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Ahora que tanto se habla de la España vacía -o vaciada-, de la despoblación y del recorte de los servicios de todo tipo que se ... sufre en buena parte del territorio, oír hablar de las Misiones Pedagógicas que en la década de los treinta del siglo pasado se dedicaron a llevar la cultura por los rincones suena casi a algo que habría que volver a hacer en el futuro. Casi. La situación era muy diferente en aquella década, pero ya le gustaría a algún pueblo de la Meseta volver a ver todo esto: Servicio de Bibliotecas, Museo del Pueblo, Cine, Coro y Teatro del Pueblo, Sección de Música y Retablo de Fantoches. A los misioneros culturales de entonces (entre los que había personas que eran ya personalidades como María Zambrano, Maruja Mallo, María Moliner y Luis Cernuda, señala el poeta bilbaíno José Fernández de la Sota) se les había metido entre ceja y ceja trabajar en pro del «fomento de la cultura general, la orientación pedagógica de las escuelas y la educación ciudadana de las poblaciones rurales», que eran las líneas de actuación del Patronato de las Misiones Pedagógicas. Unas ideas que Manuel Bartolomé Cossío, fundador y presidente del Patronato, ya había planteado en 1881. Y allá que fueron. Entre 1931 y 1936, crearon más de 5.500 bibliotecas y llegaron a 7.000 pueblos de toda España, explica Fernández de la Sota.
Él dirige la Fundación Blas de Otero, la responsable de traer a Bilbao ahora una parte de la exposición proyectada por la Fundación Francisco Giner de los Ríos (Institución Libre de Enseñanza) y producida por la Residencia de Estudiantes de Madrid que se creo en 2006 para conmemorar los 75 años del nacimiento de esta iniciativa cultural de la II República. Se puede visitar en el sótano del centro de distrito de Barrainkua hasta el 5 de enero. Son un conjunto de lonas sobre las que hay impresos textos que explican los antecedentes, el desarrollo y el final -con la guerra- de una acción cuyo «objetivo fue llevar la poesía, el teatro, el arte y el cine a los rincones más olvidados de un país con un índice de analfabetismo de casi el 50%. Una auténtica revolución pedagógica».
Toda esta información escrita va acompañada de fotos que ilustran qué suponía para tanta gente tener al alcance de la mano la producción cultural en muchos formatos. Se trataba de llevar las posibilidades de la ciudad al campo. Algunos siguieron siendo inaccesibles, pese al empeño, para el Museo del Pueblo, esas dos colecciones itinerantes de reproducciones de cuadros de los pintores más famosos de la escuela española que iban en camión; si no había acceso por carretera, era imposible que llegaran los camiones, los cuadros y los misioneros.
Para el resto de actividades no había tanto problema, de ahí que pueda verse en la exposición a esos niños concentrados leyendo un libro infantil -en 1931 apenas existían bibliotecas públicas en España y en la escuela rural no había ejemplares de literatura infantil-, esos adultos sorprendidos por las imágenes de las películas, esas gentes alrededor de un gramófono o ante una reproducción de la pintura de Goya 'Fusilamientos del 3 de mayo'. Cuando estalló la guerra, las Misiones Pedagógicas atravesaron el Atlántico como tantos de sus misioneros y repitieron fórmula en Colombia, Cuba y Uruguay.
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