculadas a las mezquitas de Djinguereber, Sidi Yahya y Sankoré.

La conquista por Yuder Pachá, un eunuco a las órdenes del rey de Marruecos, ha sido señalada como el inicio de su decadencia. El caudillo militar era un hispano capturado por los piratas en la costa almeriense que adquirió gran relieve en la corte de Marrakech. Tras su victoria, Mahmud Kati, un cronista de la época, lamentaba que la villa «se había convertido en un cuerpo sin alma».

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Otro revés

La colonización francesa supuso otro importante revés. Según explica Diadié, la introducción de su lengua en la Administración y la educación convirtieron el árabe en una herramienta secundaria y marginaron el corpus de los saberes vinculados. El reciente intento de revitalizar la ciudad vindicando su pasada gloria a través de una red de instituciones que alojaran su herencia cultural se halla en suspenso por la insurrección fundamentalista.

Mali también apostaba por incentivar el turismo gracias a sus yacimientos arqueológicos, los más importantes del continente tras los existentes en Egipto, y la posibilidad de acceder a la otrora ciudad prohibida desde el cómodo avión o la sugerente pinaza remontando el río cercano. En 2011, unos 200.000 turistas recorrieron la curva del Níger, pero en 2012 su número cayó a tan sólo 10.000 y, actualmente, la inestabilidad ha convertido la visita al Sahel en un deporte de algo riesgo.

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Las precarias condiciones de seguridad impiden admirar la riqueza arquitectónica de Tombuctú, que, una vez más, remiten al protagonismo hispano. El granadino Es Saheli es el artífice del estilo sudanés, una técnica que, en el siglo XIV, utilizó el sencillo barro para erigir monumentales edificaciones como las tres mezquitas principales. Su labor estuvo incentivada por el afán del rey Kanku Musa, monarca ávido de esplendor que llevó a cabo una fastuosa peregrinación a La Meca recalando en El Cairo. Las crónicas afirman que la abundancia de oro de su comitiva provocó una caída general de los precios del metal precioso en toda la cuenca del Mediterráneo.

El eco de este viaje fabuloso y crónicas de alabanza como la del explorador Ibn Battuta han cimentado la leyenda de la urbe prohibida. «Tanto la ciudad como los tuareg conquistan su espacio en el mapa del imaginario occidental a partir de los románticos europeos y la explosión de las sociedades geográficas cuyos fines serán el descubrimiento del mundo ajeno a la cultura europea», indica Diadié. «Tombuctú y los tuaregs sólo se entienden a través del discurso de una mistificación».

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