«Nadie quiere ser actor; uno quiere ser protagonista»
- José Sacristán - ·
«Contar historias es vencer a la muerte», dice el actor madrileño, admirador de Fernán Gómez y cuya carrera sintetiza medio siglo de cine españolSecciones
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- José Sacristán - ·
«Contar historias es vencer a la muerte», dice el actor madrileño, admirador de Fernán Gómez y cuya carrera sintetiza medio siglo de cine españolTenía 13 años y era el primer día de trabajo en un taller mecánico al que me había enviado mi padre. Me dieron a lavar un motor y me puse hecho un cristo. Al acabar, me limpié como pude y eché a andar desde la calle Ponciano hacia la plaza Mayor, donde debía coger el tranvía para llegar a casa. Al pasar por el cine Gran Vía, me detuve ante un cartel en el que se anunciaba una película de Arturo de Córdova. Me quedé mirando como hipnotizado porque el cristal que protegía la lámina reflejaba mi cara. Ser actor, mi sueño. Algunos años después, repetí el recorrido desde el taller, que ya no existía, hasta el mismo cine. Me detuve ante el cartel y esa vez era yo quien estaba allí, y no era un reflejo. 'Vamos bien', me dije». Lo cuenta de tal manera que es imposible no acompañar a José Sacristán en esos dos paseos por Madrid: primero, el del muchachito de familia humilde, llegado no mucho antes desde Chinchón, que soñaba con ser «artista de cine». Luego, el joven que toca el cielo cuando se ve en aquella Gran Vía en la que una docena larga de salas -es capaz de recordarlas todas, en el orden que ocupaban en la calle- atraían al público con sus luces y unos enormes carteles en los que aparecían los nombres y los rostros de los protagonistas de las películas.
- De niño, usted quería ser Jon Vaine o Tirone Pover, dicho así.
- Entonces sentía una fascinación por la pantalla como la de los pastorcillos de Fátima. No sabía nada del cine, no sabía que los indios no morían de verdad, ni que las aventuras no eran reales. Era un mundo fantástico que incorporaba a mis juegos. Llevo más de 60 años en el oficio y la justificación de todo ello es lo que tiene de juego, de hacer creer a los demás que eres lo que no eres.
- Vivir otras vidas.
- Sin duda. Es algo que viene del bajo vientre, que nace en Altamira. Pintar, reproducir figuras, contar historias es una forma de vencer a la muerte. Es un privilegio jugar a vivir otras vidas y contar con la fidelidad de los espectadores que participan de ese juego.
- Vayamos a los orígenes. Usted no conoció de verdad a su padre hasta los seis o siete años porque estaba encarcelado por sus ideas republicanas.
- Mis primeros recuerdos son de un campo de concentración en Toledo y de la cárcel de Ocaña. Allí estaba. En realidad, lo conocí con esa edad, cuando quedó en libertad pero obligado a dejar su pueblo. Un hombre humillado, derrotado... que abandona sus saberes, que estaban en el campo, y llega a una gran ciudad sin saber qué hacer.
- Pero venía de un pueblo pequeño y de la ausencia de futuro.
- Sí, de aquella Castilla medieval, con casas en las que no había retrete ni agua corriente. Pero esas imágenes están impregnadas de amor. En ausencia de mi padre, a mí me criaron mi abuelo y mi tío, y aún percibo el olor de los ajos tiernos y el amor de la lumbre. De crío, salía a la calle y veía que se habían dado unas hostias y que me había tocado estar del lado de los perdedores.
- ¿Recuerda cuándo llegó a Madrid?
- No había amanecido aún cuando cogimos el tren de Arganda. Mi mundo eran la mula, la borrica, la gallina, el carro... Y llegamos a un sitio donde había estraperlo y mucho miedo. Veníamos con nuestras cosas en unas cestas y no nos dejaron subir al tranvía. Vivimos tres familias en un piso. Nosotros éramos cinco: mis padres, la abuela y luego una hermana y yo. Teníamos una habitación con derecho a cocina. Cuando alguien dice que volvemos a los tiempos de Franco, no tiene la más puta idea de lo que era aquello.
- Entonces, el cine era la evasión.
- Era un territorio en el que se producía un milagro. No siempre mi madre tenía dinero para la entrada, pero cuando lo había nos metíamos en la sala y nos daba lo mismo que la película fuera buena o mala. Aquello era como subir a una alfombra mágica. El problema era que cuando se encendían las luces tenías que salir a la calle.
- Hasta la próxima función.
- Sí, pero había una continuación: los cromos. Yo hacía muchos álbumes, que aún conservo. También recortaba anuncios de películas que salían en los periódicos y los pegaba en un cuaderno.
- ¿Qué opinaban sus padres de esa afición?
- Yo me eduqué en los calasancios y en otros colegios gratuitos y por las tardes iba al Virgen de la Paloma a aprender un oficio. Cuando me preguntaban qué quería ser y decía que 'artista de cine' lo primero que hacían era llamar a mi padre. Enseguida me di cuenta de que ellos no lo iban a entender. Lo normal era que yo hubiese sido por ejemplo un albañil, un hombre de provecho.
- Fue en la mili donde decidió que se la iba a jugar apostando para ser actor.
- Antes ya había hecho algunas cosas con un grupo de teatro. Yo cantaba flamenco y copla por mi madre y un chico que estaba por allí a finales de los cincuenta me habló de Vivaldi, de Brahms y otros. Luego me fui a Melilla, una suerte. Ya al marchar le dije a mi padre que cuando terminara la mili no iba a regresar al taller. Empecé a leer en la biblioteca del cuartel, según encontraba los libros a partir de la letra A.
- ¿Cuántos leyó?
- Cuando estaba en la B me metieron al calabozo... Un día se me acercó un compañero que llevaba un ejemplar de 'Las palmeras salvajes' y fueron él y otro soldado quienes me seleccionaban lecturas.
Esa voz. Cuando José Sacristán habla, no hace falta mirarlo. Su voz guía el relato, lo matiza y lo llena de significado. Está posando para las fotos en el Teatro de La Latina y son sus cuerdas vocales las que ponen la dosis exacta de picardía: «Aquí venía yo en los años cincuenta a verle los muslos a Maite Pardo, Mari Begoña y Lina Rosales, que actuaban en las revistas. También iba al Albéniz a ver 'Devuélvame a mi señora', que tenía canciones como 'El dromedario' y 'La datilera'. Todavía me las sé». Y para demostrarlo se pone a cantar: «No vaciles en montar el dromedario; en la chepa puedes ir, como va cualquier faquir».
- Un día le llamaron para salir en 'La familia y uno más' y comenzó su carrera cinematográfica. ¿Qué sintió en el rodaje junto a Alberto Closas, José Luis López Vázquez y Julia Gutiérrez Caba?
- Estaba actuando en el Maravillas y me llamaron para hacer una prueba. Ya había nacido mi hijo mayor... Aún recuerdo que cuando estaba esperando llegó Alberto Closas y se sentó a mi lado. Luego Masó me firmó cuatro películas.
- Acaba de hablar de las funciones que hacía. ¿Cómo era la vida de un actor en las giras de esos años?
- Viví los coletazos de lo que Bardem contaba en 'Cómicos'. Salí de gira por primera vez en 1961. Cuando me subí al tren ya me vi como actor. Luego la realidad era llegar a Valladolid a las cuatro de la madrugada sin haber reservado una pensión y no encontrarla hasta la tarde siguiente.
- Debió de gustarle porque después cruzó el Atlántico con una compañía y hasta viajó en un avión militar.
- Lo de Colón fue un juego de niños comparado con la odisea de aquel viaje. Mi idea era quedarme en Argentina, pero cuando llevaba año y pico decidí volver. Luego me incorporé a la compañía Lope de Vega. Hice pocas giras porque el cine me libró de eso, con todos mis respetos a quienes las hacían.
- También fue vendedor de libros a domicilio. ¿Cómo le recibían en las casas?
- Cuando vi el catálogo de Círculo de Lectores pensé que aquello iba a funcionar. Y así fue. Creo que apunté a todo el mundo, también manejaba títulos clandestinos. He vendido incluso libros por metros, en casas de nuevos ricos.
