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Con precios que oscilan entre los 30 y 430 euros, se puede asistir a una representación del calibre de ‘Aida’ en el Festival de Salzburgo. Los que han estado vivos, claro, porque hace tiempo que han volado las entradas. El señuelo de Anna Netrebko (Krasnodar, ... Rusia, 1971) es demasiado tentador. La soprano rusa se ha convertido en el fruto prohibido de los aficionados de la ópera. Los vuelve locos. Es una fuera de serie, lo mismo por la voz -tremendamente sensual y tersa- que por su desparpajo en la escena. Se lo cree y, todavía mejor, convence. El presidente ruso, Vladímir Putin, la adora y no sería de extrañar que este fin de semana se olvidara del buceo y los lucios en Siberia para asistir a la función del sábado. Y saludar de paso al marido de Netrebko, el tenor azerbayano Yusif Eyvazov.
Hay gente que ha pagado hasta 6.000 euros por ver a la diva en su debut como protagonista de ‘Aida’, aunque fuera en la última fila del auditorio del Grosses Festpielhaus que acoge los espectáculos más ambiciosos del certamen veraniego. Una hoguera de vanidades, eso y mucho más es el Festival de Salzburgo, que empezó el 21 de julio y bajará el telón el próximo día 30. La oferta es de primerísimo nivel pero el plato fuerte, sin lugar a dudas, lo está sirviendo la ópera de Verdi que más se presta a los números de circo. Es sabido que en la patria del compositor no han faltado tigres, elefantes y monos tití en un sinfín de producciones de la Arena de Verona. Sin olvidar a los figurantes con taparrabos (ellos) y pecho al aire (ellas) que tanto gustan en los shows itinerantes -inspirados en la ópera- que habitualmente recorren el sur de Europa.
Plácido Domingo
No obstante, las cuitas y amores de Radamés y Aida, del militar egipcio y de la esclava etíope, han conquistado al público salzburgués sin necesidad de hacer juegos malabares o exhibir más carne de la necesaria. La dirección escénica de Shirin Neshat se ha revelado sumamente discreta y cuadriculada. ¿Cómo es posible? De la fotógrafa y videoartista iraní se esperaba algo más en su primera incursión operística. Los hay que soñaban con rayos láser, desnudos integrales y una gestualidad posmoderna y relamida al más puro estilo ‘Mátrix’.
Jonas Kaufmann
Así lo pensaba incluso la propia Anna Netrebko, una profesional con una seguridad en sí misma absolutamente aplastante. No le habría importado rodar por los suelos, bailar el cancán o salir en bañador. Todo eso (y mucho más) lo han visto sus fans para regocijo y admiración de la mayoría. Solo se ha negado a participar en un montaje de ‘Rigoletto’ en Múnich, con la impronta de la regista alemana Doris Dörrie, que ambientaba el drama verdiano en el planeta de los simios. Todos los personajes eran monos, gorilas, chimpancés y orangutanes, salvo ella y su padre en la obra, que aparecían caracterizados como astronautas. Netrebko no rescindió el contrato porque le pareciera un despropósito sino «por falta de tiempo para ensayar». A rigurosa y dispuesta no le gana nadie. Por eso tiene una relación tan magnífica con Riccardo Muti, el otro gran triunfador en Salzburgo. Un ‘capo’ de la batuta que ordena y manda mucho.
No hacen falta leones ni rinocerontes cuando se tiene al maestro napolitano en el foso, al frente de las huestes de la Filarmónica de Viena. El espectáculo está garantizado. El puramente musical, se entiende: metales, cuerdas y maderas que despliegan todo el poderío de una maquinaria de factura germana. Una perfección voluptuosa cuando se pone en marcha bajo la dirección de un italiano con la mano de Muti.
La orquesta solo baja el pistón en momentos puntuales. ¿Un ejemplo? Cuando Anna Netrebko se acerca al proscenio para cantar ‘O patria mia’, con el corazón a flor de labios y la esperanza de parecerse a Callas o Caballé. Todavía le falta; tiempo al tiempo. Es una mujer tenaz, con amplitud de miras y olfato para captar las nuevas tendencias. De ahí que ahora comprenda perfectamente a sus colegas Plácido Domingo y Jonas Kaufmann, muy críticos con «las barbaridades de los directores de escena». Tras participar en ‘La Traviata’, en un montaje de Günter Krämer, el tenor madrileño se ha declarado cansado de los montajes «que no aportan nada y sirven para cualquier cosa». No considera de recibo una producción minimalista que se limita a sacar partido a una silla, un columpio y un colchón.
El divo alemán Jonas Kaufmann tampoco defiende el extremo opuesto, sobre todo en las óperas monumentales. «Se corre el peligro de sobreestimular al público, que no se concentra en lo más importante, la música y el canto. Además, acabamos agotados. Hace un par de meses en mi debut como Otello en Londres, me vi obligado a cambiarme de ropa cinco veces y así no hay forma humana de estar al 100 por cien», confesaba a la prensa australiana en vísperas de protagonizar ‘Parsifal’, una de los títulos más ambiciosos de Wagner, en versión de concierto. Nada de escenografía. Ropa de gala y un atril. Punto. A su juicio, es la mejor opción cuando se quiere ofrecer «una interpretación de categoría». Conclusión: el verano operístico está dando mucho de sí. Hay debate y pluralidad de opiniones. Buena señal.
Al final de la ‘Aida’, mueren los protagonistas y se apagan las luces. Pero en esta producción los últimos compases van acompañados de un golpe de efecto. De repente, sin aviso, se ilumina el podio del foso para mayor gloria del único león de la función. Un clásico fiero y entrañable: Riccardo Muti. Ya de jovencito, le encantaba sacudir la melena y enseñar los dientes. Nunca ha reprimido los ramalazos de coquetería y tampoco las ganas de lanzar zarpazos a diestro y siniestro. «Soy napolitano y eso merece un respeto», recalca el maestro, de 76 años, cada vez más felino y engatusador.
El tiempo no domestica a los directores de orquesta, sobre todo cuando hablamos de uno de los grandes del siglo XX, un cruce entre el intimismo de Abbado y la marcialidad de Karajan, con el toque chispeante de Carlos Kleiber. Todo un espectáculo. Hay que verlo para disfrutarlo. Baqueteado en mil batallas, ha comandado el Maggio Musicale Fiorentino (1968-1980), las orquestas Philharmonia (1972-1980) y la de Filadelfia (1980-1992), así como la propia de La Scala de Milán (1987-2005). Y desde 2010, lleva las riendas de la Sinfónica de Chicago.
Es un explorador y ratón de biblioteca, hiperriguroso -en la línea de Toscanini-y apegado a la partitura hasta el más mínimo detalle. No se permite ninguna licencia; ni alargar las notas ni sacarse agudos de la manga para epatar al respetable. Estudió Composición durante diez años, una bagaje que le ha permitido valorar y respetar a rajatabla el trabajo de genios como Wagner y Chaikovski.
Ahora bien, su debilidad siempre ha sido Verdi. El maestro de Busseto marca el norte de Muti: «Cuanto más lo conozco, más lo admiro. Cada nota de Verdi tiene sentido».
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