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A partir de la investigación que llevó a cabo para escribir su libro 'Los 40 radikales' y el guion del documental 'Tijera contra papel', el profesor de la Universidad Isabel I David Mota ha escrito un artículo para la revista Trépanos del Ateneo Guipuzcoano en ... la que analiza 'El terrorismo en la música contestataria española'. Tras analizar las letras de grupos como Los Chikos del Maíz o Habeas Corpues y de raperos como Pablo Hásel, Mota (Bilbao, 1985) concluye que existen evidentes paralelismos entre estas bandas y las que conformaron el rock radical vasco. A juicio del investigador, «es más sencillo y atractivo escribir una canción, una serie o una película desde los valores de un terrorista que de una víctima, algo mucho más complejo».
En opinión de Mota, existe un «evidente desequilibrio» entre la presencia del punto de vista del victimario sobre el de la víctima, prácticamente ausente del cancionero popular hasta hace poco y más volcado en la actualidad en las del terrorismo yihadista que en el de ETA. «Sólo a partir del cese definitivo de ETA en 2011, empieza a haber algún grupo, como Betagarri, que aborda el tema, pero siempre en términos muy ambiguos. Previamente, también hay algunas canciones que se colocan del lado de las víctimas: Niko Etxart hizo alguna sobre Imanol Larzabal, que pasó de héroe a traidor dentro de la izquierda abertzale, o Tontxu Ipiña, que escribió un tema sobre cómo dos amigos rompen a raíz del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Pero son 'rara avis'».
En su investigación, explica Mota, «detecté una serie de patrones que se repetían en el rock radical y en los distintos subgéneros» y a partir de ahí, constató que «apenas había canciones sobre las víctimas o incluso sobre la reconciliación o la construcción de la paz».
A juicio del profesor universitario, «muchos grupos del rock radical vasco eran en su origen netamente punks. Pensemos en Eskorbuto, RIP o La Polla Récords, pero tienen una evolución en sus letras en las que pasan de luchar contra el sistema a hacer guiños constantes a una determinada ideología que controlaba la calle y sacaba conciertos adelante. Claro, estos grupos tenían que pagar un peaje si querían vivir de la música».
En el caso de la banda de Santurtzi, recuerda que «acabaron enfrentados con la izquierda abertzale porque acabaron muy quemados con las Gestoras y con HB, a quien dedicaron la canción 'Haciendo bobadas'. Incluso acuñan el término 'Eskizofrenia rock' para enfrentarse a un rock radical vasco que ven como algo mercantilista». Señala que «hay una mitificación de Eskorbuto como los 'auténticos' frente al resto, que se 'vendieron' a las circunstancias para vivir de la música».
Todas estas reflexiones conducen de forma inevitable a explorar los límites de la libertad de expresión y a posicionarse sobre determinados procesos judiciales contra grupos y raperos. «Hay que diferenciar qué es manifestación artística y qué no. La música que hace Hásel te puede gustar o no, pero forma parte del ámbito artístico. Entiendo la libertad de expresión desde una perspectiva libertaria, es decir, que desde que la tuya no atente contra la mía podremos convivir». A partir de ahí, reconoce que «si soy una víctima del terrorismo y unas canciones ensalzan a personas que han vejado mi integridad o la de mi familia, puedo entender que se enfrenten con este tipo de música». A pesar de todo, sostiene, «creo que ponerle trabas a la libertad de expresión es ponerle puertas al campo».
Mota reclama «un ejercicio de pedagogía a la hora de pensar qué se dice y qué no porque hay también muchos grupos que no dicen determinadas cosas por autocensura. La sociedad entiende esos guiños aunque no digan directamente que 'los Borbones son unos cabrones' o 'Dispare a Leyre Pajín'». En este sentido, se establece también un paralelismo con determinadas letras que entran en el terreno de la violencia de género. «Formamos parte de una sociedad que no se para a pensar lo que está diciendo y eso está pasando desde los setenta a la actualidad. Hubo conciertos en los que se alentaba a atentar contra los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado o se gritaba 'gora ETA'. Con la violencia de género está sucediendo algo similar respecto a la cosificación de la mujer, especialmente en el reguetón». En cualquier caso, «no creo que deba tomar cartas el Estado porque legislar y judicializarlo todo nos lleva a frenar la libertad de expresión, pero sí pienso que éticamente este tipo de discursos acaba muriendo si la sociedad no les presta atención».
Mota concluye con la sensación de que «vivimos en un momento en el que nos rasgamos las vestiduras por absolutamente todo y que no se me malinterprete: esas letras me parecen algo condenable. El discurso de esas canciones es deleznable y forma parte también de la libertad de expresión».
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