Antes de convertirse en un actor imprescindible para el cine español, estuvo a punto de arrojar la toalla. «Siempre he tenido trabajo, pero con dos hijos el sueldo no me llegaba», explica sentado en una sala del teatro La Latina. Lo salvó el empuje del cine de los años llamados del 'destape', al que no puede por menos de estar muy agradecido. «Le debo mucho a Ozores, Masó y a otros. Y a Alfredo (Landa), éramos como hermanos. Luego el país cambió y nos tocó contarnos en el cine qué estaba sucediendo». Eso fue en los años postreros del franquismo y el inicio de la Transición, pero antes un conocido republicano como él había trabajado sin problema con directores de ideología muy conservadora. «Yo no iba a los rodajes cantando 'La Internacional', pero con Saénz de Heredia, que era primo de José Antonio, he tenido enormes conversaciones de cine. Nunca hubo inconveniente ni incomodidad entre nosotros pese a nuestra muy distinta ideología».
- En 'Asignatura pendiente' encarnó al personaje que mejor se identificaba con una generación de españoles reprimidos política, social y sexualmente.
- Antes ya había habido dos películas muy importantes a la hora de narrar los cambios que se estaban produciendo: 'Los nuevos españoles' y 'Vida conyugal sana'. Pero 'Asignatura pendiente' y 'Solos en la madrugada' fueron especiales. Me siento muy orgulloso de haber sido el prototipo de español medio.
- Mientras rodaban, ¿pudieron imaginar el impacto de la película?
- No, era imposible. De entrada, nadie quería producirla hasta que la cogió (José Luis) Tafur. Luego, no encontraban distribuidor. Se estrenó y apenas tuvo el menor eco y ya la iban a quitar cuando, de pronto, de un lunes a un jueves, se produjo algo parecido a un milagro.
- Fernando Fernán Gómez fue su gran referencia. ¿Cómo se conocieron?
- Él estaba rodando 'Las panteras se comen a los ricos' y alguien me dijo que quería hablar conmigo. Entendió bien que no quisiera sustituirlo en una gira y luego la amistad fue a todos los niveles. Era grande: como ser humano, cuando estabas con él no cabía la impostura. Aprendí de él qué supone una profesión como esta en un país así: que la mayor medida del éxito está en la continuidad en el trabajo. Era la hostia, Fernando.
- Actores y actrices encarnaban un estilo de vida contemplado desde fuera con admiración e incluso con cierta envidia: fiestas, lujo, amores... ¿Había algo de eso o solo pasaba en Hollywood?
- A quien pensaba así, y piensa aún, lo invitaría a ir a un rodaje para que viera cómo se trabaja. De todas formas, no puedo dramatizar porque nadie está en esto a la fuerza. Entiendo que hay mucho escaparate, pero este es un colectivo con todo tipo de personas. Hay quien vende talento, o una galanura, o un par de tetas considerables.
- También se venden intimidades.
- El punto de más lo dan ahora la tele y las redes sociales. El mundo del glamur ha sido alimentado por todo ello. Nadie está obligado a eso pero sucede que es una fuente de ingresos muy considerable. Y si pasa es porque alguien lo ve, a alguien le interesa. Es como el circo romano: siempre hay público deseando que el león se coma al cristiano.
- Usted también cantaba, hizo zarzuela y musicales. Puede que sea el actor español más polifacético.
- Soy una tonadillera frustrada. He cantado flamenco, copla y zarzuela. He hecho 'El caserío', 'My fair lady', 'El hombre de La Mancha'... y me habría gustado ser el director Carlos Kleiber. Suelo decir que me gustan las coplas de Beethoven y las sinfonías de Miguel Poveda.
- ¿Le gustan los musicales?
- Los musicales son un enorme disfrute... siempre que acuda el personal. Eso cuesta mucho dinero y, como no vaya gente, la fiesta se convierte muy pronto en un funeral.
Nació en Chinchón (Madrid) el 27 de septiembre de 1937.
Formación. Estudió en el Instituto de FP Virgen de la Paloma, regentado por Salesianos. Lo dejó pronto para trabajar en un taller mecánico.
Carrera. Debutó como actor profesional en el teatro, en 1960. En esa misma década dio el salto al cine. Desde entonces, ha participado en un centenar de películas, entre ellas: 'La familia y uno más', 'Españolas en París', 'Vida conyugal sana', 'Los nuevos españoles', 'Asignatura pendiente', 'Solos en la madrugada', 'Un hombre llamado Flor de Otoño', 'La colmena', 'La noche más hermosa', 'Todos a la cárcel', 'El muerto y ser feliz' y 'Magical Girl'. También ha dirigido tres filmes, participado en decenas de obras de teatro (ahora mismo protagoniza 'Muñeca de porcelana'), incluidos musicales, y un puñado de series de TV.
