Don Quijote, por Salvador Dalí.

El padre de la novela moderna

El gran hallazgo de Cervantes es un género literario que imita la vida

Iñaki Ezkerra

Martes, 12 de abril 2016, 14:56

En uno de sus más conocidos ensayos, el escritor checo Milan Kundera no sólo ve en Cervantes al creador de la novela moderna, sino que va más lejos. Lo reconoce como uno de los padres de la propia Modernidad, que no habría nacido sólo con ... Descartes y Galileo, sino también con el Quijote, en el que, según él, está una suerte de antídoto contra el racionalismo, el materialismo y lo que Heidegger llamó «el olvido del ser».

Publicidad

Esa visión de la novela como «la otra cara de la Edad Moderna» es la que le hace tener de nuestro presente y nuestro pasado una visión más optimista que la de Husserl cuando se lamentaba del «carácter unilateral de las ciencias europeas que habían reducido el mundo a un simple objeto de exploración técnica y matemática y habían excluido de su horizonte el mundo concreto de la vida». En sus observaciones humanistas, Kundera no echa de menos la Edad Media, como algunos reivindicadores del Ingenioso Hidalgo. Su elogio no es extravagante ni gratuito, sino toda una visión y una honesta teoría del género llenas de hallazgos sugerentes que aportan una fresca, original y profunda lectura de lo que en ese libro consiguió hacer Cervantes, que escapa al detallismo erudito de los cervantistas.

La lectura que nos propone Kundera del Quijote va a los contenidos directamente y es filosófica, porque él piensa en las grandes catedrales novelescas que son la antítesis de la obra banal de mera evasión y entretenimiento. Naturalmente, no está pensando en el Código Da Vinci, sino en la trilogía de Los sonámbulos o en La muerte de Virgilio de Broch, en El hombre sin atributos de Musil Una de esas pautas sugerentes es la idea de «la sagrada ambigüedad de la novela», que está directamente relacionada con el Quijote. Cuando se pregunta quién tiene razón, si Ana o Karenin, en la célebre novela de Tolstói, y se responde que ninguno de los dos o quizá los dos, está contestando a la misma pregunta que suscita la novela de Cervantes y que merece igual respuesta: ¿quién tiene razón, el idealismo de don Quijote o el materialismo de Sancho Panza? Quizá ninguno o quizá los dos, pero el arte de Cervantes no consiste en brindar al lector un esquema diáfano del mundo sino, al contrario, en hacer que se cuestione las verdades que le parecen diáfanas y en abrirle los ojos a la noche. En ese planteamiento de la novela «como método de conocimiento», que nos enseña lo que no nos pueden enseñar ni la razón ni la ciencia, Kundera hace una reflexión sobre cómo ha ido estrechándose el espacio narrativo del género a lo largo de los siglos, sobre cómo don Quijote «partía hacia un mundo que se abría ampliamente ante él» y cómo las novelas europeas que le siguieron son «viajes por el mundo que parece ilimitado»; sobre cómo ese «infinito del mundo exterior fue reemplazado por el infinito del alma» en Kafka o en Joyce.

La novela imita a la vida

El gran hallazgo de Cervantes es el de un género literario que imita a la vida. Eso es la novela a partir de él. Y ése es un hallazgo que él no debió de tener programado, sino con el que se encontró según se iba adentrando en lo que iba a ser una colección de aventuras y se fue revelando como una aventura existencial. Es conocida la teoría de Chejov de que «si en un cuento aparece un clavo, el protagonista debe ahorcarse de él». Se refiere a la economía de elementos que exige un género que es la antítesis de la novela, en la que, como en la vida, cabe todo. En el Quijote está ya el concepto de la novela como cajón de sastre o el de la novela dentro de la novela, con la aventura de Sancho Panza en la ínsula Barataria. Está la mirada crítica y a la vez compasiva a la España de su tiempo. Están vertidos en forma de burlas y escarnios los desengaños autobiográficos del propio Cervantes, un judío converso que trató inútilmente de escalar una posición social y laboral en la administración felipista de aquella España. Y está el prodigio de contar una historia que nos absorbe, porque es como la vida, en efecto, pero tiene el sentido que ésta no tiene, y que se lo da la propia narración. Ese truco de magia que inaugura Cervantes lo explicó muy bien Sartre en una página de La náusea: «Para nosotros el tipo es ya el héroe de la historia. Su taciturnidad, sus dificultades económicas son más preciosas que las nuestras: están doradas por la luz de las pasiones futuras»

Da la impresión de que Cervantes fue hallando, mientras escribía el Quijote, tesoros que no se había propuesto encontrar. Como si, en efecto, el arte de novelar fuera un camino iniciático en el que ni el autor ni el lector son los mismos cuando cierran la última página que cuando se hallan ante la primera; como cuando se vive una intensa experiencia vital. Da la impresión de que el autor que sólo quería burlarse de las novelas de caballerías que se consumían en la época se topó con un personaje con vida propia. En referencia a ese proceso, que ciertamente se da en el libro, se ha dicho que Cervantes se quijotiza y le da la razón a don Quijote, pero quizá lo que ocurre es justamente lo contrario: que don Quijote se cervantiza, se humaniza, se sale de la caricatura y empieza a cuestionar el mundo con una inesperada autoridad moral.

Publicidad

¿En la Posmodernidad?

La gran pregunta que cabe hacerse hoy es si aquella lectura de Kundera, que responde a una concepción reflexiva del género novelístico muy propia de la tradición de lengua alemana, responde a las necesidades del lector actual y a lo que buscan las jóvenes generaciones. ¿No podríamos pensar que la comercialización de la literatura ha multiplicado en nuestra época las novelas de caballerías, y que, si el Quijote es la Modernidad, la Posmodernidad en la que vivimos es su negación? ¿No nos invita a hacer un diagnóstico apocalíptico un presente en el que las nuevas novelas de caballerías serían las policíacas, los best sellers con mensaje de manual de autoayuda o los de amor y lujo, los llamados thrillers de misterio o los nuevos subgéneros que surgen como la novela feel-good, que es un relato de buen rollito con final feliz que produce en el lector una sensación de bienestar y que no le complica la vida, o como el chick-lit, una variedad de la novela rosa que va especialmente dirigido a un tipo de mujer joven y moderna, que es soltera y trabaja? ¿Es, al contrario, la Posmodernidad lo más parecido a una novela por su condición de cajón en el que cabe todo, incluido el lector del que habla Kundera, que busca «reencontrarse con el ser»? Quizá ese lector espera a un nuevo Quijote de la novela negra como a un mesías que trascienda el género. Pero mientras llega, tiene el consuelo de seguir leyendo el de Cervantes. 

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad