Urgente Grandes retenciones en la A-8, el Txorierri y la Avanzada por la avería de un camión

Pensar en mi abuelo es sentir una emoción difícil de describir. Fue un hombre lleno de sabiduría y bondad. También, un perdedor de aquellos que tuvieron que enterrar sus ideales para sobrevivir sobre un intolerante escenario agrisado. Mi abuelo había nacido en la calle La ... Pelota, en el Bilbao más vetusto, y, aunque el destino le llevó a Torrelavega, jamás renunció a su txapela de la marca 'La Encartada', al Athletic, a 'La Gaceta del Norte' y a EL CORREO. Fue quien, por primera vez, puso en mis manos un periódico. Semanalmente, llegaba a nuestra casa EL CORREO, con un poco de retraso. Me daba prioridad para seguir las desventuras de la Familia Carovius –el recortado Don Celes y su esposa, la mujerona doña Petronila Pilonga–. El primer tebeo que tuve me lo regaló el aitona –el mismo que me convirtió en contumaz leyente–, iniciándome en los libros con las historietas del desafortunado personaje a través de un librito de 16 páginas, con comerciales de los Cupones Puente o de la Fábrica de Gabardinas Muro, que al parecer vendían o regalaban con 'La Gaceta'.

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A veces, me pregunto si Don Celes tuvo algo que ver en mi decisión de ser periodista. Desde entonces, tengo por costumbre empezar a leer el periódico por la última página, con el secreto deseo de que a mi antihéroe dejen de sucederle infortunios. Aunque no se presenta como un triunfador, es un tipo lleno de valores al que admiro e intento remedar. Algunos –desde luego, equivocadamente– creen que estamos ante un perdedor, ignorando que ganador es aquel que, al caer por sus continuos tropiezos, se levanta una y otra vez. Don Celes sale fortalecido de sus múltiples adversidades; es, pues, sin saberlo, un resiliente desde muchísimo tiempo antes que Boris Cyrulnik generalizara este palabro para definir a quienes, como el marido de doña Petronila, tienen, por virtud, la capacidad de adaptación, la resistencia, la fortaleza, la solidez.

Su bonhomía le impide vengarse de sus 'agresores', de esa señora empingorotada a la que piropea y que le asesta un paraguazo, del gorila que le roba el cigarro puro, o del chaval que le engaña para birlarle la pesca. Don Celes no es un desafortunado, ni un pobre desgraciado imán de múltiples desdichas; si le ocurren indeseados sucedidos es porque es bonachón y confiado, cualidades que convierten en poderoso al hombre bueno frente al malvado.

Con Don Celes he viajado por todo el mundo, desde el Polo Norte hasta el desierto, he circundando ríos, adentrándonos ambos en la selva, coronados con un salacot; hemos descendido en tirolina, fuimos perseguidos por fieros leones y huido, como cobardes, ante unos pequeños ratones. Al señor Carovius le han robado, apaleado, timado, asaltado… raramente sus andanzas tienen final feliz –decía su padre, Olmo, que cada dos meses–, pero muchos quisiéramos ser perdedores si es con su candor y afabilidad.

Dicen que los abuelos hacen magia creando recuerdos para sus nietos; gracias por haberme presentado hace sesenta años a este amigo. Gracias Olmo, porque ha sido un privilegio haber podido poner mi firma cerca de la tuya, sobre este papel impreso.

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