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El Bosque de Oma es seguramente una de las obras más emblemáticas e interesantes de Agustín Ibarrola. Pero quizás no lo sea tanto por su capacidad para evocar los viejos mitos o por su capacidad metafórica para reflejar la relación del hombre con la naturaleza, ... como por su calidad y profundidad a la hora de expresar a través de esa corriente de amplio concepto, la del 'land' o 'environmental art', un análisis de la interactividad del espacio plástico en la naturaleza.
Precisamente la misma indagación de fondo que está en la experiencia plástica del Equipo 57, con las superficies de diferentes cromatismos y las líneas como estructuras que delimitan los colores, una pura continuidad dinámica del espacio, que además constituye uno de los mejores hitos en toda la trayectoria de Agustín Ibarrola.
Ello explica, sin duda, la necesidad de preservar y recuperar ese importante legado artístico tras la afección sufrida por los pinos, ahora reproducido en un terreno cercano al anterior por un equipo multidisciplinar que ha elaborado con todo rigor una relectura del conjunto. Cierto que no se trata del original, de la obra iniciada a comienzos de los años 80 por el propio artista, aunque el mantenimiento del espíritu de la obra, su capacidad evocadora y su filosofía creativa y experimental logran no devaluar un ápice la importancia del conjunto.
Un conjunto que en su progresiva revitalización vuelve a recordar, en todo caso, la asignatura pendiente de una gran revisión de la obra de Ibarrola en uno de los grandes museos bilbaínos.
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