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Un elixir equilibrado y muy natural
Pareja creíble. ·
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Pareja creíble. ·
El público disfrutó del desparpajo de Joel Prieto y Elena Sancho Pereg en la ópera de Donizetti, con Iván López Reynoso al frente de la BOSEn el pequeño universo de 'L'elisir d'amore' hay lágrimas furtivas y sobre todo mucha humanidad. Entre bufonada y bufonada hay un chico que daría la vida por una chica. La adora y venera. Ella es culta y emprendedora, mientras que el mozalbete se ... define a a sí mismo muy acertadamente como «un mero idiota». Punto de partida que lleva a enredos, malentendidos y celos que destapan la realidad: Nemorino y Adina están hechos el uno para el otro. El tenor hispano-portorriqueño Joel Prieto y la soprano donostiarra Elena Sancho Pereg se mostraron anoche en el Euskalduna muy compenetrados y brindaron un espectáculo con nervio, desparpajo y mucha naturalidad. Todo fluía y el público gozó del espectáculo.
Gustaron la vena histriónica y desempeño del barítono onubense Pablo Ruiz en el rol de sargento Belcore, el tercero en discordia que hace desesperar al pobre Nemorino al proponerle matrimonio a Adina. Menos afortunado estuvo el también barítono Paolo Bordogna en su papel del vendedor ambulante y farsante Dulcamara, con un rendimiento irregular y escasa consistencia vocal. Solvente como siempre la soprano bilbaína Marta Ubieta, como la ubicua y chismosilla Giannetta. El Coro de Ópera de Bilbao, metido en la piel de los lugareños, irradió una energía contagiosa y la BOS arropó con mimo a los intérpretes, basculando entre los momentos burbujeantes y los más dramáticos, a las órdenes del director mexicano Iván López Reynoso. Una batuta que no ahoga ni aturulla. Busca el matiz y coordina atinadamente el trabajo del foso con lo que sucede en escena.
A destacar la sección de viento, que dibuja el mundo sumamente naíf en el que viven los personajes. La partitura de Donizetti derrocha melodías de buena ley, desde la cavatina 'Quanto è bella' (Qué bella es) que entona un Nemorino derretido (Joel Prieto le puso empeño a un legato sin fisuras) a la barcarola y jolgorio final en cuanto Dulcamara descubre que en ese pueblo los habitantes son unos benditos y se lo creen todo, de ahí que proclame por enésima vez 'Ei corregge ogni difetto' (El elixir corrige todos los defectos). En esta ópera hay un justo equilibrio entre las situaciones descacharrantes, que nunca se pasan de madre, y las escenas en las que los protagonistas se abren en canal para mostrar sus sentimientos. Todo ello envuelto en una atmósfera cándida que contribuye a tranquilizarnos. La historia no puede, no debe, terminar mal.
El montaje con dirección escénica de Marina Bianchi tiene 14 años de rodaje y se permite algunas licencias. La acción se traslada de principios del siglo XIX a mediados del XX y la ubicación se hace más concreta. Ya no se trata de un pueblo sin determinar del País Vasco francés, sino de un villorrio del norte de Italia. Nada que objetar. ¿O sí? Más allá del peculiar amago rockero en la fiesta del pueblo, lo que más puede chocar es la inocencia (o estupidez) extrema de Nemorino, y la aparición de un carabinero y un mercachifle que parecen salidos de un tebeo. ¿Cabe tanta bobaliconería después de la Segunda Guerra Mundial?
La respuesta llega en el intermedio, poco antes de que se reanude la segunda parte, con una escenografía muy oportuna de Leila Fteita. Atención que merece la pena. No esperen hasta el último minuto para sentarse en la butaca. Durante un ratito, antes de que retome la batuta López Reynoso, se monta un cine al aire libre que proyecta escenas de joyas del neorrealismo como 'Arroz amargo', 'El limpiabotas' y 'Milagro en Milán'. Fugaces pero cargadas de significado. Recordemos que el mundo deviene un infierno en las dos primeras: Silvana Mangano es una suicida bellísima –de apenas 19 años– que desgarra el alma en 'Arroz amargo', mientras que dos niños, unidos como hermanos en la miseria, acaban enfrentados hasta la muerte por la crueldad de los adultos en 'El limpiabotas'. El contrapunto lo pone la escena final de 'Milagro en Milán', con Francesco Golisano liderando a decenas y decenas de desharrapados que surcan el cielo a lomos de una escoba...
