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Talentos que evolucionan con los años
Obras de madurez ·
Cinco artistas vascos que cultivan distintas disciplinas hablan de cómo afecta la edad a su actividad creativa, «lo que te da y te quita»Secciones
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Obras de madurez ·
Cinco artistas vascos que cultivan distintas disciplinas hablan de cómo afecta la edad a su actividad creativa, «lo que te da y te quita»El talento tiene edad, como todo lo humano, pero se resiste a los clichés. En una sociedad envejecida que no deja de hacer cálculos sobre cómo pagar las pensiones y cuántos años estaremos obligados a trabajar, los artistas son, lo han sido siempre, un gremio ... aparte. «Con la edad supongo que ganas unas cosas y pierdes otras», asume Arantxa Urretabizkaia, que desde hace años reflexiona en sus libros sobre las distintas maneras de envejecer.
Como escritora depende de sí misma, al menos hasta que pone el punto final y somete su obra al mercado y a la crítica. Sea cual sea su lenguaje, los creadores solitarios tienen más libertad que quienes se dedican al mundo del espectáculo, pendientes de que suene el teléfono. Las actrices son quienes viven mayores contradicciones entre su calendario vital y laboral. Incluso figuras consagradas como Aitana Sánchez-Gijón han contado cómo a los 35, cuando tienen niños pequeños, les empiezan a asignar el papel de madre de la protagonista, a la que apenas llevan unos años. Y en la danza el tiempo pasa aún más deprisa, aunque en Europa hay compañías que apuestan por otros lenguajes y unen a bailarines de distintas generaciones.
Muchos viven una etapa de plenitud en su madurez, tan singular como toda su trayectoria y con lecciones aprendidas. A partir de este mes, con el desarrollo del Estatuto del Artista, la pensión de jubilación se hará compatible al 100% con la actividad creativa. No solo con los derechos de autor, sino también con conferencias, actuación, dirección artística y otras tareas ocasionales. Algunos, simplemente, no piensan en jubilarse. Este es un buen momento para reflexionar sobre su carrera y su vida.
Eguzki Zubia se pregunta «en qué carrera inviertes treinta años de profesión y los frutos que recoges son cada vez más pequeños». Lo hace ante el espejo de su camerino pero a la vista del público porque en eso consiste su proyecto más personal, 'Mi tercer acto': las reflexiones de una actriz acerca del paso del tiempo expresadas en un monólogo con momentos de danza. Ella cumple 60 este año, ni es ni se siente una persona mayor, pero el tiempo pasa deprisa en el escenario.
«En danza ya eres mayor con 30 o 35 años. En Europa están cambiando las concepciones y hay una compañía maravillosa que a viene dFeria (el festival de artes escénicas de Donostia) que junta a personas de 80 años con gente joven. En Europa, la danza y el virtuosismo no van siempre de la mano, pero aquí todavía tienes que hacer cosas complicadísimas». Y como actriz se da la paradoja de que «cuanta más experiencia tienes y mejor lo puedes hacer, resulta que tienes menos trabajo. Actrices de 20 hacen de mujeres de 30, las de 30 de mujeres de 40 y a partir de los 50 y tantos no encajas en los perfiles, ni de joven ni de persona mayor. Un amigo me vacila y me dice: no te preocupes, pronto podrás hacer de gente de 70».
Es una carrera de fondo, «una profesión muy bonita, pero tengo amigas que se han retirado porque no soportan la incertidumbre». Ella se mantiene en activo desde los 80, ha sido profesora muchos años y se sigue formando. «Muchos de los que escriben son jóvenes y cuentan historias de su generación, te ofrecen papeles de madre o de vecina. Y los hombres mayores tienen muchas más oportunidades que las mujeres», destaca. «Seguimos viendo a maduros 'interesantes' con chicas jovencísimas a su lado». En su monólogo ha acuñado el concepto de «plenopausia» como «una etapa poderosa, de plenitud y sabiduría» que quiere vivir a tope.
