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La playa de Azkorri puede parecer un lugar de neutra y desnuda belleza, desvinculado de historias particulares y tragedias, un escenario en el que todos ... podemos confluir y disfrutar independientemente de cualquier bagaje personal. Pero Eszter Katalin (Budapest, 1991) demuestra que tan sólo el cambio de perspectiva transforma la percepción de la realidad y que, además, no existe una contemplación inocente. «Estoy interesada en ese asunto y he emprendido una investigación en torno a las emociones y su influencia en la mirada», explica esta autora de origen húngaro establecida en Austria. «Ha sido el punto de partida para mis grabaciones». El resultado se muestra ahora en la exposición 'Under the Shadow of Azkorri', abierta en la Fundación BilbaoArte hasta el 1 de octubre.
Sus excursiones al arenal durante los meses de enero y febrero del pasado año, aparecen en el vídeo que exhibe en la sala. Entonces, se hallaba becada por la institución. «Luego, durante el confinamiento, ante la imposibilidad de volver, analicé películas en las que el paisaje tiene una especial importancia», indica. Su observación siempre resulta mediatizada por las vivencias. La artista confiesa que cuando entra en contacto con los espacios de una imagen también establece una peculiar relación con sus heridas, convertidas en vehículo de expresión.
'Salmo rojo', del director magiar Miklós Jancsó, supuso, a ese respecto, un descubrimiento. Este relato poético de un levantamiento campesino en el siglo XIX le proporcionó un determinado gesto en el que ella proyectó su sensibilidad, reinterpretando su contenido simbólico. En uno de sus planos se puede contemplar una multitud de individuos portando una especie de rosa o escarapela roja, referencia generalmente aceptada a la ideología nacionalista o comunista. Ella lleva a cabo una peculiar performance e interrelaciona con los fotogramas desde sus postulados 'queer' superponiendo una interpretación erótica sobre el simbolismo político impuesto por el autor.
Esa subjetividad establece una relación, plena de sugerencias, entre la película y una fotografía en la que aparece la activista LGBT Yelena Grigoryeva apresada tras una manifestación en San Petersburgo. La militante porta en una mano algo que se asemeja a esa rosa roja que exhibían los actores, y ese nexo se convierte en un elemento que alude a cierta erótica de la marginalidad y la resistencia. La visión divergente de Katalin, aquella que subvierte los relatos para dotarlos de nuevos contenidos, desemboca trágicamente en las imágenes del cadáver de Grigoryeva cosido a puñaladas.
Los estereotipos sexistas y la violencia de género encuentran protagonismo en esta especie de fábula espaciotemporal urdida desde el espíritu combativo. Las últimas imágenes se antojan una síntesis de las diversas lecturas, del paisaje y el cine, a través de una representación de aquella primera escena en los alrededores del Espacio de Creación Azala en Lasierra (Álava). «Volví a Azkorri después de la cuarentena y un amigo me preguntó si sabía el significado del nombre y me explicó que era peña roja», explica y, de alguna manera, revela que el viaje ha acabado y que el reabordaje ha dado sus frutos.
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