Esos filmes, estrenados entre 1946 y 1951, dan algunas claves para entender los efectos (reales o no) del famoso elixir. Hay dolores insoportables pero, a veces, también una fuerza incomprensible que brota en el pecho. El amor de Nemorino es capaz de mover montañas y transformar una botella de vino en una pócima mágica. O, al menos, es lo que cree y le funciona. Tan sencillo como eso. Anoche en el aria 'Una furtiva lacrima' (Una furtiva lágrima), tan llena de melancolía, latía también la esperanza entre corchea y corchea. Pese a que el timbre de la voz de Prieto carezca del terciopelo que asociamos a Nemorino, tiene un estilo tan elegante y saneado vocalmente que alcanza su objetivo.
Esa mesura también se le nota a la soprano Elena Sancho Pereg. Tiene buen gusto y un instrumento –no especialmente voluminoso– que se pliega a las necesidades del personaje, cimbreándose entre lo frívolo, burlón y sentimental. Es una intérprete sólida. En el trío del final del primer acto, 'Adina, credemi' (Adina, creeme) que termina con la intervención del coro, mantuvo un equilibrio magnífico con Joel Prieto y Pablo Ruiz. Y eso que la escena se convierte en una olla a presión: todo el pueblo festeja la inminente boda entre Adina y el sargento Belcore, ante la angustia de Nemorino. Las emociones desatadas circulan en un orden que solo genios como Donizetti sabían gestionar.
Cuenta la leyenda que el compositor finiquitó la partitura en 15 días y no sería de extrañar en alguien que terminó 75 óperas. Era rápido y sabía llegar al público con fórmulas sencillas. Cuando estrenó 'L'elisir d'amore', disponía de cantantes mediocres, por eso no puso el listón muy alto. Lo cual no significa que sea fácil hacerle justicia. El rol de Belcore exige tablas de intérprete rossiniano. Algo que cumple el barítono Pablo Ruiz con una musicalidad intachable. Ya en su primera cavatina, 'Come Paride vezzoso' (Como el irresistible Paris), se desenvolvió con soltura y , además, se dio unos aires de fanfarrón que le acercaban al Vittorio De Sica de 'Pan, amor y fantasía'.
Por lo que respecta a Dulcamara, se echó en falta un registro grave más poderoso en Paolo Bordogna. El instrumento del barítono italiano, de timbre opaco, supera los obstáculos con atajos o demasiado esfuerzo. Lo cierto es que no se lució con el aria 'Udite, udite, o rustici' (Escuchad, escuchad, oh, aldeanos'), que Donizetti planteó como un derroche hilarante de golpes de efecto sonoros y semánticos. Hay que cantarla con estilo y no llevando la voz hasta el límite de sus posibilidades. Sí estuvo muy atinado como actor en su personificación de un tipo sin escrúpulos que vende brebajes prodigiosos a los incautos.
Y pese a todo, conste que los deseos de Nemorino se cumplen en 'L'elisir d'amore'. Es una ópera cómica que no se burla de sus criaturas. Los presenta en todo su patetismo y heroicidad. El bueno de Nemorino logra romper el caparazón que envolvía el corazón de Adina. ¿Cómo no alegrarse? Normal que anoche se celebrara por todo lo alto la última intervención de Elena Sancho Pereg con el aria y cabaletta 'Prendi: per me sei libero' (Toma, por mí eres libre) e 'Il mio rigor dimentica' (Olvida mi rigor). Certifica el final feliz y eso se agradece. Donizetti perdió a sus hijos, que no pasaron de la infancia, su mujer falleció en una epidemia de cólera y él murió a los 50 años de sífilis. Le dio tiempo a dejarnos un buen surtido de maravillas. Larga vida a su obra.
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