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Estaba cantado y no por ello ha sido menos celebrado. El bilbaíno Urko Olazabal se ha llevado el Goya al mejor actor secundario de este año. Su personaje de Luis Carrasco en 'Maixabel' le ha llevado al olimpo de una profesión con muchas luces, pero ... también sombras. Él lo sabe bien. Para muchos era, hasta el estreno del filme de Icíar Bollaín sobre la viuda del político socialista Juan Mari Jáuregui, asesinado por ETA el 29 de julio de 2000, un auténtico desconocido.
Urko ha subido al escenario muy feliz. «Llegar aquí no es fácil y hemos llegado. Quiero dedicar esto a mi madre porque he sido un poco trasto hasta ahora y este sueño me lo ha facilitado ella», ha afirmado Olazabal, que agradece a Maixabel y a Bollaín el apoyo.
También ha querido agradecérselo a la familia, a la cuadrilla, «que estará en el txoko botando» y «a todes mis alumnes».
Urko Olazabal recibe el premio a mejor actor de reparto en los #Goya2022 por si interpretación en 'Maixabel'
La 1 (@La1_tve) February 12, 2022
"Esta película nos hace entender un poco mejor quiénes somos"
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Ahora su nombre figura entre los más grandes, un triunfo para alguien que trabaja como un artesano de su oficio, lejos de los focos, pero cerca de la esencia, puliendo talentos que en unos años, quién sabe, tomen el relevo del maestro. Olazabal, de 43 años, da clases de interpretación junto a Richard Sahagún en la escuela Bizie de Bilbao y también es profesor de audiovisuales en la ikastola Urretxindorra en el barrio de Miribilla de la capital vizcaína.
Ellos, los alumnos, han sido su auténtico motor y parte del 'cabezón' que se traerá a su casa de Muskiz les pertenece. «Son mi 'coach', mi 'training'. Sin ellos no me hubiera reciclado como actor», decía hace unos días a este periódico, preocupado por cómo conciliar lo uno y lo otro de ahora en adelante.
La historia de Olazabal está construida ladrillo a ladrillo, con sudor y con lágrimas. Sufrió un cáncer hace diez años, «cuando era más bruto que un arado». Un linfoma. Trató de cerca con la muerte. Y ahí es cuando empezó a fijarse «en otro tipo de cosas». «Aquel tiempo me enseñó a observar, a pisar la tierra de otra manera, a tener una sensibilidad completamente diferente», ha confesado. Salió del bache.
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Pero luego vino otro: nadie le llamaba para interpretar ningún papel y se volcó en ser director. No tuvo suerte y acabó en bancarrota. Sin un duro y con el orgullo herido se puso a trabajar en una pastelería: «Entendí que el sueño se había acabado. Me vi en el suelo». Sin embargo, el viento cambió y volvió a resurgir de sus cenizas, como un ave fénix. Lo hizo de la mano de un nuevo representante y de su mujer, su principal apoyo.
En 'Maixabel', Olazabal se pone en la piel de Luis Carrasco, miembro del comando que mató a Jáuregui en Tolosa. Su personaje va por delante en el plano moral que el de Luis Tosar, es el primero que tiene el encuentro con Maixabel, un momento de auténtico clímax en la película.Y él lo borda, con sencillez, sin estridencias.
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El encuentro con el Carrasco real le marcó y supo exprimir todos y cada uno de los sentimientos de aquella entrevista en la que se encontró «a una persona profundamente arrepentida». Se propuso ser el vehículo de aquello y lo ha hecho de manera soberbia. También le ha valido haberse movido en su juventud en los círculos de la izquierda abertzale.
No es la primera vez que hace de etarra. También hizo de Josu Bolinaga, secuestrador de Ortega Lara. Fue en 'El instante decisivo', el documental ficcionado de Atresmedia 'El instante decisivo'. Después le llamaron para 'Patria'. ¿Otro miembro de la banda en su currículum? No, le ofrecieron ser el concejal popular Manuel Zamarreño, asesinado en 1998. De él no encontró ni una grabación en la que inspirarse, lo hizo con «escritos de la Asociación de Víctimas del Terrorismo que hablaban sobre él».
Esta noche, con el Goya entre sus manos, Olazabal no ha podido evitar emocionarse. No es para menos, tenía como rivales a tres monstruos, todos ellos de 'El buen patrón': Natalie Poza, José Coronado y Fernando Albizu. Es el triunfo de quien ha tocado fondo, ha vuelto a la superficie y ha aprendido a mirar la vida de otra manera. Con sus luces y sus sombras, dos ingredientes fundamentales para dar volumen a las cosas y para hacer cine, con mayúsculas y sin ellas.
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