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El de Miguel de Unamuno y Concha Lizárraga no fue un amor de película, sino muy real. De los que nacen y crecen en el ... día a día, y tuvo tiempo de hacerse grande porque estuvieron juntos 55 años. Colette y Jean-Claude Rabaté, que llevan tres décadas investigando sobre la vida y la obra del escritor bilbaíno, preparan ahora una biografía de su esposa, «muy desconocida. En Wikipedia la definen como ama de casa», dice Colette. «Y claro que lo fue, pero no solo eso. Fue su consejera, su apoyo. Confiaba mucho en ella, muchísimo. La consideraba como madre de sus hijos, pero también como mujer».
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La hispanista, que se doctoró con una tesis sobre la mujer española y el matrimonio en el siglo XIX, siempre había prestado atención a la figura de Concha Lizárraga, pero su interés aumentó cuando investigaron para su libro 'Unamuno contra Miguel Primo de Rivera'. Al profundizar en esa etapa, «me di cuenta de que no solo era un ama de casa, sino que también era capaz de secundar a su esposo en la resistencia contra la dictadura. Ella se quedó con los hijos, a la carrera con unos y otros, y se ocupaba de las cuentas. Unamuno estaba en el destierro, ya no cobraba nada de catedrático, y ella tenía que administrar el dinero», cuenta.
Durante aquella separación forzosa, «le escribe casi cada semana» y hace suyas las ideas de su marido. «En las cartas hablan de Primo de Rivera con las mismas palabras, el ganso real. Se puede decir que se había comprometido políticamente. Antes decía que no leía lo que escribía su esposo, pero en el momento de la dictadura lee, se informa y le ayuda». En 1925 le tocaron 37.500 pesetas en la Lotería de Navidad y con ese dinero fue a visitarle en París junto a sus hijas. También alquilaban una casa grande para pasar los veranos en Hendaya. Y en 1928, cuando volvía a Salamanca con la publicación clandestina 'Hojas libres', «la detuvieron al cruzar la frontera. Estuvo en la cárcel un día, para dar miedo a Unamuno al final de la dictadura. Aquello tuvo repercusión en la prensa», explica Jean Claude Rabaté.
Ella siempre le brindó «un respaldo moral» frente a los conflictos propios y ajenos. Se conocieron de niños en Bilbao, en la catequesis de los Santos Juanes. Miguel «se fijó en sus trenzas, en los tobillos y en los ojos. Su mirada le fascinaba». Y le cautivó su capacidad de mantener «la calma y la alegría» aunque vinieran mal dadas. A los doce años se quedó huérfana y tuvo que volver a Gernika para ocuparse de sus dos hermanos. Era la mayor. No pudo seguir estudiando, pero «Unamuno le aconsejaba lecturas, y no lecturas para mujeres. Se nota que es inteligente y que tiene cierta autoridad, aunque en la sombra. Él no hubiera podido casarse con una mujer ramplona», incide Colette Rabaté.
Se hicieron novios a los quince años, pero tardaron doce en casarse y la espera se hizo larga. Aun así les dio tiempo a tener nueve hijos, de los que vieron morir a dos. A Raimundo, que padecía hidrocefalia, en plena infancia, y a Salomé, la preferida de su padre, a los 36 años. En los peores trances, Concha, que era muy religiosa, «trataba de apaciguarlo. Ya en las cartas de juventud, él expresa «que ella es la persona que puede mitigar sus humores, ese talante un poco depresivo e hipocondríaco» que le hacía sufrir. «La principal enfermedad de Unamuno era el miedo a la muerte, que le acompañó desde muy joven».
Los Rabaté siguen investigando -estos días han estado revisando documentos en el Archivo foral- y aún no hay fecha de publicación de la biografía, pero Colette tiene claro el título: 'Concha Lizárraga, sombra y sol de Miguel de Unamuno'. Le parece «esclarecedor» para expresar cómo la veían los demás y lo que significaba para él. «Ha sido para mí la alegría, la vida y la salud», dijo en una ocasión. Se sentía «protegido» por ella y algunas expresiones con las que se refería a Concha, como «mi costumbre», no eran el colmo del romanticismo, pero sus biógrafos creen que «no tenían un sentido peyorativo, expresaban ternura».
«Fue una mujer de su época, pero una gran mujer», concluye Colette Rabaté. Con sentido práctico, «supo mantener la alegría en tiempos duros y fue valiente». Sufrió un derrame cerebral y falleció el 15 de mayo de 1934. «Cuando muere, y también antes, él le dedica unos poemas». Cuatro meses después, se jubiló en la Universidad de Salamanca. A los 70 años, «había perdido ya todas las ganas», pero recibió un homenaje nacional y fue nombrado rector vitalicio; un cargo del que le destituyeron dos veces -primero Azaña y después Franco- durante la Guerra Civil.
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