Una buena Celestina malvada

Calisto, joven hidalgo, persigue un halcón en el huerto de Melibea, hacendada de cuna, y se enamora. Influido por su criado Sempronio, contrata a Celestina para activar el amor a la muchacha. La versión de Eduardo Galán logra el clima y el trajín rebelde sin lágrimas del 'carpe diem': hay prisa, la vida es breve y más fugaz la juventud. Busca claridad y recurre a un salto atrás donde Pleberio el padre de Melibea (con menos peso en el libro), es el hombre de razón que narra hechos, advierte, inculpa, y llora la tragedia. El habla suena a la época con parlamentos ceñidos y menos trabas léxicas.

La escena es un denso local gris metálico con paredes, puertas y torres móviles un poco lentas, con el lugar común del sitio cerrado. El director Antonio Guijosa logra acción, sensualidad, y la hábil licencia de escenas simultáneas para mostrar los fatales desenlaces. Anabel Alonso es una comediante de tonos y gestos anchos y continuos, empática por popular, con el contradictorio atractivo de la perfidia de su tipo. Y va con ella un elenco joven algo desigual, a veces en dobles papeles. Predomina el relato, se subraya la lección. Celestina en síntesis.