Premios Ha ganado un goya, dos conchas de plata y además los Sant Jordi, ACE, Fotogramas, Forqué, TP de Oro, Feroz y Cóndor de Plata.
Bromea Sacristán cuando el fotógrafo le pide que se ponga de perfil para un retrato. «A mí me vino muy bien el cinemascope para salir así porque en las películas de 35 mm la nariz no entraba», dice entre risas. Luego exhibe una pulsera que le regaló el dramaturgo David Mamet por su trabajo en 'Muñeca de porcelana', que representa desde hace un par de años.
- ¿Qué dijeron sus padres cuando comenzaron los éxitos, los premios?
-La Nati siempre fue cómplice. El Venancio fue afortunadamente un adversario, alguien a quien convencer de que hacer cine o teatro no era un trabajo menos noble que el del campo. En Chinchón solían decir que si vendías bien los ajos salvabas el año. Cuando yo ya era conocido en el cine y el teatro, un día me preguntó: «Este año, ¿cómo has vendido los ajos?»
- Los críticos coinciden ahora en que muchas veces, con papeles secundarios, usted salva una serie de TV o una película, y le da una dignidad que de otra forma no tendría.
- Ahora no aceptaría un papel protagonista en una serie porque quiero hacer otras cosas. En 'Velvet' voy a volver como fantasma, porque ya me había muerto... (se ríe). No quiero perder de vista al crío que fui y sigo viviendo mi trabajo con la ilusión de querer ser D'Artagnan o Robin de los Bosques. Aunque a veces, cuando hay que rodar una escena en exteriores, a las cinco de la mañana, me pregunto: «¿Qué haces aquí en vez de estar en casa?».
- Quizá por eso ha dicho alguna vez que si para hacer una gran película tiene que pasarlo mal prefiere hacer una no tan buena.
- Sí, no quiero sufrir porque no hay razón para ello. Fernán Gómez solía decir que nadie tiene vocación de actor; nadie quiere limitarse a hacer una escena con una frase y ya está. Uno quiere ser protagonista y no otra cosa.
-¿Qué futuro tiene un país en el que los políticos no sienten el menor aprecio por la cultura?
- Esto no es nuevo. Y ojalá fueran solo los políticos. De todos modos, yo sería un miserable si me quejara. No lo puedo hacer, pero me gustaría que el teatro tuviera más seguidores.
- ¿Qué habría sido de su vida si sigue los consejos de su padre y aprende un oficio?
- No me lo he planteado nunca. Habría sido jodido. Si Franco no llega a ganar la guerra, mi padre habría seguido en Chinchón dedicándose al campo y a mí me habría sido difícil salir de allí. Me lo decía él mismo.
- Alguna vez ha dicho que no puede sentir odio pero más bien por pereza. ¿Y desprecio?
- No tengo capacidad para el rencor.
- ¿Cómo se ha llevado con los colegas?
- Mis mejores amigos están en la profesión, así que con eso está dicho todo.
- Una de sus mejores amigas es Concha Velasco, que ha anunciado que se retira aunque luego ha matizado un poco.
- No se va a retirar. Se lo he dicho: «Concha, no podemos hacerlo hasta que volvamos a trabajar juntos».
- ¿Usted nunca lo ha pensado?
- No tengo intención de retirarme mientras esté bien. Pero tampoco quiero salir al escenario a dar pena.
- ¿Con qué papel le gustaría despedirse, con qué frase haría mutis por el foro?
- Tengo un proyecto de una obra nueva pero no puedo dar más datos. Pero, ¿un papel? En 1963, José María Rodero interpretaba en el teatro 'Calígula'. Yo vi la obra muchas veces y siempre tenía la impresión de que Rodero era mayor para el personaje. Cuando muchos años después me lo ofrecieron, el excesivamente mayor era yo... Hay dos frases de esa obra que podrían servir: «La pena tampoco dura. Hasta el dolor carece de sentido».
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