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Borja olaizola
Lunes, 29 de junio 2020, 00:35
Un equipo multidisciplinar en el que participa el forense donostiarra Francisco Etxeberria ha tomado muestras del corazón del rey Carlos II de Navarra que se guarda desde el año 1387 en el santuario de Ujué en el marco de una investigación que lleva a cabo ... el Servicio de Patrimonio Histórico del Gobierno foral. El estudio, preludio del expediente para declarar el conjunto funerario Bien de Interés Cultural, contempla un análisis genético de la víscera cuyos resultados podrían confirmar el parentesco del rey navarro con figuras como el zar Nicolás II o el príncipe Felipe de Edimburgo.
Carlos II reinó en Navarra entre 1349 y 1387. Perteneciente a la dinastía de los Capetos, participó en sus primeros años de su reinado en múltiples intrigas y conspiraciones para hacer valer su legítimo derecho al trono de Francia, maniobras que le valieron el sobrenombre de 'Charles le Mauvais' (Carlos el Malo) en el país vecino. Murió el 1 de enero de 1387 en la capital navarra a los 55 años después de haber ordenado en su tercer testamento que su cuerpo fuese enterrado en la catedral de Pamplona, sus entrañas en Roncesvalles y su corazón en el santuario de Santa María de Ujué, por cuya virgen sentía especial querencia. Los documentos conservados acreditan que la víscera real fue depositada en el templo a los 18 días del deceso después de haber sido extraída y embalsamada por un físico de Zaragoza llamado Samuel Trigo.
El corazón llegó al santuario en un recipiente de plomo envuelto en paños de oro. Carlos III, hijo del monarca fallecido, ordenó en 1404 fabricar una caja en madera de roble para guardar la víscera. El arca, pintada en rojo y decorada con las armas de Navarra, fue colocado en una hornacina en la parte superior de una de las puertas de la iglesia. En 1919 se acometió su restauración y se sustituyó el recipiente de plomo que acogía el corazón por otro de vidrio adornado con unas figuras de soldados. El conjunto fue finalmente trasladado en 1922 a un nicho en la pared del ábside central, que sigue siendo su ubicación actual.
Más de seis siglos después de su embalsamamiento, el corazón de Carlos II «es poco más que un trozo de cuero arrugado», explica el forense Francisco Etxeberria. El médico donostiarra lo ha tenido entre las manos para extraer fragmentos microscópicos con los que se va a llevar a cabo una serie de análisis químicos y genéticos destinados a garantizar su preservación y a obtener restos de su ADN. «No aclararemos si el rey murió en 1387 de un infarto, pero sí vamos a identificar qué clase de hongos o bacterias pueden representar una amenaza para su conservación», dice Etxeberria con su habitual retranca.
La iniciativa constituye un primer paso para iniciar un expediente de declaración del conjunto funerario que se conserva en Ujué como Bien de Interés Cultural tanto por su valor histórico-artístico como por su excepcionalidad.
La toma de muestras se realizó aprovechando que el corazón fue trasladado a una exposición que tuvo lugar a principios de año en el Archivo Real y General de Navarra en torno a los ritos funerarios de los gobernantes medievales. La muestra, titulada 'Migravit, la muerte de un príncipe', tuvo que ser cancelada por la crisis sanitaria y el conjunto funerario fue devuelto el pasado 8 de mayo al santuario de Ujué.
La inhumación por separado de los restos de los reyes es una costumbre medieval que tenía un propósito claramente propagandístico. «Era una forma de mantener el recuerdo del monarca y también de multiplicar los lugares en los que se le rendía culto», explica Susana Herreros, directora de Patrimonio Histórico del Gobierno de Navarra, que recuerda que la práctica tiene su origen en los emperadores romano-germánicos, que con frecuencia fallecían lejos de los lugares de enterramiento que habían previsto en sus testamentos. «La llegada de las Cruzadas, que llevó a muchos reyes a morir en tierras lejanas, hizo que la costumbre se extendiese hasta el punto de que el Papa tuvo que prohibir en el siglo XIV el sistema de desmembramiento».
Análisis
costumbre
Los soberanos de la casa de los Capetos, reyes de Francia, eludieron la orden papal y mantuvieron la práctica como un privilegio de la dinastía. Carlos II se mantuvo fiel a las costumbres de su familia y ordenó que sus restos fuesen repartidos en tres lugares. «En sus primeros testamentos quiso que su cuerpo se llevase a la basílica parisina de Saint Denis, donde descansaban los restos de los reyes franceses, pero cuando comprobó que sus aspiraciones al trono francés eran del todo irrealizables volvió la vista a su reino y escogió la catedral de Pamplona», apunta la directora de Patrimonio Histórico.
Una de las incógnitas es si las muestras del corazón tomadas portarán la suficiente carga genética como para determinar el ADN del rey Carlos II de Navarra. «Identificar su código genético -indica Susana Herreros- sería un logro importante porque las tentativas para rastrear el ADN de la familia tanto a través de su nieta la reina Blanca de Navarra, enterrada en Segovia, como de su tataranieto el Príncipe de Viana, que descansa en el monasterio de Poblet, resultaron infructuosas. Ese código nos permitiría trazar una rama del árbol genealógico familiar que va desde Carlos II de Navarra al príncipe Felipe de Edimburgo pasando por el zar Nicolás II y además podría ayudar a identificar muchos de los restos reales que reposan en la basílica de Saint Denis».
El de Carlos II no es el único corazón que se conserva de un rey medieval. En la catedral de Rouen reposa el de Ricardo Corazón de León aunque no se exhibe. Tampoco están a la vista otros corazones que se conservan de aquella época como los de el Duque de Bedford, también en la catedral de Rouen, o Enrique II de Albret, que reposa en la de la localidad francesa de Lescar.
El corazón de Carlos II no es el resto humano más añejo que ha analizado el forense Francisco Etxeberria. En su dilatada carrera se ha enfrentado con otros cuerpos aún más antiguos, caso del rey de León Bermudo III, que murió en 1037 y que descansa en la basílica de San Isidoro de León. «Es más fácil localizar el ADN si hay restos de tejidos óseos o de piezas dentales, aunque con las técnicas actuales también es posible identificar el código genético a través de lo que conocemos como tejidos blandos, caso del corazón de Carlos II», explica. Uno de los desafíos que plantea el nuevo trabajo es determinar los productos que se utilizaron para embalsamar la víscera. Los responsables de la investigación esperan que los resultados el análisis del corazón revelen también si hay restos de mercurio, un metal que se solía utilizar en la Edad Media para tratar algunas enfermedades. «Si el estudio demuestra que hay mercurio podríamos aventurar algunas de las posibles causas de la muerte del rey partiendo de la base de la identificación de las dolencias para las que entonces se recetaba ese metal», apunta Susana Herreros.
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