A sus 73 años, Ramón Barea vive un momento de plenitud como actor, director y cabeza visible de Pabellón 6, cuna de nuevas generaciones de teatreros. «Te das cuenta de que eres un señor mayor cuando en los rodajes te dicen: descansa si quieres, Ramón, que vamos a cambiar de cámara. Si yo prefiero estar de pie...». Y en la pandemia se sintió parte de «un grupo sobrante». Incluso algunas productoras se plantearon «un acto de crueldad muy curioso» para recuperar los rodajes: «hacer desaparecer del guion a las personas de riesgo».
Por lo demás, él no tiene dudas. Cuando su asesora le pregunta si se va a jubilar, siempre tiene tareas pendientes. A los 16 años empezó a trabajar en una oficina y desde entonces no ha parado, aunque «en los 70 las cotizaciones eran muy pequeñas, no teníamos dinero para nada». En su caso, el camino cuesta arriba fue el de la juventud, «cuando empezamos sin subvenciones de ninguna clase. Entonces había más razones para tirar la toalla». Pero siguió en activo «sin que me fuera maravillosamente bien. Los teatreros de mi generación hemos tenido un reconocimiento muy tardío, pero muy agradable».
Al Premio Nacional de Teatro que recibió hace diez años le siguieron varios homenajes y su papel en 'Cinco lobitos' le ha brindado un galardón de la Unión de Actores y Actrices. «Estoy en un momento dulce porque en mi profesión he abierto muchos frentes. No tengo intención de jubilarme porque no voy a encontrar algo más atractivo que lo que estoy haciendo ahora».
Disfruta del oficio «de otra manera, porque el futuro es más cortito. Ya no tengo toda la vida por delante para decir 'vamos a ver lo que consigo', ahora es 'qué suerte tengo que puedo hacer esto'». Y así seguirá «hasta que se me olvide el texto o me tropiece con los muebles. El teatro te avisa antes que el cine de si estás en condiciones físicas, hay un problema de resistencia». Sobre las diferencias entre actores y actrices, piensa que «afortunadamente se está perdiendo el cliché de un tipo de mujer con fecha de caducidad y hay un abanico más grande de personajes».
Joaquín Achúcarro debutó a los 13 años con pantalón corto en la Filarmónica, y a los 90 sigue en activo con conciertos en la agenda hasta 2025. Ha viajado tanto como si hubiera dado 250 veces la vuelta al mundo. «Puedo hacer cosas que la gente no cree que se pueden hacer con 90 años, pero a fuerza de trabajar, ¿eh?», destaca. Cada día estudia y se entrena «de una manera muy regular, intentando extraer lo mejor de cada minuto de trabajo». La otra noche se le ocurrió una idea a las cuatro y, como no tiene vecinos, fue a probarla al piano.
Fuera del trabajo, procura cansarse lo menos posible. «Tengo la enorme suerte de que mi mujer se ocupa del resto de las cosas del día, que son muchas», cuenta. Cuando la agenda se lo permita, quizá haga «el experimento» de parar una semana «a ver qué pasa». Sabe que su caso es «muy, muy, muy raro. Hay quien se ha tenido que retirar antes. Yo, desde luego, soy un superviviente». Con la madurez, «va cambiando todo, la persona entera. Y también es un valor. He tenido conciertos mejores que otros, pero algunos mucho después de cuando se supone que es la etapa de plenitud».
Por sus clases en la universidad de Dallas han pasado más de un centenar de jóvenes pianistas. «Cuando se es joven, la musculatura hay que construirla. Luego están los matices, las pinceladas. No sé quién decía que hay que conseguir que la mano sea un martillo pilón y además pueda descascarillar una almendra, con esa delicadeza». El entrenamiento de un pianista «no es el de un deportista o un bailarín», pero también consume energía. «El concierto tercero de Rachmáninov tiene 70.000 notas. El bajar una nota, simplemente bajarla, son nueve gramos. Quisiera saber qué cantidad de kilos muevo yo diariamente, pero afortunadamente tengo buena salud y en esas estamos. Esta es la vida de un pianista».
