No sorprende que Azkuna Zentroa quiera integrarse en esa moda o en ese 'mainstream' de los centros culturales urbanos que abogan ahora por una nueva narrativa de la historia del arte y por una creación artística contemporánea más radical e ideologizada, activista al fin al ... cabo, buscando una mayor sintonía con la cultura popular y con las prácticas artísticas de la contemporaneidad, ambas enraizadas por igual en las preocupaciones o temáticas sociales del presente y en los notorios cambios tecnológicos. Mucho de ello se hace evidente en la pasada programación del centro -véase su pasada muestra estrella sobre la Monja Alférez, Catalina de Erauso, donde a la postre se cuestionaba como impuesta la tradicional concepción binaria del género- o las anunciadas de la próxima temporada -la consagrada al cineasta experimental Bruce Baillie, crítico social contra la alienación humana; la de la interesante Bene Bergado, comprometida socialmente ante el cambio climático, o la del dúo Sommerer-Mignonneau con sus instalaciones interactivas y su alusión a la vida artificial.

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Lógica estrategia, en definitiva, para un centro volcado con la llamada cultura emergente -ya no tan emergente, aunque insista en abjurar de la narrativa hegemónica del arte-, que busca también su hueco en esta modernidad difusa a través del cine experimental, de las artes escénicas de vanguardia, de los nuevos discursos curatoriales y de lo que sus responsables piensan que es el pensamiento contemporáneo válido.

Todo muy bien y entendible, de no ser porque la difusión social de sus propuestas no alcanza tanto éxito -me temo que de los dos millones de visitantes de la antigua Alhóndiga muy pocos participan de esta vanguardia- y porque lo que hoy es vanguardia mañana no se sabe lo que será. Pero hay que intentarlo, claro.

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