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Aitana Sánchez-Gijón (Roma, 1968) no ha tenido mucho tiempo para digerir la concesión del Goya de Honor este año por una carrera que comenzó ... hace la friolera de 45 años, cuando era apenas una niña. Inmersa en las representaciones de 'La madre', la actriz estará desde este jueves y hasta el domingo en el teatro Arriaga dando vida a una madre que, como ella en la vida real, ve a los hijos abandonar el nido y asiste al final de su matrimonio. Florian Zeller, autor de 'El padre', cuya adaptación fílmica le brindó su segundo Oscar a Anthony Hopkins, es el autor de una obra narrada desde la mente de una mujer sumida en una profunda depresión, que ha vivido para los demás y no encuentra un sentido a su existencia.
–Felicidades por el Goya de Honor, que recibió con sorpresa.
–Lo recibí con gran perplejidad, sí. Me llamó por teléfono el presidente de la Academia, Fernando Méndez-Leite, y me pasé media conversación tratando de convencerle de que estaban equivocados. Después entendí que tenía que aceptarlo con alegría y agradecimiento. Me siento en la plenitud de mi carrera y de mis capacidades, pero también miro hacia atrás y veo que llevo cuarenta años en esto, empecé siendo una niña. Mi vida entera encima de un escenario y delante de una cámara. El Goya es un regalo hermoso que me hacen mis compañeros y lo recibo con gratitud.
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–¿Le produce vértigo pensar que hace 45 años ya actuaba con la compañía La Barraca?
–Más que vértigo es como si viviera un proceso de introspección en el que repaso toda mi vida personal y profesional, porque van de la mano. Pienso en todas las personas con las que he compartido este trayecto vital. Estoy muy sensible y me emociono todo el tiempo. He recibido cientos de mensajes y llamadas de cariño estos días. Ahora que estoy de gira con 'La madre' me cruzo con gente por la calle y me dicen cosas preciosas. Formas parte de su paisaje, he crecido con ellos.
–¿Cómo sabe una actriz que está en plenitud de facultades? ¿Le cuesta menos actuar?
–Soy más consciente de mis herramientas porque las he desarrollado durante estos años. Soy mejor actriz que a los dieciséis, a los veinte y a los treinta. He crecido y sigo un proceso de aprendizaje continuo. No siento que haya llegado a ningún lugar, sino que estoy en medio del camino. Me perdono más el error, me torturo un poco menos y actúo con mayor ligereza. Disfruto más. Desde ahí, se abre un espacio de libertad creativa mucho mayor.
–¿Cómo se puede tener la certeza de querer ser actriz siendo una niña?
–En mi caso fue una epifanía. Alos 8 o 9 años entré en una escuela de teatro maravillosa que se llamaba María Galleta. Allí descubrí que eso que hacíamos me abría a la quinta dimensión, una puerta a un mundo de fantasía. Me sentía como Alicia en el País de las Maravillas. ¡Y te podías dedicar a eso en la vida!
–He leído en una entrevista que con sus hijos fuera de casa y separada desde hace unos años, el personaje protagonista de 'La madre' le pilla de cerca.
–Así es. Afortunadamente, mi vida está muy llena de otras cosas. Ana, la protagonista de 'La madre', ha dedicado su vida entera al cuidado de los otros: su marido, sus hijos, su hogar. No ha tenido nada más en la vida y ahora siente una gran sensación de estafa. Todos abandonan el barco y ya no la necesitan. Yo no siento eso, mi hijo se ha ido del nido muy pronto, a los 20 años, y mi hija está con un pie dentro y otro fuera. Cuanto antes lo hagan, mejor para ellos. Tengo muchas gratificaciones profesionales y mucho amor en mi vida, soy una mujer plena, pero hay que pasar el duelo cuando se te va un hijo. No es fácil.
–'La madre', tal como ocurría en 'El padre', del mismo autor, no se cuenta de manera realista, sino que ocurre desde la mente de una mujer que sufre una depresión.
–En efecto, repite la misma estructura, pero en este caso el protagonista no sufre alzhéimer, sino una depresión muy profunda. Es una mujer que está al límite, no sabemos si lo que vemos es fruto de su imaginación o del delirio de las pastillas. El espectador va construyendo el puzle de un cuadro cubista, pero no obtiene todas las respuestas. Dependerá de las experiencias que hayas tenido, como sufrir a una madre manipuladora y obsesiva.
–¿Puede una madre amar demasiado?
–Mi personaje responde que no se puede amar demasiado: o se ama o no se ama. Yo añado que o se ama bien o se ama mal. Hay algo en la posesividad del otro, en la dependencia, que rebasa las fronteras del amor para entrar en las de la necesidad. Y entonces ese amor se convierte en otra cosa que no es sana, que ahuyenta en vez de acercar. La necesidad es insaciable cuando uno no se tiene a sí mismo.
–Lo que está claro es que ha pasado el tiempo de que las mujeres vivan sus vidas a través de otros.
–Nos hemos emancipado muchísimas de nosotras, pero seguimos siendo las grandes responsables de los cuidados y continuamos cargando sobre los hombros esa responsabilidad de manera desequilibrada. Lo que hemos hecho es redoblar esfuerzos. Por supuesto que hay hombres que se corresponsabilizan, pero todavía no hay un equilibrio que tardaremos en lograr.
–Presidió la Academia de Cine entre 1998 y 2000. ¿Fue una experiencia satisfactoria o le curó de espanto para no volver a aceptar cargos públicos?
–Las dos cosas. Me permitió conocer muy bien desde dentro los entresijos de nuestra industria, ver a mis compañeros desde su prisma, no solo como actriz. Un mapa completo de quiénes somos. Por otro lado, fue un trabajo no remunerado durante dos años, como cuando presides la comunidad de vecinos, que requiere una dedicación enorme. Hice cinco películas en aquellos dos años, pero no sé cómo. Eso sí, no repetiría ningún cargo público nunca más.
–En la gala de los Goya de 1999 entró del brazo de Mariano Rajoy, entonces ministro de Cultura y Educación. Una imagen que hoy se antoja imposible dada la desafección de parte del espectro político hacia el cine español.
–No creo que sea una foto imposible. En el momento en el que cambie el Gobierno, el ministro de Cultura tendrá que ir a los Goya, hay unos mínimos que tendrán que seguir cumpliéndose. También es cierto que Pedro Almodóvar vence en el Festival de Venecia y no recibe una felicitación por parte de las fuerzas políticas que no le son afines. Es bastante llamativo.
–Usted que siempre se ha posicionado en la izquierda, ¿cómo vive estos días las revelaciones sobre Íñigo Errejón?
–Estoy desolada. Para mí, Errejón era un referente político que reflejaba la mayor parte de mis valores éticos, cívicos e ideológicos. Además enarbolaba la causa del feminismo como una de las grandes causas. Me resulta tan decepcionante que todavía no lo puedo digerir. En cualquier caso, creo que es un logro enorme del feminismo y de la sororidad entre mujeres. Esa impunidad y doble moral es absolutamente transversal y sistémica, como llevamos comprobando desde hace tanto tiempo. Pero este es un ejemplo especialmente sangrante. Lo que estamos haciendo las mujeres es sacarlo a la luz. Creo que lo de Íñigo Errejón es la punta del iceberg, se está produciendo realmente un #MeToo y va a temblar el misterio de todo lo que va a salir a la luz a partir de ahora.
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