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No se confundan con Yayoi Kusama. Su apariencia de anciana inofensiva, tocada por su peluca con forma de casquete y envuelta en lunares, esconde una personalidad compleja, subversiva, narcisista y atormentada. En su autobiografía 'La red infinita' (Sinequanon) confiesa que, cuando era una niña, hablaba ... con las violetas y a su paso, las flores adquirían un aspecto antropomórfico y desasosegante. «Desde mis recuerdos más tempranos me he sentido encarcelada entre los muros de mis ojos, mis oídos y mi corazón», asegura. Reconoce que la pintura «era una fiebre producto de la desesperación, el único modo que me quedaba de vivir en este mundo».
Las alucinaciones visuales y auditivas han acompañado a la creadora más cotizada del mundo desde su tierna infancia. Es mucho más que una creadora plástica. La artista, que este verano triunfa en el Guggenheim, ha sido cineasta, escritora y poeta, y leerla es acceder a un mundo complejo en el que el arte constituye la herramienta terapéutica para luchar contra la neurosis íntima y, asimismo, ha de suponer una forma de liberación colectiva.
Llegó a Estados Unidos en 1956 huyendo del ambiente conservador tanto de su familia como de Japón. A sus padres les achaca un ambiente opresivo y represivo, y al país natal, una escasa sensibilidad hacia el arte contemporáneo expresada en el desprecio y rechazo que sufrió durante décadas en sus medios de comunicación.
El periodo en el que residió en la Gran Manzana es convulso y de difícil condensación. En Manhattan Suicide Attack' (Les Presses du Réel) entremezcla el recuerdo y la ficción. «La máquina de Nueva York cambia el estatuto del arte en producto de consumo con el mismo valor que unos zapatos», asegura en el libro, mientras que en su volumen de memorias define a la ciudad como «un infierno en la tierra». Sin embargo, la urbe fue el marco en el que se propuso llevar a cabo toda una revolución.
La narración de Kusama es una relación de hitos profesionales y sufrimientos. Los primeros años estuvieron marcados por una extrema precariedad que, incluso, le llevó a robar materiales de los edificios en construcción junto a colegas como Donald Judd. Ahora bien, el relato también habla de una magnífica recepción de la crítica y el mercado. Su primera exposición, formada por tan sólo cinco piezas, tuvo lugar en una pequeña galería local y la repercusión le proporcionó una inmediata proyección nacional e internacional.
La recreación de infinitos materializados en la elaboración de cuadros de redes blancas dio paso a la creación de esculturas blandas en 1962. Su primera instalación, un año después, consistía en una barca de remos cubierta por falos blancos y rellenos. Según confiesa, se trataba de una manera de exorcizar su miedo al pene y la profunda aversión al sexo que siente. El resultado es un arte que ella denomina 'psicosomático' con el que se propuso llevar a cabo una terapia colectiva.
La obra también constaba de la reproducción en techos y paredes de la misma nave. Kusama afirma que Andy Warhol se sintió fascinado por la puesta en escena y no dudó en copiarla en su posterior muestra en Leo Castelli. El paralelismo entre los dos grandes, la japonesa que se evade o asume todas las etiquetas y el maestro de pop, no se queda ahí. Al igual que el fotógrafo, la autora se hizo con una corte de seguidores, mayoritariamente jóvenes homosexuales, el Kusama Dancing Team, que participaban en sus 'happenings', de enorme repercusión en la escena local. El 'Festival de la pintura corporal' fue el primero y se desarrolló delante de la catedral de San Patricio. Tras quemar la bandera americana, los participantes se desnudaron y comenzaron a besarse o, incluso, a practicar sexo.
Las performances se sucedieron a lo largo de los años siguientes, con la colaboración de la comunidad hippie. Como prueba del universo expansivo de la autora, adoptaron varias categorías, desde las concebidas como experiencia artística a las de carácter sociopolítico, con mensajes contra la guerra de Vietnam y los dedicados a la moda y la música. Uno de los más relevantes fue 'Boda homosexual' en la que ella, convertida en 'la Sacerdotisa de los Lunares' en la Iglesia de la Autoobliteración, oficiaba un matrimonio entre dos hombres.
Kusama se convirtió en algo más que una artista. Su prolija iniciativa dio lugar a todo un trust de empresas que reflejan esa aspiración de librar al mundo del lastre de la represión. El Nude Studio proporcionaba la oportunidad de participar en la pintura corporal, el club social KOK ofrecía un lugar de encuentro a hombres gais, la Orgy Company organizaba eventos de sexo grupal y la Kusama Fashions manufacturaba vestidos para llevar a cabo relaciones eróticas sin desnudarse. Incluso realizó una incursión en el mundo editorial con la revista 'Kusama Orgy', que se vendía en quioscos de todo el país.
Su propósito excedía el horizonte personal. «Ha de producirse una revolución sexual a toda costa», anunciaba. «Me daba la sensación de que iba a tener que trabajar como una loca para conseguirlo y eso hice». Pero una visita a su país natal en 1973 cambió, definitivamente, el rumbo de su lucha. No regresó a su base de operaciones y dos años después se recluía en un hospital en Tokio. Desde entonces, ha permanecido entre la institución y su taller, consolidada ya como la estrella que siempre quiso ser.
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