«Muchas veces me he sentido un incomprendido»
Carlos Núñez - Músico ·
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Carlos Núñez - Músico ·
«Quien tiene dineropara pagar una botellade vino o un pulpolo tiene para pagar la entrada de un concierto»Álvaro Soto
Domingo, 30 de septiembre 2018, 00:46
En España, la gaita le debe mucho a Carlos Núñez (Vigo, 1971), el músico que se ha atrevido a recuperar para el gran público un instrumento que parecía recluido a Galicia y Asturias. Protagonista en escenarios como el Royal Albert Hall de Londres o el ... Carnegie Hall de Nueva York, Núñez ha investigado sobre las raíces de la cultura que él ha ayudado a popularizar, y el resultado es el libro 'La hermandad de los celtas' (Espasa). Además, prepara su ya habitual gira de Navidad, que le llevará desde noviembre hasta marzo por teatros y auditorios de todo el país.
– ¿Ha olvidado España su herencia celta?
– Si trazamos una diagonal desde Cádiz a los Pirineos, nos encontramos dos energías diferentes, la atlántica y la mediterránea. En la primera está la gaita y en la segunda, la guitarra. Y Madrid, que se ubica en el centro, antes tuvo un norte, pero parece que ahora lo ha abandonado. Estaría bien que volviera a servir como equilibro entre las dos partes.
– ¿Cuál es la situación de la gaita en otros países?
– Los musicólogos han encontrado que armonías activas del pop anglosajón suenan a celta. Inglaterra está recuperando sus raíces y en muchos lugares recuperan este legado a través del heavy, de la música medieval... A mí me gustaría que España no se convirtiera en un país periférico que sólo consume música enlatada en Miami o Nueva York. Los investigadores del British Museum nos han dicho que la gaita llegó a Reino Unido desde la Península Ibérica. ¿Por qué no le damos una oportunidad a una música que sabemos que triunfa en todo el mundo desde hace siglos? En los países anglosajones aman la gaita. Cuando en una película norteamericana hay un entierro, aparecen los gaiteros tocando. O si hay que despertar a la reina de Inglaterra, la despiertan unos gaiteros. Son guiños.
– ¿Se ha sentido usted alguna vez un bicho raro?
– Muchas veces me he sentido un incomprendido. Recuerdo que, con doce o trece años, llevé al colegio un disco de un grupo celta y al final me eché a llorar. Los compañeros me decían: '¡Pon a Bruce Springsteen!'. A ver, Springsteen está muy bien, pero yo les contestaba: '¿Por qué no os gusta lo vuestro?'. En Latinoamérica están orgullosos de su música tradicional y aquí, que tenemos la música celta, no.
– Sobre la gaita ha existido el estigma de que era un instrumento 'viejuno'...
– Desde los 80 hay un gran complejo. Aquellos años se extendió una modernidad mal entendida, como si ser modernos fuera ser americanos y olvidarnos de todo lo que habían hecho nuestros abuelos. Por suerte, yo veo ahora a jóvenes creadores, Rosalía, Amaia de 'Operación Triunfo', Salvador Sobral, que todavía no han llegado a recuperar la música tradicional, pero que están en ello. Un día, después de un concierto, vino Pablo Alborán a verme al camerino y yo le dije que él podría hacer muy bien música celta. Tiene que surgir la chispa. En otros países, no tienen tantos reparos. Mis maestros, The Chieftains, han grabado con los Rolling Stones, con Sinead O'Connor, con Bob Dylan. Y todos se miran de igual a igual, como jefes indios: cada uno aporta lo suyo.
– ¿Las políticas públicas ayudan a recuperar la música tradicional?
– Aquí no se juega en igualdad de condiciones. Desde hace muchos años, el dinero público se gasta en organizar conciertos de rock y de música 'mainstream'. Comparo esto con un mercado tradicional en el que uno vende verduras de la huerta y otro pescados de la ría, pero llega el ayuntamiento de turno e invita a todo el mundo a hamburguesas. Eso es lo que está ocurriendo. Pero la gente debe acostumbrarse a pagar por la música, igual que se paga por la ropa o por la comida, de la que nos sentimos tan orgullosos. Quien tiene dinero para pagar una botella de vino o un pulpo lo tiene para pagar la entrada de un concierto.
– Cuando echa la vista atrás, ¿cómo valora su carrera?
– Me siento superfeliz. Si cuando empezaba me llegan a decir que iba a vender un millón de discos tocando música celta, no me lo habría creído. He podido tocar en el extranjero con músicos de primerísimo nivel y sentir el respeto que a veces no he sentido en mi propio país.
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