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Todos están profundamente arraigados en su país de adopción. No tienen previsto regresar y afrontan la pandemia del Covid-19 con buen ánimo. Son profesionales vascos de la cultura con muchos proyectos entre manos. Tienen entre 41 y 52 años, hablan varios idiomas y no van a dejar de seguir conectados con el mundo. En eso consiste su trabajo. Cada uno en su parcela se mantiene abierto al exterior. La música, el arte, la literatura y el teatro no tienen fronteras. No hay pandemia que pueda con ellos.
Corea del Sur, Estados Unidos, Alemania y Francia son los países donde tienen su casa el director de orquesta Unai Urrecho; la comisaria de exposiciones Idurre Alonso; la escritora Izaskun Gracia y el director y pianista Iñaki Encina Oyón. Allí trabajan y cotizan. Son ciudadanos de pleno derecho y tienen una opinión propia.
Hablan lo mismo del férreo control del Gobierno de Seúl como de la despreocupación de los turistas alemanes que no han dudado en viajar este verano al extranjero. O de la crispación política en Estados Unidos que no suma contra el virus. Sin olvidar la capacidad de adaptación a las circunstancias desde una Francia donde Macron ha garantizado un año de protección económica para los músicos, que se ven así valorados aunque a veces les pesen las restricciones para hacer su labor artística frente a otros sectores de industria o servicios. Casi igual que aquí.
Este año no saldrá de Corea y cruza los dedos para que le dejen trabajar: «Aquí no se andan con paños calientes»
Unai Urrecho (Mondragón, 1977) es director titular de la Orquesta Filarmónica de Saigón, al sureste de Vietnam, y profesor en la Universidad de Suwon, a 30 kilómetros de Seúl. Vive en Corea del Sur desde hace 16 años, a poco más de 14 horas en avión de Bilbao. Un viaje que siempre se le pasa en un suspiro. No le afecta el 'jet lag' y está acostumbrado a cambiar de continente de la noche a la mañana. Pero este año no piensa venir a Euskadi: «De hecho, tampoco iré a Vietnam. Allí me han cancelado los conciertos. Y además, es tan engorroso viajar... Salvo estricta necesidad, más vale no moverse. Necesitas un certificado médico para salir, que deben hacerte en menos de 72 horas, y hay que pasar dos semanas de cuarentena al volver. Total, que mi mujer y yo hemos decidido quedarnos en Seúl», razona Urrecho.
Ahora mismo está volcado en los ensayos de la opereta 'El murciélago', de Strauss, que tiene previsto dirigir esta semana en el Seoul Arts Center. Hasta el viernes todo el equipo estaba tranquilo y confiado. Pero en los últimos cuatro días la situación ha dado un vuelco: «Los casos se han disparado, el viernes había poco más de 100 en todo el país, el sábado lo mismo, ayer más de 200 y hoy... ¡a saber! Son cifras terribles para un Gobierno como el de Seúl, que con 50 contagiados al día ya empieza a ponerse muy nervioso».
No se descarta que el Ejecutivo tome medidas drásticas y se cancelen las funciones. «Aquí las autoridades son tajantes. No se andan con paños calientes. Vivimos en un Estado sanitario-policial que controla tus movimientos y actúa a toda velocidad». Las cámaras graban cada paso que se da por la calle y se puede hacer un seguimiento exhaustivo de la población gracias al GPS de los móviles. «El rastreo y los tests son rapidísimos. En ocho horas saben dónde has estado. Si te saltas la cuarentena te imponen una multa de 10.000 euros y si no puedes pagar, te meten en la cárcel». Parece que no se mueve una hoja sin que se entere Moon Jae-in, el presidente de Corea del Sur. ¿Cómo se explica entonces el aumento de infectados en las últimas jornadas?
«Yo creo que todo se debe a los grupos descontrolados y radicales. Hay feligreses de iglesias protestantes, muy conservadoras y contrarias al Ejecutivo, que siguen reuniéndose sin cumplir las medidas de seguridad. Y el sábado se manifestaron en Seúl más de 10.000 personas contra el Gobierno. A ver cómo evoluciona todo esto...».
