El sábado noche el ex Héroes del Silencio Enrique Bunbury arrancó en el Pabellón de Deportes de Santander, en La Ballena de La Pozona, la gira mundial de su último disco, el notable ‘Expectativas’ (Warner, 17). Ha bautizado a semejante periplo global ‘Ex - Tour 17- ... 18’, y este mes de diciembre pasará por seis ciudades españolas para dar ocho conciertos (repite en Barcelona y Valencia, no pasa por Euskadi; se supone que volverá a España en verano). Bunbury moverá todo el tinglado con al menos tres grandes trailers y un autobús que vimos aparcados en el exterior, y en Santander ofreció un espectáculo por todo lo alto: apretando en un repertorio de ritmos clásicos pero de envoltura moderna, encendiendo unas luces estupendas y siderales que encantaron a los fotógrafos, liderando a su banda Los Santos Inocentes (un octeto con Santi del Campo como nuevo fichaje al saxofón –ex Los Especialistas zaragozanos-, a las teclas el ex Troglogita Rebenaque, a las guitarras Álvaro Suite y Jordi Mena, con batería y percusión extra…), exhibiéndose él a las poses ataviado con un glamuroso terno blanco…
Más de 2.000 personas se juntaron en el pabellón deportivo cántabro, todas superfans y entregadas que coreaban ‘Enriqueee, Enriqueeee’, le chillaban desde «te quiero» hasta «viva la Virgen del Pilar», e incluso le imitaban igual que fanáticos de Raphael (una chica cantó entero un tema estirándose enloquecida, luego un tipo agarró un micrófono imaginario y entonó otra letra completa…). Y sí, Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy (Zaragoza, 50 años) ejerció de foco de todas las miradas durante un show de 24 temas (4 de Héroes) en 124 minutos con dos bises. Bunbury, un crack nato, un showman natural, apoyándose en dos teleprompters por donde corrían las letras, se gustaba poniendo poses en el centro del tablado señalando al horizonte o sacudiéndose por una descarga eléctrica, se codeaba con sus músicos (sí, conforman un grupo, como por ejemplo también Sergio Dalma con sus músicos), paseaba de lado a lado del escenario asomándose al borde para mirar de cerca a sus fans, y llegó a bajar a pie de pista para incorporarse a la valla de seguridad y cantar mientras se tumbaba como un domador de fieras sobre las manos inquietantes e indómitas de los privilegiados que estaban cerca («le hemos visto hasta las amígdalas», contaba al final el fotero Azpiazu).
No habló mucho el elegante ídolo maño, que nos trató de usted, como es su costumbre: presentó en un par de ocasiones a sus músicos, informó que estrenaban el disco ‘Expectativas’, luego afirmó que empezaban en Santander la gira mundial en desagravio porque debió suspender un concierto en verano de 2016 por motivos de salud (faringitis y tos irritativa), y después se refirió quejoso a que en las entrevistas siempre le piden la opinión sobre temas que no le importan «ni un pimiento» (sic). Así ofició el zaragozano, dominador pero no charlatán, aunque agradeciera a menudo y sincero desde las ovaciones al final de las canciones hasta los coros espontáneos en mitad de bastantes.
Bunbury, un crack, ya lo hemos dicho, un dandy de blanco y con el rostro muy pálido, logró sonar muy bien en formato octeto en ese pabellón santanderino tan difícil para la acústica (estábamos delante, quizá detrás se percibieran rebotes). Abrió la velada con varias piezas del disco ‘Expectativas’, sonando tribal a lo PJ Harvey (‘La ceremonia de la confusión’), batiendo los tambores glam (‘La actitud correcta’; «Dios, qué bueno», manifestó una dama al acabarla) y dramatizando (‘Cuna de Caín’), antes del primer fogonazo coreado, ajeno a la novedad: ‘Los inmortales’… «están bajo tierra» («grande, Enrique, grande», chillaron unos tíos).
La masa bimilenaria estaba atrapada, abducida por el sonido, la pose y el alarde luminotécnico, pero aún quedaban por llegar las mayores emociones, los momentos más lentos con el gentío coreando las letras. Eso pasó en la nueva ‘Parecemos tontos’ con la guitarra soul compungida y los coros pegajosos uuuh-uhh («muchas gracias», reconoció Bunbury encantado de la respuesta espontánea), en la épica grandiosa de ‘Porque las cosas cambian’ (con su aparato Phil Spector y un mensaje que podría versionar Loquillo), en la comunión absoluta con la parroquia coreando implorante con los brazos alzados en ‘El rescate’ (aquí hubo explosiones de luz a los gestos de Bunbury), en la conexión total con el blues astral muy blade runner ‘El hombre delgado que no flaqueará jamás’ (con los miembros de la banda actuando como protagonistas), o en el rock con gancho melódico de ‘Hay muy poca gente’, con la gente cantando a pleno pulmón (era el tema undécimo y en él se quitó la chaqueta marfileña y se quedó en chaleco, mostrando los brazos muy tatuados y fornidos, como de gimnasio).
Este pasaje, entre las canciones 6 y 11, fue inconmensurable, transportador, y solo lo trabó la interposición de la primera versión de los Héroes del Silencio: ‘Tesoro’, un rock azteca sincopado con aires de Morphine. La 12ª fue otra pieza de su anterior grupo, la sórdida ‘Héroe de leyenda’ («la primera canción que escribí y se publicó en vinilo»). Y para el ecuador de la cita ya estaban mostradas las cartas, nos sabíamos la fórmula del show, nos sentíamos encarrilados por el disfrute y proseguían los hitos como ‘Despierta’ con su rollo blues blade runner post Nick Cave, el rock-soul a medio gas ‘Más alto que nosotros sólo el cielo’, la heroica ‘Mar adentro’, la nueva comunión con el respetable ansioso en el discurso tecno-soul ‘De todo el mundo’ (la del vagabundo), y el cierre con el heroico ‘Maldito duende’, que fue cuando se atrevió a cantar arrojándose valiente a los brazos de las primeras filas.
Los bises fueron largos y variados. Costó un poco que reaparecieran los músicos y oímos a una mujer decir: «soy feliz», y a un puñado de espectadores seguramente vascos solicitar el bis coreando «jo ta ke». Y por fin la fiesta continuó con una zíngara ‘El extranjero’ (con banjo, acordeón y petición de derribar fronteras y la frase «los nacionalismos qué miedo me dan»), el ondulante y reverberante, entre el cabaré y lo latino, ‘Infinito’ (primera cima del bis), la cumbia ácida ‘Que tengas suertecita’ (y que usted también la tenga en esta gira, señor Bunbury; ¡y que nos lo volvamos a cruzar!) y la juerga de ‘Sí’ (dímelo, dímelo, dímelo), más la odisea espacial tan a lo David Bowie ‘Lady Blue’ (el segundo hito del primer bis, con coros intergeneracionales y cientos de manos en alto que se pusieron a dibujar círculos en el aire al hablar del huracán).
‘Lady Blue’ cerró el falso el concierto. «Por favor, no se olviden de nosotros, hasta siempre», espetó Bunbury y saludó a la parroquia cántabra abrazado a sus músicos. Pero dijo de repente: «una más y no jodemos más», y cayó el inesperado segundo bis con una tranquila ‘La constante’, también del disco ‘Expectativas’, una tranquila, una descompresión que hizo protestar a una mature mientras abandonaba La Ballena: «Mira que acabar con esta…». Fue la única queja, y no fue para tanto.
Clip oficial de ‘Parecemos tontos’, que lleva más de nueve millones de visualizaciones
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