No es muy habitual que un corresponsal de prensa y un grupo de lectores puedan charlar cara a cara. Tradicionalmente, la suya ha sido una relación unidireccional y en diferido, parecida a una carta que el periodista enviaba desde su rincón del mundo y que al día siguiente aparecía publicada en el diario, sin mucha posibilidad de diálogo posterior. La tecnología acortó los plazos, trajo la posibilidad de hacer comentarios, pero no llegó a romper esa curiosa asimetría: para los lectores, el corresponsal suele ser un rostro y una voz a la que no pueden interpelar; para el corresponsal, los lectores son una abstracción más o menos misteriosa a la que se dirige todos los días. Por eso, el encuentro de esta semana entre Mercedes Gallego y un grupo de cuarenta suscriptores de EL CORREO tenía algo de fiesta extraordinaria para ambas partes, como si rompiesen por fin el hielo y celebrasen que forman parte de la misma comunidad, que están juntos en esto de entender el mundo. «Perdón si se me escapa una lagrimita», avisaba luego nuestra corresponsal en Estados Unidos mientras valoraba la experiencia.
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Porque, en estos tiempos en los que tanto se habla de desinformación y de desinterés por la verdad, la conversación resultó reconfortante para unos y para otros: «Hay esperanza para la democracia, el orden social, los buenos modales y el respeto mutuo mientras haya lectores como los que hoy han atendido este encuentro», concluía Mercedes, que se conectó a la videoconferencia a la una del mediodía desde su piso de Nueva York -con la cocina ahí, visible al fondo-, horas después de regresar de un viaje al México fronterizo. «Soy una periodista convencional, clásica: no se puede transmitir lo que no se siente y no se puede contar lo que no se ve», se perfiló. A este lado, a las siete de la tarde, los suscriptores -elegidos por sorteo de entre los cientos de solicitudes recibidas- acudieron puntuales al Espacio Correo de la Gran Vía de Bilbao. Y, habrá que reconocerlo, en el aire flotaba cierta inquietud, como siempre que uno derriba barreras y no sabe si la cosa fluirá, aunque hubiese por medio un tema de conversación tan jugoso como Donald Trump.
Y fluyó, claro que fluyó. El director del periódico, José Miguel Santamaría, hizo las presentaciones correspondientes («nuestros ojos en la capital del mundo», dijo de Mercedes) y lo primero fue enterarnos de lo que habían visto esos ojos en la frontera norte del vecino de abajo al que Trump vapulea tanto. «Allí hay muchos corazones rotos, gente que ha intentado hacer las cosas bien, que a lo mejor lleva cinco años en este viaje y que a lo mejor tenía la cita de asilo el mismo 20 de enero: los que la tenían a las siete entraron, pero los que la tenían a la una ya no. Están devastados y yo creo que no hay esperanza para ellos», lamentó nuestra corresponsal. A partir de ahí, se puso a disposición de los lectores, que fueron enlazando preguntas oportunas y documentadas, enraizadas en la sana costumbre de estar informados y contemplar el mundo con curiosidad y rigor.
Transmitieron a Mercedes esa perplejidad que tantos no estadounidenses hemos sentido ante esta nueva victoria, tan arrolladora, del candidato republicano. «¿Cómo podemos explicar que Kamala Harris haya perdido?», indagó un suscriptor. «A mí me sorprende que les parezca tan raro», respondió Mercedes, que tanto en 2016 como en 2024 pronosticó el éxito del magnate, porque acertó a interpretar los signos en sus conversaciones con americanos de a pie y con inmigrantes que se planteaban votarle: «Estamos ante una sociedad indignada, cabreada, desesperada, que busca una solución aunque sea descabellada», aclaró, citando la inflación, los precios de los alquileres, la deuda que acumulan tantos hogares y «los jubilados que tienen que volver a trabajar llenando bolsas en el súper». Muchísima gente veía a Kamala como «parte de un sistema que les ha fallado». Los asistentes quisieron saber ahí si se había abierto un periodo de autocrítica entre los demócratas, que Mercedes restringió a versos libres como Bernie Sanders.
«¿En los medios americanos se habla del expansionismo a Groenlandia o Canadá o se considera un delirio?», inquirió una suscriptora. «Estamos aprendiendo a no subestimar a Trump», respondió la periodista. Por supuesto que allí también se atiende, muchas veces con desazón, a ese discurso expansionista: «Pero no creo que vaya a enviar el Ejército a conquistar Groenlandia. Su forma de actuar tiene más que ver con el 'bullying'», puntualizó Mercedes, mientras varios de los presentes asentían, al identificar esas actitudes del matón de patio de recreo en la política internacional de Trump. Las preguntas no dejaron frentes sin tocar: desde cómo ha recibido México la pretensión de rebautizar el golfo hasta las pronósticos para las elecciones de mitad de mandato, pasando por las previsiones para la paz en Ucrania, el romance de Trump con los multimillonarios tecnológicos, la relación con China, las implicaciones de los aranceles o la posibilidad de que los tribunales tumben parte de las medidas prometidas por el presidente. «Estados como Nueva York o California se van a volver refugio para las clases vulnerables, pero el Gobierno federal se lo va a poner difícil retirando ayudas», alertó nuestra corresponsal con gesto afligido.
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No parecía haber 'trumpistas' entre los presentes, así que la preocupación cundió al tocar el asunto que daba título al encuentro: ¿cómo nos puede afectar, a los de este lado del mundo y de la videoconferencia, el regreso de Trump a la Casa Blanca? «Vivir aquí es como tener la bola de cristal para ver lo que va a pasar en España. Antes tardaba cinco años, ahora se ha acelerado», argumentó Mercedes, que evocó su estupefacción cuando se mudó a Nueva York hace veinticinco años y descubrió que no se podía fumar en los bares. «Esta cultura se va a trasladar a la política europea. Los nuevos aires dicen que el mejor gobierno es el que no se interpone en las aspiraciones de la empresa privada y que reglamentar es censurar. El imperio es una cultura, no un ejército».
«Cuando nos falte algún entrevistador, pienso echar mano de vosotros», manifestó el director de EL CORREO ante la disposición de los suscriptores a intervenir y su conocimiento del tema. También a los lectores se les veía satisfechos, como si saliesen de tomarse un café en casa de la corresponsal para plantearle sus dudas. «Me ha parecido interesantísimo, aunque también me han dado miedo algunas de las cosas que contaba», decía una; «Es una iniciativa muy buena, me voy con más pistas sobre lo que está pasando», comentaba otra. ¿Y Mercedes qué? ¿Qué le ha parecido pasar este ratito con Idoia, Rosa, Jaime, Begoña..., con sus lectores? «Dicen que las redes sociales nos unen, pero hoy se ha demostrado que son los periódicos los que nos salvan del estruendo digital y nos devuelven el placer de una conversación civilizada. Este diálogo trasatlántico que rompe la linealidad de nuestros textos planta la semilla de lo que todos estamos buscando: una sociedad más unida y mejor informada».
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