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L. Gil | A. Alonso
Lunes, 5 de febrero 2024, 09:12
Es, sin lugar a duda, la artista más poderosa del momento. Taylor Swift ha hecho historia en la gala de los premios Grammy de 2024. Es la primera persona que consigue cuatro estatuillas en la categoría más importante de los galardones musicales más poderosos del ... mundo: la de mejor álbum. Frank Sinatra, Paul Simon y Stevie Wonder habían ganado tres. La de Pensilvania ha superado, con solo 34 años, a las tres enormes estrellas de la música con su disco Midnights. Antes lo hizo con Fearless (en 2010), 1989 (2016) y Folklore (2021).
Motivos hay de sobra para ver en esta compositora y cantante originaria de Pensilvania un caso de superlativo éxito y trascendencia mundial. Autora de 'hits' intergeneracionales, rebelde en la defensa de su legado y su negocio, creadora de tendencias sociales y revolucionaria de la industria musical es considerada una heroína por toda una generación. Taylor Swift ha construido su imperio de relevancia sobre un cancionero que ha logrado conectar a nivel global. Desde su debut en 2006 con un álbum homónimo, ha logrado colocar en el número 1 del Billboard más álbumes que ninguna otra mujer en la historia: 12, uno más de Barbra Streisand. En 2023 recuperó el cetro del artista más reproducido del año en Spotify con 26.000 millones de escuchas -un liderazgo arrebatado a Bad Bunny, el puertorriqueño que lo ha ostentado los últimos años- y en 2022 consiguió colocar 'Midnight' como el álbum físico más vendido desde 1991, con 945.000 copias.
El éxito superlativo de Taylor Swift viene impulsado por la gigantesca gira en directo. Los números son estratosféricos: la recaudación en Estados Unidos se acerca a los mil millones de dólares, desbancando a Elton John y su tour de despedida como el más rentable de la historia, con una recaudación de más de 2.000 millones.
Pero la cantante de Pensilvania no es solo una heroína por sus canciones. Lo es por su relación con la industria, a la que se ha enfrentado de frente para la protección de su legado y de su negocio. Lo más sonado ha sido su decisión de regrabar sus seis primeros álbumes, cuyos derechos sobre las reproducciones perdió al cambiar de discográfica. Su catálogo grabado para Big Machine, valorado entonces en 140 millones de dólares, acabó en manos de Scooter Braun, un conocido manager, que a su vez lo revendió por 300 millones a un fondo de inversión. Swift, que como compositora y letrista mantenía los derechos de autoría de las canciones, tomó una decisión trascendental: volver a grabar los álbumes (los llamados 'Taylor's versions') para recuperar el control de su música.
Pero no ha sido el único golpe sobre la mesa. También se enfrentó a Ticketmaster por el fiasco de la venta de entradas para su gira (el Senado estadounidense llegó a abrir una investigación por la posición monopolísitca de de Ticketmaster/Live Nation) y evitó los intermediarios en la distribución cinematográfica de la película sobre su gira, que acordó directamente con una gran cadena de salas norteamericana.
Ser 'swiftie' en este momento es lo más parecido a profesar una religión. La influencia de la cantante sobre toda una generación es total. Sus seguidores, 300 millones en las redes sociales, han llenado estadios y cines para ver sus conciertos, se intercambian pulseras de la amistad en los shows, compran de forma masiva las sudaderas de la gira y cantan y bailan sus canciones, pero también se registran para votar porque Swift se lo ha pedido en Instagram o elevan su interés por la liga de fútbol americano cuando se conoció su romance con el jugador Travis Kelce, de los Kansas City Chiefs de la NFL. Es habitual ver a la cantante siguiendo los partidos de su pareja, cuyo equipo acaba de clasificarse para la Super Bowl -se enfrentarán a los San Francisco 49ers-. Pese a que se rumoreó que la propia Swift actuaría en el intermedio, parece que se quedó en eso, en un rumor, y que será Usher quien protagonizará el show.
Lo cierto es que la influencia de la cantante de Pensilvania, elegida persona del año por la revista 'Time' en 2023, no tiene límites. Ha movilizado en el pasado a su público para que acuda a las urnas en apoyo a los demócratas. Un paso, el de involucrarse en política, que decidió dar pese a que todos a su alrededor, manager y familia incluidos, le recomendaron que no lo hiciera. «No será (el asalto al Capitolio de) el 6 de enero, ni el fraude electoral, ni los casos de abuso sexual, ni bailar con Jeffrey Epstein, ni siquiera ser el padre de Don Jr. Lo que al final acabará con Donald Trump será un ejército de swifties cabreados», dijo recientemente en su monólogo del presentador Jimmy Kimmel.
No hay encuestas oficiales, pero sí ciertos datos que muestran que lo que lo que diga Swift -inmersa en una gira de 150 conciertos en más de 40 ciudades de todo el mundo gracias a la que su fortuna ha superado los 1.100 millones de dólares (solo por debajo de Kanye West o Rihanna)- es una variable a tener en cuenta. Prueba de ello es que los republicanos se han lanzado ya a criticarla. Porque no les gusta -ahí hay ciertas dudas- o porque la temen. Hace escasos días llegaron a soltar que el hecho de que Swift acuda a la Super Bowl, en la que jugará su novio, es una manipulación para que anime al electorado a votar por Biden. Quienes quienes están apuntando contra Swift son los conservadores de Fox News, uno de los bastiones de Trump. «¡No te metas en política! ¡No queremos verte allí!», han llegado a expresar en directo. Y eso que la cantante no ha abierto la boca todavía sobre las próximas elecciones en EEUU. Lo que está claro es que lo que diga Taylor Swift importa. Y mucho.
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