Trabaja desde casa para el centro Getty de Los Ángeles, que no permitirá volver a la oficina hasta que haya vacuna
Lleva teletrabajando desde marzo y confiesa que está «histérica» a la vista del futuro inmediato. En Los Ángeles los colegios no van a abrir con el nuevo curso, así que las clases se impartirán 'online'. «Mis hijos tienen 6 y 8 años. Están en una edad en la que debes estar encima y, claro, eso supone tiempo. Mi marido tiene un café-restaurante y yo me quedo en casa, como maestra de los niños y con lo mío», suspira Idurre Alonso (Bilbao, 1979), desde su despacho improvisado en casa, donde ahora tiene que sacar adelante su labor como comisaria asociada de las colecciones latinoamericanas en el Instituto de Investigación Getty, que atesora un legado histórico y artístico de cinco siglos.
Con 2.000 infectados de coronavirus al día en Los Ángeles, «queda lejos el día en que podamos volver a la mínima normalidad en los museos». Y lo mismo sucede con los cines y teatros. La meca del entretenimiento tiene la persiana bajada desde marzo. «Las peluquerías hasta hace poco también. En estos momentos les dejan trabajar pero si lo hacen en la calle», detalla Alonso. Pese a todo, el control deja mucho que desear. No por la falta de multas, sino porque el resultado de los tests tarda una eternidad: «Me hice la prueba hace dos semanas y me han dado los resultados hace tres días».
Más de cinco millones de afectados en el país no han bastado para que el sistema sanitario de prevención y rastreo apriete el acelerador. Lo cual significa que probablemente no tenga mucho margen de mejora. «También es verdad que aquí todo se politiza. Hay gobernadores republicanos que se muestran contrarios a la mascarilla porque, dicen, atenta contra su libertad. Y algunos militantes de izquierdas piensan que todo es un montaje del Gobierno». Ni unos ni otros ayudan a focalizar el problema. ¿Y el ciudadano de a pie? «La gente en su mayoría cumple. Al menos, en Los Ángeles. Llevan mascarilla y respetan la distancia. Ven el alcance de lo que sucede».
Los efectos serán devastadores en todos los ámbitos. Muchos museos ya han reducido plantilla y sueldo; otros se hundirán y pocos saldrán indemnes. Por fortuna, el centro donde ella trabaja goza de recursos astronómicos gracias al legado del multimillonario Jean Paul Getty. Y se toma muy en serio la salud de sus trabajadores: «Al margen de cuándo se pueda abrir, ya nos han dicho que no volveremos a la oficina hasta que haya vacuna».
Añora los talleres literarios que solía dirigir en Berlín y se siente incapaz de escribir versos sobre el coronavirus
«Aquí mucha gente volvió a principios de la semana pasada después de pasar las vacaciones en Italia, Escandinavia, Tenerife, Mallorca...», desvela la escritora Izaskun Gracia (Bilbao, 1977) desde su casa en el barrio de Lichterfelde al sur de Berlín. Cerca de 9.300 fallecidos en todo el país no eran suficientes para asustar a los turistas alemanes. Los tests obligatorios para entrar en el país se han generalizado, pero los expertos siguen temiendo la segunda ola del Covid-19. Los que regresaron a casa sin hacerse la prueba, porque en ese momento venían de una zona que no estaba en la lista negra, podrían ser una bomba de relojería. El miedo crece al tiempo que cogen fuerza «las corrientes negacionistas y 'conspiranoicas'», que tachan la pandemia de «una estrategia económica».
Hace poco se organizó una manifestación en la capital alemana con pancartas que apelaban al Gobierno de Angela Merkel «para que dejara de mentir». La canciller es doctora en Física, tiene hilo directo con los epidemiólogos y no se le escapa ninguna variable de la progresión de la enfermedad. Pero ni siquiera ella puede contentar a todos sus compatriotas.
