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Con el calor que hacía ayer a las dos de la tarde en Bilbao, la veintena de personas que esperaban a que reabriera el Guggenheim parecían estar formando una cola propia de un espejismo. Pero realmente era una cola, más modesta en número que ... las que han jalonado la historia del museo desde su primer verano en 1998 pero con no menos entusiasmo. Entre los integrantes de la misma había una mezcla de militancia a favor del Guggenheim, de ilusión de vivir un momento histórico -que lo fue- y de ganas de pasar un buen rato.
El museo reabría sus puertas en unas circunstancias ojalá irrepetibles. Con una pantalla a a la que hay que acercarse para verificar que la temperatura corporal no es sospechosa, con gel para las manos y mascarilla obligatoria. Una imagen nueva para un museo de casi 23 años de una vida muy agitada.
Dada la proyección del Guggenheim, había tantos profesionales de los medios de comunicación como público general, con unas ganas evidentes de curiosear por un museo que jamás ha estado así de vacío. «Es una sensación nueva. Teníamos que venir para ver esta reinauguración, que no tiene nada que ver con la de 1997 pero que sí es algo muy distinto a lo habitual», confesaba Estibaliz Saralegi, amiga del museo y de las cinco primeras personas que atravesó la puerta en esta nueva época.
Dentro esperaban los responsables del Guggenheim con el director general, Juan Ignacio Vidarte, a la cabeza y, como el resto del personal, con una mascarilla negra con la impresión a un lado de uno de los primeros dibujos que hizo Frank O. Gehry cuando le propusieron diseñar el Guggenheim.
Imanol Sierra se acercó con sus dos hijos adolescentes, Nekane y Julen. No son de los muy reincidentes del museo pero sí tenían ganas de volver a visitarlo y decidieron que ayer era un buen día para cumplir ese deseo. «Ahora no tengo que trabajar y era un buen momento porque tenemos que reavivar entre todos esta situación. Tenemos que remar en la misma dirección», decía este vizcaíno que le tiene «respeto» al virus pero «no miedo».
En la misma cola estaba también Nerea Larrinaga con sus tres hijas, Nora, Aiala y Giti. «Como no tienen escuela, tratamos de aprovechar el tiempo. Estos primeros días de la vuelta al museo van a ser interesantes y entretenidos», comentaba.
Pasados unos diez minutos de las dos de la tarde, llegaron el diputado general de Bizkaia, Unai Rementeria, y la diputada de Cultura, Lorea Bilbao. Pagaron la entrada, doce euros cada uno (el coste del ticket en taquilla), con la intención de apoyar con su presencia y con su bolsillo al museo en el año más difícil de su trayectoria.
Un lujo poder perderse a esas primeras horas de la reinaguración por las luces de Olafur Eliasson que proyectan las sombras de los visitantes, por los cuadros de la brasileña Lygia Clark, por las obras humorísticas de Richard Artschwager y por los dibujos hechos y deshechos por William Kentridge en su vídeo.
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