Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Acudimos con las expectativas altas, muy altas, lo que nunca es recomendable, pero Sting las confirmó e incluso las superó al poco de empezar su magnífico concierto de 21 canciones en 106 minutos (hora y tres cuartos) en el Pabellón de Miribilla, lleno por ... unas 8000 personas que ocuparon desde la pista hasta las butacas más alta de las gradas. El sonido fue tan perfecto que parecía de un disco, la ejecución del septeto (el jefe al bajo, tres coristas y tres músicos: guitarrista, teclista y un baterista jovencísimo) se desarrolló orgánica y en continua comunión con el respetable, y el repertorio cursó impecable e inapelable, rompiendo la pana con las siete maravillas de Police revisadas de modo vivificante y verídico, y sin decaer en el resto de las selecciones, casi todas reconocibles, elegidas para una gira mundial bautizada sencillamente 'My songs / Mis canciones'.
Y lo de Sting como ser humano en escena este jueves en Miribilla fue como estar ante un mito infalible. ¿Como estar ante Elvis en 1956? ¿Raphael en 1967? ¿Los Clash en 1978? Sting, un tipo odiado por muchos melómanos que seguramente le envidien (por su talento musical, por su éxito que le hizo pronto millonario, por su interés mediático...), se tiró la hora y tres cuartos del increíble macroconcierto ampliado en las dos pantallas gigantes de los laterales del escenario, un tablado bastante desnudo por otra parte, sin accesorios inútiles.
Sting, manejando su bajo eléctrico cual 'jazzman' superlativo, cantando estupendamente a través de un micrófono adherido a su mejilla, y sin parar de moverse por el escenario despejado para él, evolucionó de manera inconcebible en una estrella de la música con más de 40 años en candelero: de sus brazos desnudos no colgaban músculos blandengues, su cara no cargaba papada, su rubio cabello le cubría por entero, y el muy inglés fue capaz de agacharse y de tocar tanto tiempo sin dejar de moverse. Sólo en tres ocasiones se sentó en un taburete, ¡y alguna no durante toda la canción!
Sobre ese escenario despejado, con una tarima para la batería, un montón de bafles para los actuantes, el teleprompter para el cantante y poco más, Sting / Aguijón, nacido Gordon Matthew Thomas Sumner en Wallsend, Tyneside del Norte, Inglaterra, el 2 de octubre de 1951, fue feliz y lo transmitió hablando lo justo (dijo antes de la quinta canción: «¿Todo bien?, nosotros también estamos contentos de estar en Bilbao, una ciudad muy bonita», y presentó a sus músicos por primera vez de las dos que lo hizo), sin pecar de divo ni de gracioso (a Hans Zimmer pero menos pesado y nada sobón remitió cuando habló con su corista y armonicista y le pidió un solo a lo Stevie Wonder en 'Brand new day', pues en la grabación lo sopló el de 'si bebes no conduzcas'), concentrándose en la música, interactuando con el público (por ejemplo lanzándole onomatopeyas tipo 'iooos' para corear), dirigiéndose directamente a las primeras filas desde el borde del escenario y comunicándose hasta lo epidérmico y admirativo a través de las dos pantallas gigantes que lo agrandaron todo el concierto y lo mostraron segurísimo a sus 71 palos, moreno de tez, pendiente de todo y en un par de ocasiones incómodo por el referido micrófono de mejilla.
Qué sonidazo tan agradecido en un pabellón, qué claridad luminotécnica la del escenario, qué cercanía la de las pantallas, qué precisión y entrega la de la banda y qué repertorio tan bien ordenado, desde el pistoletazo con éxitos de Police hasta el epílogo apoteósico también tirando del legado de Police. Irrumpieron en escena los siete actuantes (los seis a sueldo vestidos de negro, el jefe de claro) y con la primera, 'Message in a bottle' (The Police), ya tornaron eufórica a la audiencia, amasaron reggae de estadio en su tema más popular en solitario ('Englishman in New York'), y volvierona martillear al público con una infecciosa 'Every little thing she does is magic' (The Police)
En ambiente de festival estival más que en atmósfera de macroconcierto bajo techo, Sting arbitró funk noventero, blues vía Robert Cray más sofisticado ('Loving you'), se asemejó a Peter Gabriel ('If I ever lose my faith in you'), facturó baladas yuppies ('Fields of Gold'), fue litúrgico más que ceremonial ('Why Should I Cry For You?'), nos administró blues-rock con una elegancia inusual ('Heavy cloud, no rain'), pensamos que mejoró de largo a su coetáneo Paul Carrack cuando éste dio ese muy buen concierto en el pasado festival Music Legends ('What could have been'), y al final Sting volvió a enfervorizar al respetable con más dianas de Police: 'Walking on the Moon' con los haces de luces surcando el pabellón como láseres, 'So lonely' en plan los Clash anfetamínicos (¿qué les decíamos al principio?), 'Desert Rose' (de Sting en solitario, sí) a modo de rave arábiga, 'King of pain' con su hijo, el telonero Joe Sumner, apareciendo en escena para compartir un dúo, 'Every breath you take' encendiendo cientos de móviles para filmar el momento, y el bis con un 'Roxanne' que iluminó de rojo el pabellón y, a modo de despedida y con Sting por tercera vez sentado en el taburete y por primera tocando la guitarra acústica, su canción en solitario 'Fragile', dedicada a un amigo recientemente difunto.
El 16 de diciembre estará en Pamplona, aún dentro de esta gira que ha venido en llamar 'My songs / Mis canciones', que empezó en marzo en Japón y que de momento de prolongará hasta este fin de año.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.