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Todavía estaba reciente su separación profesional y sentimental de Noemí Rodríguez. «Era mi socia en Teatro En Vilo. La compañía estaba en severa agonía de muerte. Un momento muy complejo que me hizo mirar atrás. ¿De verdad aquella era mi primera gran ruptura? No, claro ... que no. Había una anterior, mucho más profunda y honda», revela Andrea Jiménez (Madrid, 1987) en conversación telefónica cuando se le pregunta por el detonante que le llevó a plantearse un experimento teatral como 'Casting Lear', a medio camino entre la confesión, un proceso terapéutico y el deseo de reconciliación.
La actriz y directora no se habla con su padre desde hace años. La relación se rompió cuando ella, que se había licenciado en Derecho, cambió de rumbo para apostar por el mundo del teatro. Una experiencia traumática que en lugar de quitarle energía le ha terminado sirviendo de fuente de inspiración torrencial. Este sábado, a las 20.00 horas, se ofrecerá en el Teatro Barakaldo una única función del arriesgado espectáculo 'Casting Lear', ya que no solo se apoya en la tragedia del rey Lear, de Shakespeare, para recrear sus propios conflictos familiares, sino que se representa sin ensayos y con un intérprete que recita lo que se le sopla por un pinganillo. La única que controla y lleva las riendas es ella. El actor –cuya identidad se desvela cuando sale a escena – se enfrenta al público sin dominar su texto ni saber lo que ella le irá soltando.
La obra dura 90 minutos, con tres personajes, el apuntador entre ellos, y no da respiro. Andrea Jiménez asume simbólicamente el papel de Cordelia, la hija fiel y honesta que sufre el repudio de su progenitor, un monarca caprichoso y ciego al afecto verdadero, mientras que el actor se mete en la piel de Lear. El desconcierto marca la tónica dominante del montaje porque ella no declama el texto de Shakespeare, sino que alude a los desencuentros con su propio padre, mientras que su antagonista pone el contrapunto con frases de la obra teatral. Un toma y daca muy original, en un escenario desnudo y con un vestuario austero, al que se han prestado intérpretes como Alberto San Juan, Miguel del Arco, José Luis Alcobendas y Adolfo Fernández.
La directora y actriz de la obra recalca que siempre hay química en escena, «de ahí que los espectadores respondan muy bien y capten el mensaje». Es decir, no se trata de una revancha o venganza contra su padre de carne y hueso, sino de «un acto de amor y reconciliación». Un ideal cargado de buenos sentimientos que no pierde fuerza, recalca la autora, pese a que su progenitor no ha asistido a ninguna de las 59 funciones ofrecidas desde el estreno del montaje el pasado abril en el Teatro de la Abadía de Madrid. «No quiero hablar de mi historia personal. Antes daba muchos detalles en las entrevistas y luego me sentía mal. Ya no me interesa decir que mi padre me repudió. En esta obra expongo un dolor real y una pregunta real que gira en torno al perdón». Punto. No añade nada más.
El montaje ha recalado en auditorios de Barcelona, Valladolid, Soria, Valencia, con próximas paradas en Logroño, Sevilla, Málaga... No descarta que llegue el día en que otra actriz tome el relevo y asuma el rol que ella representa ante el público. «Podía haber escrito otra obra pero no lo he hecho. Lo que yo buscaba, desde el principio, era que mi historia alumbrara a Lear y Lear alumbrara mi historia». Tenía claro que no le convenía limitarse a su trama familiar, «con muchas aristas y jugo melodramático», porque corría el peligro de caer «en el morbo sin más».
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