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Un vidrioso funcionario y un comediante mundano

Muchos paralelismos se intentan establecer entre ambos, y pocos se sostienen. Ni se conocieron ni se copiaron textos, aunque parece cierto que Shakespeare leyó la primera parte de 'El Quijote'

l.i.

Martes, 12 de abril 2016, 14:56

No murieron el mismo día, como se dice. Cervantes falleció el 22 de abril de 1616 y fue enterrado el 23; y Shakespeare lo hizo el 3 de mayo porque Inglaterra se regía por el calendario juliano que tenía un desfase de 11 días con el gregoriano vigente en España. Muchos paralelismos se intentan establecer entre ambos, y pocos se sostienen. Ni se conocieron ni se copiaron textos, aunque parece cierto que Shakespeare leyó la primera parte de El Quijote dispuso de un desaparecido resumen en inglés e incorporó uno de sus personajes a la obra Historia de Cardenio, que ardió en el incendio de The Globe en 1613.

El dueño de la escena. Eso era Shakespeare. Fue actor, cuando ese oficio de mal vivir ni siquiera estaba regulado en Inglaterra. Dominó el verso y la rima. Escribió poesía, comedia y drama. Reflejó con hondura el alma humana y sus abismos. Sintió y contó la venganza de Hamlet, los celos de Otelo y la sed de poder de Macbeth. Sedujo con personajes a los que nunca juzgó. Le llamaban El Conquistador. Y lo era. Hubo muchas mujeres en su vida. Como Elizabeth Vernon, Penélope Rich y la mesonera con quien recalaba de camino a su casa de Stratford, donde le esperaba su esposa.

Cervantes era hombre de certezas. Un católico ferviente en la España de Felipe II. Un imperialista confeso que lamentó no haber luchado contra los moriscos en Las Alpujarras. Se enorgulleció de quedar lisiado en la batalla de Lepanto, porque su manquedad no se debía «a líos de taberna», sino «a la más alta ocasión que vieron los siglos». Fue un vidrioso funcionario real de abastos e impuestos, acusado y encarcelado por malversar dinero público. Fue poeta, dramaturgo y novelista. Envidiaba, criticaba y admiraba a Lope de Vega, cuyo teatro no pudo superar.

Son dos genios diametralmente opuestos, con un nexo común: las especulaciones sobre sus vidas. A Cervantes le achacan regresar vivo de Argel por compartir bisexualidad con su captor, el rey Hasán Bajá, que le perdonó sus intentos de fuga. La misma sexualidad adjudican a Shakespeare por escribir «mi amado» en el soneto dedicado a W. H. Las iniciales podrían corresponder a su colaborador y presunto amante, Henry Wriothesley, conde de Southhampton, o, alterando el orden, a William Herbert, conde de Pembroke, que formaría un triángulo amoroso con el escritor y la cortesana Mary Fitton, la dama oscura del verso.

El triunfo es su otro vínculo. Shakespeare es el dramaturgo por excelencia, la esencia del teatro. Fue un autor mundano, reconocido, admirado, aplaudido y rico. Era de buena familia y tuvo un cómodo camino. El de Cervantes fue tortuoso, con guerra, prisión, olvido y pobreza. Pero alcanzó la gloria igualmente. Al manco de Lepanto, como lo llaman, se le considera el mejor novelista de la Historia. Y puede que diese el otro brazo por comprobar cómo, con el tiempo, superó a Lope de Vega.

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