Domingo, 26 de mayo 2024, 00:03
José Sacristán (Chinchón, 86 años) lleva casi 70 años actuando. Es un histórico de la escena, la televisión y el cine. Su figura no sólo se asocia a una extraordinaria capacidad interpretativa, sino también a una militancia social. Descreído de muchas de estas cosas, ateo, ... su espíritu arde con fuerza cuando se embarca en un rodaje, ensayo o actuación. Dice que no sabe vivir sin ello, pero también dice otras muchas cosas más en esta entrevista. «Hay que morirse y no creo en un más allá. ¿Y qué le vas a hacer?». El paso del tiempo y la relación entre las personas son algunas de las cuestiones que se tocan en 'La colección', la obra de Juan Mayorga con la que el genial intérprete madrileño encandilará al público del Teatro Principal el próximo sábado.
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- Una obra de teatro no es como una película, porque la grabas y cuando se emite termina el trabajo. Aquí, cada día tiene que salir al escenario. ¿Cómo lo lleva?
- Bien, lo llevo bien. Conozco perfectamente las dos disciplinas y con las dos me manejo estupendamente. Debo decir que últimamente, por comodidad, prefiero el teatro. El cine y la televisión son muchas horas; hay que madrugar, rodar en exteriores. Ahora se repiten muchas tomas. Yo le tengo mucho respeto a la cámara y entiendo que hacerlo bien es igual de difícil en cualquiera de las disciplinas.
- Casi siete décadas de carrera se dicen pronto. Ha hecho cine, televisión y teatro. ¿Concibe su vida sin ellas? ¿Qué supone para usted todo este mundo?
- Es mi vida. Mi trabajo y mi vida van de la mano desde hace ya casi 70 años. No, no, es imposible pensar ni remotamente en otra cosa que no sea esto de contar historias. La suerte que tengo es un privilegio, lo sé. Lo elegí desde niño y aquí sigo. Mi vida sin este trabajo sería impensable.
- Precisamente, el mundo de la actuación no es sencillo y no todos consiguen vivir de ello. ¿Cómo fueron sus inicios? ¿Se imaginaba que a sus 86 años seguiría activo?
- Al principio nunca lo sabes. Es una profesión donde la inseguridad, la falta de percepción de lo que realmente está pasando es permanente. En los comienzos las cosas siempre son duras, como era de suponer. Pero tengo que admitir que en mi caso no lo fueron tanto como me imaginaba. Tuve suerte.
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- Ha sido premiado en innumerables ocasiones. El último fue el Goya de Honor. ¿Se sigue ilusionando como la primera vez cuando recibe estos reconocimientos?
- Yo agradezco los reconocimientos, pero siempre digo que es temerario vivir pendiente de los premios. Yo aprendí de mi maestro y amigo Fernando Fernán Gómez que la mayor medida del éxito en un oficio como este, ejercido en un país como este es la continuidad en el trabajo. Ese es el mayor premio. Luego, si el resto quiere reconocer tu trabajo, yo encantado. Los recibo y los agradezco, por supuesto; no soy ningún idiota. Pero vivir pendiente de ellos es un disparate.
- Viene a Vitoria a interpretar 'La colección'. Los protagonistas tienen una predilección por coleccionar cosas. ¿Es una forma de hacer frente a la soledad?
- No, no se trata tanto de la soledad. Según se cuenta en la función hay distintas actividades o actitudes, que mueven a la gente a ser coleccionistas. Necesidades, deseos, entre otras cosas. Tiene un trasfondo más complejo. Esos objetos que tenemos... Al mismo tiempo somos poseídos por ellos. Hay un punto en el que la colección no son sólo objetos; también son emociones, dolor, muerte, vida, un montón de cosas. Somos aquello que vamos a dejar a los demás.
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- Y en su caso, ¿tiene una afición por coleccionar objetos que le puedan causar nostalgia o le evoquen ciertos recuerdos?
- Sí, mis álbumes de cromos de cuando era niño. Los conservo perfectamente. También programas que daban en los cines antiguamente anunciando las películas, pero a eso no se le puede llamar coleccionismo. Conservo esos objetos porque me gusta recordar aquellos tiempos en los que era un crío y por aquel entonces pensaba o soñaba con dedicarme a este oficio.
- ¿Y qué tiene de especial para usted esta obra?
- He estado cinco años haciendo 'Señora de Rojo', una obra de Miguel Delibes. Pasar a Mayorga es una suerte, porque son universos totalmente distintos y para un actor es un ejercicio formidable. Y trabajar con Ana Marzoa es un auténtico lujo. Al margen de que están también Zaira (Montes) e Ignacio (Jiménez). Pero sobre todo con Ana, para mí es un disfrute enorme compartir escenario con ella.
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- En la obra también se habla del paso del tiempo. Cuando ve la vida con tanta perspectiva, ¿a qué conclusión llega?
- Que hay que morirse. El paso del tiempo es jodido, pero es ahí donde está la señal de que sigues vivo. Son varias las conclusiones, como podrás imaginar. Unas son más optimistas y otras un tanto fatalistas. No soy creyente, no creo en un más allá. Por lo tanto, cada vez que pasa el tiempo se te informa de que la cosa, esto de la vida, llega un momento en el que se va a acabar. ¿Y qué le vas a hacer?
- En cuanto a la cultura, esta tiene un valor incalculable, pero hay quienes la ven como una amenaza o un instrumento para zaherir al rival. Y pongo de ejemplo el veto por parte del concejal de Vox de Burriana de las películas '20.000 especies de abejas' y 'Barbie'. ¿Cómo lo ve?
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- Que son unas bestias pardas. Esto vuelve otra vez a lo que decía don Antonio Machado. Esta España inferior que ora y embiste cuando se digna a usar la cabeza. La España de charanga y pandereta vuelve otra vez. ¿Qué me va a parecer? Sencillamente miserable.
- Este tipo de censuras parecen algo puntual, pero en realidad corremos el riesgo de un retroceso.
- Posiblemente. Porque esta gente está ahí porque los han votado. Franco ganó una guerra matando a diestro y siniestro. Pero estos no. Estos están ahí porque los eligen; hay españoles, un montón de gente, que dicen que sí al discurso que propagan. Es preocupante.
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- Y con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina, donde la ultraderecha está extendiendo su discurso, ¿teme un auge?
- Lo temo por el miedo al diferente, por la vuelta de los populismos con el tema de la inmigración. Vuelven otra vez los salvadores... Es algo que me preocupa bastante. Debo decir que la confianza en los movimientos de izquierda también me flaquea. Hay demasiados errores desde mi punto de vista. Pero bueno, queda ver qué va a pasar, confiemos.
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