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Entradas agotadas con antelación para ver a Víctor Manuel este jueves en el calurosísimo Teatro Arriaga con su repertorio llamado 'La vida en canciones (El escenario lo cura todo)'. En una ocasión el cantautor se refirió a varios espectadores de la primera fila diciendo: «Ahí ... hay gente que me sigue y que me ha visto muchas veces, y que cuando ven que he fallado se ríen. Hay una señora de Bilbao que me ha visto 200 veces. Seguro que ha oído esto que voy a contar».
Sí, el que suscribe ha visto al asturiano al menos en seis ocasiones y ya había oído bastantes de los discursos, explicaciones o historietas que desgrana esporádicamente: el cuento de que su padre le dejó sólo en el tren, para que hiciera un viaje de ida y vuelta hasta el final de la línea partiendo desde Mieres, ¡cuando Víctor Manuel tenía solo 7 años! (antes de 'El hijo del ferroviario'), la anécdota de su hija pidiéndole que le compusiera una canción más 'actual' que la que le escribió siendo niña (muy gracioso porque se podía visualizar la situación: «es tan exagerada como su madre», dijo antes de interpretar 'Nada nuevo bajo el sol'), la información de que la Luna está registrada a nombre del chileno Jenaro Gajardo Vera (antes de 'Luna'), la de que su madre le pedía que fuese a misa aunque ella no lo hacía y él criticaba a ese cura que «seguramente nunca había creído en Dios» ('La romería'), o la evocación de su abuelo, tan lacónico que le hicieron una entrevista en el periódico y contestó con monosílabos (antes de 'El abuelo Vítor', sin C).
Sí, también contó sus batallitas de veterano izquierdista o progre oficial, de abuelo Cebolleta, como la de las multas que le ponían durante el franquismo pero que aseguró no haber pagado ninguna y que no se les reclamaron (la dictablanda, ya saben), la descalificación a su sex symbol de juventud Brigitte Bardot antes de la misteriosa y bolerista canción 'A dónde irán los besos' porque «ha envejecido mal, está muy pesada y fachosa» (pesao tú, Víctor, se podría titular, pero tómenselo a broma, ¿eh?), o, antes de 'Cómo voy a olvidarme', el bulo de que España es el país con más desaparecidos en fosas comunes después del genocidio comunista de Camboya, bulo refutado hasta por la ONU, que coloca a Irak y a Vietnam por delante en número de desaparecidos (pero no se trata de decir y tú más, por supuesto).
Venga al lío, ya vale de pisar charcos. El cantautor y buen cantante saludó así por el principio: «Gabon, Bilbao. Hacía dos años que no estábamos aquí, en fiestas (en realidad han sido 14 meses, un año tras su estupenda actuación en la Semana Grande de 2022). Estoy muy feliz, que es lo que se dice siempre, pero esta es una ciudad que amo y recuerdo mi primer concierto, hace 55 años, en un local que ya no existe, la boite de Hotel Aranzazu. He cantado en todos los sitios: en el parque de atracciones, en la plaza de toros, en La Casilla...». Y además le hemos visto en el Euskalduna, en el Campos, en las fiestas de Santurtzi, a la vera del Guggenheim, en el BEC…
Este jueves Víctor Manuel protagonizó un concierto en septeto (el bilbaíno Santi Ibarretxe a los saxos jazzeros, la flauta folk y la percusión delicada, el argentino Andrés Litwin a la batería, el hijo del líder David San José a las teclas, el también argentino Osvi Grecco a la guitarra eléctrica…) en el que cantó 26 canciones en dos horas y cuarto (133 minutos exactamente). Fue un encuentro creciente no sólo porque el sonido mejoró a partir del pasaje acústico, y Víctor Manuel San José Sánchez (Mieres del Camino, Asturias, 76 años) cantó de memoria todas las canciones, sin teleprompter, sin usar los papeles que tenía a su diestra en un atril, teatralizando varias canciones ('Bailarina') y dejándose llevar por la emoción en otras hasta compungirse e incluso casi llorar ('La madre', 'La historia de María Coraje' en el segundo bis...).
Respaldado por esos músicos magníficos que al principio destacaron menos por la ecualización imperfecta, el marido de Ana Belén, cantante y actriz a la que se refirió varias veces pero sin decir su nombre, sonó serratiano (el arranque con 'Danza de San Juan' y 'Quiero abrazarte tanto') y a veces sofisticado como Sting ('Nada nuevo bajo el sol') e incluso como The Police ('Nada sabe tan dulce como su boca'), supo ser proto-rapero a pesar de que en su día declaró que no le gusta el rap (muy bien en 'El hijo del ferroviario'), se hundió en el dramatismo al retratar la desesperanza de la drogadicción (la citada 'La madre'), ejerció de cantautor amoroso a lo Pedro Guerra ('Canción pequeña', para Ana Belén), y ralentizó en demasía la celebérrima y benemérita 'Sólo pienso en ti' («la canción que más alegrías me ha dado»)
Y entre las 26 canciones logró estos momentos excepcionales: durante el pasaje llamado acústico, «de canciones prehistóricas», se salió de la tabla con 'El cobarde' (y antes contó otra historia que le hemos oído, sobre el soldado de la guerra del Vietnam que le contaba a la periodista Oriana Fallaci no saber por qué luchaba ahí) y 'La planta 14' (una narración también muy visual, una historia trágica de un accidente minero), 'El abuelo Vítor' (sin C y largamente ovacionada), y quizá también la citada 'Cómo voy a olvidarme', por hacerla con los talones firmes en el tablado y tensando el cuerpo hasta apuntar al cielo con la mandíbula.
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