Justo antes de la pandemia, llegaba la hora de despedirse definitivamente del Bosque de Oma original, aquel entorno sugerente y mágico que Agustín Ibarrola empezó a crear hace cuatro décadas: los árboles estaban ya muy viejos, muchos de ellos habían enfermado sin remedio y la ... familia Ibarrola anunció en febrero de 2020 el proyecto de 'trasladar' la obra artística a otro bosque más joven y lozano. Hoy ha llegado por fin el momento de presenciar cómo los colores y las formas que hicieron de Oma un lugar tan emblemático y cautivador empiezan a surgir, iguales pero a la vez distintos a sus modelos, sobre la superficie de otros troncos. La diputada de Euskera, Cultura y Deporte, Lorea Bilbao, en compañía de varios miembros del clan Ibarrola, ha mostrado a los medios ese Bosque de Oma todavía 'en construcción', como un niño que da sus primeros pasos y en el que se empiezan a reconocer ya las trazas del adulto que va a ser.
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«Es un día importante. Hemos buscado una solución donde había un problema, o un problemón, porque nos estábamos quedando sin Bosque de Oma», ha resumido la diputada. El proceso –planteado como «una relectura», no como una réplica– se inició con una tarea complicada: dar con un bosque que reuniese las condiciones necesarias para servir de 'lienzo' en una obra tan compleja, que juega continuamente con las distancias y la perspectiva. «Se han mirado muchísimos bosques y queríamos que estuviese lo más cercano posible al origen. Y estamos al lado», ha comentado Bilbao. El nuevo Bosque de Oma es vecino del viejo (o podríamos decir, mejor, que se trata de dos partes distintas de un mismo todo), lo que Jose Ibarrola, hijo mayor de Agustín y también artista plástico, resume con una frase muy ilustrativa: «Es como si antes estuviésemos en Oma quinto izquierda y ahora en Oma quinto derecha». Cosas de la vida: esta arboleda ya tenía nombre, y era Basobarri, el bosque nuevo.
La Diputación ha puesto en marcha unas visitas guiadas al nuevo Bosque de Oma a la vez que se van realizando los trabajos. A partir del lunes y hasta el 11 de septiembre, habrá dos turnos diarios (10.30 y 12.30 horas) para grupos de quince personas, con reserva previa en el 944651657. Deberán hacer a pie la subida hasta los accesos (unos 30 o 40 minutos).
«Mi padre empezó aquello de manera muy salvaje, dejándose llevar por el impulso creativo. Ahora se trata de hacerlo de nuevo con unas condiciones más sólidas desde el punto de vista de la infraestructura. Es un bosque, no un museo donde no se pueda hacer nada: es un lugar para disfrutar», ha recordado Jose. La primera fase de los trabajos comenzó a finales de junio y se prolongará hasta octubre, pero, en este momento tan temprano, ya se pueden contemplar varios de los conjuntos pictóricos más memorables del viejo bosque y, sobre todo, ya se puede reproducir ese juego que forma parte sustancial de la experiencia: el visitante camina y ve cómo lo que parecían trazos inconexos se funden de pronto en un dibujo, cómo las tres dimensiones se confunden engañosamente en dos.
Es el caso de 'La raya horizontal', esa línea que se aprecia nítidamente en un momento del camino y después se descompone de nuevo: «Es el primer conjunto que pintó Agustín Ibarrola y es el primero que se ve», ha explicado Fernando Bazeta, profesor de la UPV y coordinador del equipo que lleva a cabo los trabajos. Un poco más adelante, aparece 'El beso', unos labios distanciados, dibujados sobre dos troncos distintos, que se van aproximando hasta fundirse a medida que avanza el recorrido. Y, después, en la vaguada, el 'Arcoíris de Naiel', aquel regalo de Agustín a su primer nieto, en el que dos pintores continúan en plena faena con el verde y el azul. Pese a que ahora se cuenta con apoyo tecnológico, sigue resultando imprescindible el sistema que utilizó Agustín Ibarrola para engañar al ojo mediante la perspectiva: él se llevaba a su mujer para que contemplase la obra desde un punto concreto y le indicase a qué altura pintar, y ahora es un técnico el que se encarga de esa aportación indispensable del 'un poco más arriba, un poco más abajo'.
«Los pinos nacen donde les da la gana, no íbamos a encontrar treinta y seis pinos alineados igual que allí. Lo importante es el código», ha analizado Jose, que insiste en que su padre «no quería la huella sagrada del artista, lo importante era el lenguaje». A un lado del camino se despliega 'El rayo atrapado', un iracundo zigzag que atraviesa decenas de árboles, y desde el final del recorrido empiezan a acechar ya los 'Ojos', ese enjambre de miradas que en el viejo bosque llegaban a inquietar al visitante desprevenido. «Agustín Ibarrola no pudo acabar este conjunto: había 80 árboles, pero él habría querido llegar a 120 para que esa sensación de ser observado fuese aún más intensa», lo ha presentado Bazeta. Ahora, será posible completar ese proyecto como estaba concebido.
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En esta primera fase, está previsto 'trasladar' catorce conjuntos, algunos tan complejos como las furtivas siluetas de 'La marcha de la humanidad'. En una segunda etapa, de mayo a septiembre de 2023, se concluirán los diecinueve restantes, incluidos aquellos tres que se perdieron en una tala en 1989. Tanto Jose Ibarrola como Fernando Bazeta han hecho hincapié en una característica que esta obra de arte no comparte con los cuadros de museo: «El bosque está vivo, es un proyecto vivo. Lo que veamos hoy no es lo que se verá dentro de un tiempo. Cada hora que pasa, este bosque es diferente», ha indicado el profesor de la UPV. Esto tiene un par de implicaciones importantes. La primera es que los propios árboles, con su crecimiento, han de completar parte del trabajo: «Estos árboles son más delgaditos que los del bosque original, pero los árboles crecen a lo ancho. Algunos conjuntos, que no tienen tanta potencia como en el original, la acabarán teniendo», ha asegurado Ibarrola. Los huecos en esas rectas y zigzags, más amplios que los que recordamos, se irán cerrando a medida que los pinos maduren, y eso obligará también a cierta 'reconstrucción' de la pintura sobre ese lienzo en crecimiento.
La otra implicación es obvia. Del mismo modo que el viejo bosque acabó muriendo, este también morirá. Los árboles de este nuevo Oma tienen ya unos 20 años y el ciclo vital del 'Pinus radiata' ronda los 60, pero ahora ya sabemos que el final del bosque no significa necesariamente la desaparición de la obra: «Esto implica que ha ganado la batalla del tiempo –ha concluido Jose Ibarrola–, que ha servido en su modelo original y seguirá sirviendo».
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