p.B.
Martes, 12 de abril 2016, 14:56
La censura condicionó la vida cultural y contribuyó al aislamiento intelectual. Shakespeare la sufrió en vida y después, y Cervantes vivió la atmósfera de terror imperante, creada por una Inquisición que quema o persigue a ilustrados humanistas acusados de luteranismo, y publica índices de libros ... prohibidos.
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La censura del momento era triple: la previa, ejercida por los que concedían la licencia de imprimir; la segunda, doctrinal que dependía del Santo Oficio; y una tercera, la que había de asumir el que escribía con la intención de publicar, que estaba dictada por el temor de posibles denuncias. Y además, la de los poderes fácticos y la opinión y la sabiduría convencional: casi toda la obra de Cervantes la presiden dedicatorias (al conde de Lemos, por ejemplo, las Comedias y Entremeses, o al lector) que sugieren que no habría motivos de enojo en la obra dedicada. Con todo, a Cervantes le dio más disgustos la Inquisición portuguesa que borró hasta siete pasajes de la Parte I del Quijote: tres por atentar a la honestidad, y cuatro por irrespetuosa alusión a algunas devociones y actos caritativos y de piedad.
La acción inquisitorial comprendía la prohibición, la expurgación y la quema de libros (el ama y la sobrina, el cura y el barbero tomaban ejemplo en el capítulo VI del Quijote). Se prohibe la música teatral y popular y en el Barroco, y la literatura y el arte respaldan el orden existente con mitos que disipen los problemas de la vida real. El Concilio de Trento, en 1653, robustecería aún más ese poder de la Inquisición hasta convertir literatura, arte y ciencia en servidores de la teología y en sostén de la moral.
También los gobernantes pusieron trabas a Shakespeare: ojo con la política y la religión. El mentor artístico del londinense The Globe censuró frases antijudías para no molestar a los poderes fácticos. Las obras requerían la venia del Master of Revels (el maestro de festejos) antes de ser públicas. En teoría, su encargo era elegir los espectáculos de la corte, pero en la práctica era un censor. Los Puritanos vigilaban el teatro por razones morales y de seguridad y salud pública. The Theatre se aísla en 1576 en el distrito de Shoreditch, extramuros de Londres, para escapar a un rigor que no cesó. Hacia 1772 , el famosísimo actor Garrick purgaría la escena de los sepultureros del Hamlet para eximir a Laertes de culpa por envenenar su espada; y la reina Gertrudis sobrevive y lleva una vida de contrición, ajena al libro.
La palabra inglesa bowdlerize designaba la censura puritana en regalo a Thomas Bowdler, editor de una versión dulcificada de las obras, Family Shakespeare, apta para mujeres y niños, que no pudiese «ofender a una mente virtuosa». Así pues, la purga, adaptación y retorsión de la obra shakespeariana fue producto de intereses morales, políticos y estéticos.
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