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Además de un nombre histórico del rock español aunque sólo sea por resistencia, Sex Museum (Madrid, 1985) también es un grupo familiar compuesto por dos hermanos, Fernando Pardo (guitarra) y Miguel Pardo (voz), la esposa del primero y cuñada del segundo Marta Ruiz (órgano Hammond), ... más la base rítmica sustentada por Loza (batería y mascota del grupo) y Javi Vacas (además de ocuparse de las labores de manager es el bajista). Delante de Vacas estuvimos la tarde del sábado en la plaza del Karmelo y ahí nos infiltró toda su veloz habilidad a las cuatro cuerdas con un empuje emitido directamente desde los amplificadores que ocupaban sitio sobre el escenario, no como tantos grupos actuales (desde Leiva a Camela) que no llevan monitores y se escuchan a sí mismos con auriculares (el baterista Loza llevaba auricular, sí).
Pues Sex Museum dieron uno de los conciertos más destacados del minifestival Hirian, que se celebra cada año en distintos barrios de la capital vizcaína a modo de anticipo del Bilbao BBK Live. Fueron de los mejores entre 23 actuaciones (a menudo amenizaciones sin más) distribuidas sobre cuatro escenarios al aire libre en Santutxu, distrito que tuvo los bares a tope de hordas variopintas, desde las roqueras que manejan pasta hasta las llamadas urbanas y que se pirran por los sonidos sintéticos y el autotune que hacen más botellón.
Al grano: Sex Museum dieron un bolazo de 52 minutos para 11 temas (7 de su último álbum, 'Musseexum', de 2018), un show catártico y pleno de vitalismo sobre el tablado y a pie de plaza, un repertorio que aleó el heavy metal o hard rock primigenio con el garaje (ese divino sonido del Hammond...) de tal modo que podría ser consumido por las huestes del metal contemporáneo, pero no, Sex Museum son underground, clandestinos, minoritarios empero su longevo profesionalismo.
Hubo mucho meneíto en las primeras filas de la plaza, los cinco ejecutantes devoraron la oportunidad (se les notó entregados y engrasados y al acabar el concierto dijo el portavoz Fernando Pardo: «no sé vosotros, pero nosotros nos lo hemos pasado de purísima madre», o algo así), actuar a la luz de la tarde no les descompuso ni en la estética delgada y de tela vaquera ni en la mera predisposición, y sobre un escenario sin techo y de poca altura suscitaron el interés de la roquería que llenaba la plaza y de los curiosos que atendieron al evento desde su periferia elevada.
Los madrileños salieron cinco minutos antes de la hora y dijo Fernando, el portavoz oficial: «Llevamos toda la vida. Incluso desde antes de que nacierais algunos». Arrancaron con un instrumental de stoner cabeceante ('Dopamina'), se sumó al cuarteto tras dejar la colilla a buen recado el cantante Miguel Pardo, y de la misma volamos alto en la progresividad espacial a lo Cordura ('Breaking the robot') y con cierto estilismo sesgado y muy bien entonado llegó su reconocible 'Two sisters' (dos hermanas, las hijas de Marta y Fernando, las sobrinas de Miguel).
Y volvió a hablar Fernando: «Esto se llama pilates del rock. Otros van al gimnasio». Sí, en buena forma están los cinco. Siguieron con un blues-rock a su manera y en español que podría remitir a alguna cara del prisma de Derby Motoreta's Burrito Kachimba ('Microdosis'), otro trallazo por encima de la media alta lo dieron combinando los riffs de guitarra y las intervenciones del teclado con una maestría enganchante ('Lucky man'), y un buen estribillo sobre la melodía más pop no dejó de interesar a la masa ('Enjoy the forbidden').
Luego contó Fernando Pardo que Loza no solía llevar cencerro para la batería, pero ese día sí, y habló sobre su percusionista, su mascota: «De niño era muy despistado y sólo su abuela confiaba en él. Y se apuntó a la escuela de música. ¿Sabéis cuánto duró? ¡Un día! El profesor le dijo 'dedícate a otra cosa'. ¡Le molestaba! Pero el rock acogió a Loza. ¡El rock también sirve como terapia!».
Y los tres siguientes temas no rompieron tanto la pana, quizá porque el volumen general bajó una micra: 'Horizon' con el cencerro, 'Breakout' en modo lisergia ronca con viaje espacial tipo Cápsula, y el baile soterrado de 'Wassa massa'. Y parecía que todo se iba a diluir cuando en el 'rush finale' Sex Museum alcanzaron su cima con 'Riots' (disturbios o alborotos, como el que se montó con el pogo), una pieza muy The Lords Of Altamont y el adiós con 'Red ones', un rock metalizado también danzón.
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