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Edición
Gran éxito de las discotecas en la noche de difuntos, repletas el pasado puente en sus fiestas temáticas con la estética pseudo terrorífica de Halloween. Una celebración festiva y rentable, prueba evidente de que la americanización y Hollywood se han impuesto al rigor de esa ... tradición española de los cementerios y la reposición estacional de 'Don Juan Tenorio', usanzas más cultas y trascendentes, aunque también mucho menos divertidas e infinitamente menos lucrativas. Hay que entenderlo: El personal prefiere la juerga tras la pandemia, el jolgorio antes de que arrecie la tormenta de la inflación y también las calabazas, los disfraces de zombis, las copas y la música de discoteca. «Fantasmas, desvaneceos, volved a vuestros sepulcros». La cita del galán mujeriego en el cementerio de Sevilla es ya en nuestra cultura una referencia en desuso, el aserto de un personaje políticamente incorrecto para el Ministerio de la Igualdad, todo ello permutado ahora por la moderna invitación a unos muertos que vuelven a la vida como figuras burladas, embozados con la estética de una fiesta de disfraces y con la grandilocuencia bailable de la música disco. Una presencia estereotipada, casi como las calaveritas de azúcar que se acompañan en México con el placer bebible del mejor tequila. Seguramente, lo decía Stephen King, ahora prima la caricaturización del horror como conjuro socorrido frente a los horrores de la realidad, la diversión como fantasía o sortilegio frente al incierto futuro de la cotidianeidad. Pero lo del Tenorio era mucho más sugerente, un drama con la condenación, el arrepentimiento y la hipotética salvación de un joven calavera y conquistador, finalmente aterrado por la ira de Dios con el simple ruido del aldabonazo en la puerta de un espectro justiciero. El sentimiento sobre la razón y los muertos, muy muertos, como tenebrosos simbolismos del castigo. En Halloween no hay nada de esto: Su miedo es broma, la noche puro artificio de calabazas y los espectros un reclamo comercial para la fiesta en la discoteca. Por eso gusta, por eso triunfa.
Música
Saber qué opina Dylan de los Clash, del country de Hank Williams o de Frank Sinatra no es ni mucho menos una malsana curiosidad, sino más bien conocer su interesante criterio sobre la historia de la música contemporánea. Este es, sin duda, el mejor atractivo del libro que acaba de aparecer en Inglaterra y Estados Unidos, 'The Philosophy of Modern Song' (Ed. Simon & Schuster), donde Dylan repasa sus gustos e inspiraciones musicales, sus emociones y cavilaciones y las resonancias y recuerdos sugeridos por determinadas canciones. Son 66 ensayos que recorren los grandes nombres y la pluralidad de sus estilos y géneros predilectos como el blues, el rockabilly, el bluegrass, el folk, los standards prepop o incluso el punk. Cuando le dieron el Nobel en 2016 se aludía a su expresión poética en la gran tradición de la canción americana. Este libro demuestra su profundo conocimiento de esta última.
Vandalismo
Visto que los ecologistas radicales tienen todavía un cierto recorrido en su ola de vandalismo, ahora se plantea la manera de prevenirlo y los protocolos para proteger las obras más emblemáticas, precisamente las que tienen más posibilidades de ser atacadas. Con independencia de que la habitualidad del vandalismo le acabará restando publicidad, las principales soluciones planteadas son el reforzamiento de la seguridad en los museos, una tipificación legal más grave contra estas acciones y la protección individual de las obras. Verdaderamente ninguna es sencilla. Endurecer penalmente el vandalismo lleva su tiempo y requiere de mucho consenso político. La formación de los vigilantes de sala para que se anticipen a las acciones violentas no es fácil y tiene sus limitaciones. La protección de ciertas obras maestras con cristales blindados, antirreflectantes y antirrayos ultravioleta es siempre criticada por los especialistas y encima es cara -entre 3.000 y 10.000 euros dependiendo del formato de las obras-. Pues eso, que lo mejor es el repudio social y el apagón informativo.
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