Las ayudas del Ejecutivo, no obstante, han sido muy bien recibidas. Nadie ha protestado. «Yo como autónoma me apunté un viernes como solicitante y el lunes ya tenía 5.000 euros en la cuenta. Y en el caso de que tuvieras un trabajador a tu cargo y alquilaras una oficina, podías recibir hasta 15.000 euros», detalla Gracia. Una cantidad que hay que administrar como oro en paño. «Aquí te soluciona la vida un par de meses pero no más. Si esta situación se alarga y complica, todos tendremos que pensar en un plan B».
Ella es poeta y cuentista, además de traductora, y redondea sus ingresos como diseñadora gráfica. Hasta ahora dirigía talleres de escritura y literatura en librerías hispanohablantes de Berlín, «pero es una actividad que no sé cuándo volverá». Ningún local puede acoger a 50 personas durante dos horas. Y utilizar aplicaciones como Skype o Zoom no es una opción. «Hay actividades en las que son muy importantes las relaciones humanas. Ese cuarto de hora que te quedas de más y sirve para estrechar lazos y hablar de tantas y tantas cosas...».
En estos meses ha escrito muchos versos pero nada relacionado con el coronavirus. «Una vez que todo esto haya pasado, es probable que le dedique unas líneas. Pero de momento me siento incapaz».
Con los teatros ingleses cerrados sin saber cuándo abrirán, se aferra a la enseñanza y cine de animación
Vive en Mánchester pero ahora se encuentra de vacaciones en Cardigan, al suroeste de Gales. «Es muy bonito. Se parece a Euskadi», constata el actor Javier Marzán (Hondarribia, 1967). Se marchó a Inglaterra en 1992 para completar su formación y no se arrepiente. Tiene trabajo, familia y confía en seguir adelante. Al menos, hasta octubre tiene el horizonte despejado. «Hemos recibido ayudas para medio año, basadas en un porcentaje de lo que hemos contribuido en los últimos tres años. Se nos garantiza el 80% de lo que ganamos al mes», explica Marzán. Mientras tanto, los teatros siguen cerrados a cal y canto.
«¿Cuándo se abrirán todos? ¡Quién sabe! Yo ahora tendría que estar ensayando para unas funciones de 'El servidor de dos amos', de Goldoni, y me las han pospuesto para el año que viene». Nada se cancela, solo se aplaza. Una manera de mantener viva la esperanza. Todo el gremio de las artes escénicas tiene los ojos puestos en las pantomimas navideñas, «muy importantes para los actores y los teatros, que hacen buen dinero». Son representaciones cómicas muy populares, con repartos de más de 15 personas, entre actores, cantantes y bailarines. «Ojalá se pueda volver a trabajar en esas fechas. Y sin restricciones de aforo, por supuesto. Hace falta llenar un 70% para que salgan las cuentas».
Los rodajes para la televisión y la gran pantalla sí que han vuelto a ponerse en marcha. «Se organizan equipos reducidos y la cosa funciona. Yo mismo me voy a Alemania en septiembre como 'guía gestual' para una película infantil de animación. Daré las pautas de movimiento a los animadores que van a recrear unos monstruos». Un trabajo de pocos días que compaginará con las clases en LIPA, la escuela universitaria que el exbeatle Paul MacCartney fundó en Liverpool. «Ojalá no tenga que impartirlas por Zoom. Enseñar teatro gestual de esa manera es una locura».
Cerca de 42.000 fallecidos «y pautas cada vez más confusas», no han conseguido hundir la moral de la población británica. «No se permite una reunión familiar en una casa pero sí en un restaurante... ¿Quien entiende eso? Eso sí, la mayoría respeta las normas», asegura Marzán. Las autoridades no dudan en apelar al espíritu de combate para resistir: «Aquí dejaron huella las dos guerras mundiales y, claro, el resorte de la unión contra un enemigo común siempre funciona. El pueblo confía en que todo saldrá bien».
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