Alguien le preguntó a Arantxa Urretabizkaia durante la promoción de 'Azken etxea' si no le preocupa que la cataloguen «como una vieja que escribe sobre viejas». Los protagonistas de sus últimas novelas son mayores poco previsibles. Por su experiencia en jurados literarios, sabe que «no se nota si quien escribe una obra es hombre o mujer», pero sí se aprecia «su ideología. Yo intento que mis personajes no sean abuelos o abuelas entrañables, sino personas de cierta edad que hacen otras cosas en la vida».
La escritora y periodista guipuzcoana cree que en la literatura también se refleja «una experiencia de vida. Escribes con todo lo que eres, también con lo que has imaginado, soñado y leído». Ella destacó desde el principio con 'Zergatik panpox'. Era la primera vez que se daba protagonismo a una mujer en euskera. Entonces tenía 34 años y no ha dejado de escribir «de una manera sincopada, porque no vivo de ello». Su última novela es «una especie de thriller, algo que no había hecho nunca. Quería demostrarme a mí misma que era capaz de seguir creando, y no quedarme en aparecer en algunas reseñas como la primera mujer que ha hecho esto o lo otro». Como autora depende de sí misma. «Si tu libro no tiene repercusión o recibe críticas muy negativas, pues tu autoestima sufre, pero tu cuenta corriente no. Eso sí, puedes emborronar una trayectoria».
Lleva años reflexionando sobre la edad «y las maneras de envejecer. Hay poquísimo escrito sobre el envejecimiento desde el punto de vista ideológico, siempre se habla de la necesidad de cuidados». Cree que este tema «sigue siendo tabú, hay una especie de odio a lo viejo». En su opinión, «lo que produce dolor es el cambio. Es doloroso pasar de niño a joven, de joven a adulto y de adulto a viejo. Una vez que te instalas en ese continente, pues ya vives como puedes».
Vicente Larrea va todos los días a su taller, por la mañana y por la tarde. Recientemente estuvo enfermo y cada vez que iba al médico le decía: «Tengo mucho trabajo». Hijo y nieto de escultores, lo suyo no es «la bohemia del artista», sino la disciplina que le inculcaron en el taller familiar. Pronto aprendió que «hay un momento en que la escultura te puede. Entonces tienes que agarrarte los machos y acabarla, poder con ella», afirma. Sobre la mesa hay fotos de su última obra, 'Metamorfosis', ya en fundición, en las que se le ve metido dentro de la pieza, entre el «misterio» de sus característicos recovecos.
En sus manos hay más de 70 años de trayectoria «de indagación en la escultura». Empezó a los 16, cuando le dedicaba todo el día «y por la noche estudiaba Facultativo de Minas». A los 20 se hizo cargo del taller, aunque llegó un momento en el que dijo: «Esto se cierra. Siempre he querido ser el escultor que soy, contra viento y marea. Ha podido parecer que hacía arte abstracto y en una época yo mismo lo pensaba, pero siempre he estado contando algo, figurativo o no figurativo».
Este mes cumple 89. Ahora que ha pasado «a la mayoría de edad», como él dice, trabaja «igual que siempre. Lo que ocurre es que me meto con cosas más difíciles y cada vez soy más exigente, corrijo y corrijo». También revisa con más sentido crítico las creaciones de «los grandes maestros».
El autor de 'Dodecathlos' y tantas otras obras en espacios públicos -«me gusta que la gente las pueda ver gratis»- siente pasión por el arte clásico. Le rodean tres columnas fundidas en bronce, de inconfundibles capiteles, que son «estudios» para darles mayor altura. «Cuando las estoy haciendo, tengo a Borromini en la cabeza. Roma me gusta mucho, sobre todo la arquitectura». Trabaja con bocetos de cera si la pieza se funde en bronce, «si es de hierro los hago en poliespán». Tiene un ayudante, «pero yo la escultura la manejo, la manejo siempre. La técnica está aquí (en la cabeza)», dice concentrado en el capitel de cera. «Me paso el día dibujando, lo que no puedo es estar sin trabajar».
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