Civiles muertos tras un bombardeo ruso en un punto de evacuación en la ciudad ucraniana de Irpin. Manu Brabo

«Yo no me pongo una venda en los ojos»

El fotoperiodista Manu Brabo, ganador del Pulitzer, da una charla en la UPV/EHU en el marco del certamen Basquedokfestival

Viernes, 3 de noviembre 2023, 00:27

Hijo de médicos de la sanidad pública, no heredó la vocación pero sí la conciencia social. El fotoperiodista Manu Brabo (Zaragoza, 1981) lleva cerca de 20 años en la brecha. Lo mismo en Kosovo que en Haití, se ha acercado siempre al máximo a los ... que sufren. No toma distancia, se compromete y toma partido. «Intento ganarme la confianza de la gente. Me muevo como uno más entre ellos. Hablamos de fútbol, de chicas... Tienes que superar barreras para conseguir buenas fotos. Trabajar con lentes cortas te obliga a estar muy cerca de las personas», recalca un profesional que en 2013 se hizo merecedor del Pulitzer por su trabajo en Siria. Habla con pasión y mantiene la mirada fija en un punto lejano, en una salita de la Facultad de Ciencias de la Información de la UPV/EHU.

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Los recuerdos se le agolpan en la cabeza, poco antes de dar una charla como invitado del certamen internacional de fotografía contemporánea de Bilbao, Basquedokfestival, que se celebra hasta el domingo en Azkuna Zentroa. Es mentar el Pulitzer para que vuelva a sentir un golpe en el estómago. Imposible olvidar la estampa del padre en cuclillas, abrazado al cadáver ensangrentado de su hijo, a la salida del hospital Dar el Shifa, en Alepo. En esa ocasión no tuvo tiempo de charlar y confraternizar. Fueron segundos de clic, clic, clic. Nunca sabrá el nombre del hombre ni el niño. Pero la imagen cumplió con su función. Brabo agita conciencias, «y luego que cada uno se movilice o no, según le parezca».

En la actualidad trabaja para 'The Wall Street Journal' y sus condiciones de trabajo han mejorado mucho desde sus inicios, cuando le tiraban tanto las trincheras y la acción «que me la jugaba con los ojos cerrados y caí preso en mi primer conflicto gordo». En 2011 las tropas de Gadafi le tuvieron mes y medio en prisión cuando colaboraba con la agencia europea EPA. «Arriesgaba a tope. Quería portadas en el 'New York Times', en 'Los Angeles Times', me daban premios... ¿Cómo no iba a arriesgar? Yo en Libia me iba con los rebeldes y la cámara. No podía evitarlo». Ahora se cuida mucho más. Tiene pareja, casa en una aldea de Asturias, –se crió en Gijón y estudió en la Escuela de Arte de Oviedo– y no tiene necesidad de jugarse la vida. Al menos, no tanto. «Lo que he perdido en arrojo e inconsciencia lo he ganado en saber mirar y contar».

Sensaciones de 'freelance'

Eso sí, también advierte de que si toca arremangarse y entrar en el agua, «me meto el primero». No pierde el nervio y evita la monotonía. Por eso se marchó de Ucrania, después de llevar casi dos años allí. «Es un país que conozco bien desde 2014 y en los últimos tiempos me ha absorbido mucho. Necesitaba recuperar otras sensaciones, volver un poco a lo 'freelance'. No quería seguir picando en la misma pared. Llega un momento en que se pierden los matices y tienes la impresión de estar con el piloto automático». Con ganas de recuperar la frescura y el punto «vivaracho», puso rumbo a Líbano donde se ha pasado 15 días «para hacer las historietas que me apetecían». Fue por libre –'The Wall Street Journal' no tenía interés en la zona– y ha vuelto hace muy poco a Asturias. Feliz de estar con su chica, sus tres hijos y la perra Lea.

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Duerme bien, pese a lo mucho que ha visto. No le quita el sueño la perspectiva de tener que viajar a Israel. «Ahora me mandan allí y no voy a quejarme. Pagan bien y los gastos están cubiertos. Voy asegurado. Llevo chaleco y casco. Me ponen un coche blindado, un buen conductor, un tío de seguridad... Solo tengo que preocuparme de hacer las fotos». Lo que todavía no sabe es el enclave exacto de su destino, porque eso depende del redactor al que tenga que acompañar. «Si trabajas para un periódico, tienes que adaptarte. A veces estás con alguien que busca historias y otros... Vamos, que a veces me he hinchado a hacer retratos de alcaldes, que son gente que me tiran del pijo».

Entusiasta y pragmático, «porque hay que pagar facturas», deja claro que su vida personal no se resiente. «En ese ámbito estoy de puta madre. Tengo la capacidad de conectar y desconectar». Es un hombre sólido, de más de 1.90 metros y convicciones arraigadas. No le afectan las acusaciones de terrorista por haber fotografiado el funeral de un militante de Hezbolá. «Muchos de los que me aplaudían por mi trabajo en Ucrania, ahora me insultan por mostrar el dolor de una madre. ¡Pero es la realidad! Yo no me pongo una venda. Miro y hago fotos».

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