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Tras nueve años de parón, los catalanes Standstill (Barcelona, 1997-2015, 2024…) han regresado con tanta fuerza a la palestra que, en el concierto del sábado noche en el Kafe Antzokia, ante 480 almas, cuando batían los tambores se tornaban paroxísticos y cuando apretaban el turbo eléctrico atronaban semejantes a una nave de carga espacial. En quinteto (y en sexteto en la última pieza), alternando frecuentemente la alineación (ora dos teclados, ora tres guitarras, ora dos percusiones, ora cuatro percusiones tribales más el teclado astral de Ricky Falkner –esto en 'Nunca, nunca, nunca'-…), con sonido po-de-ro-so que aplasta al de sus discos y que anula el recuerdo de las ocasiones en que hace lustros les vimos en el mismo Antzoki (que unas seis veces se han subido a su escenario, calculó el cantante Enric Montefusco), este sábado interpretaron 17 canciones en 90 minutos redondos en la cuarta fecha de su gira de salas en invierto, afrontada tras su resurrección estival de festival en festival (BBK Live, Sonorama, Vive Latino…).
Standtill fueron al grano y Montefusco habló lo justo: dijo lo de las seis veces en el Antzoki, lo de su primera vez en 'Bilbao', en 1997, en la pizzería Xurrut (en realidad sita en Gorliz), eso de que Bilbao es su casa (lo mismo dijeron la víspera, el viernes, Biznaga), lo de que están tocando «viejos temas, algunos de hace más que quince años, que ahora tienen otros significados, y nueve años después prima el lado luminoso», lo de la dedicatoria a sus seguidores más veteranos (a los que les conocen desde sus pinitos, cuando sacaron dos discos en inglés, y para ellos ejecutaron el hardcore cabezón 'Ride down the slope'), o el agradecimiento, antes del último tema, «por la energía, los aplausos y el cariño increíbles que recibimos».
Fue un concierto poderoso pero con partes reflexivas que funcionaron a modo de marasmos previos a las explosiones sucesivas, varios momentos de intenso recogimiento en los que se oía un rumor proveniente de muchos presentes en la sala (acallado a partir del noveno tema, 'Hay que parar', donde se oyeron chistidos y dos voces espetaron «¡callar!» y «¡callarse!», la primera masculina y la segunda femenina).
Similares a los bilbaínos Cordura pero más sofisticados y variados, y basculantes entre la épica indie ('Me gusta tanto') y la progresividad astral ('Noticias del frente', 'La mirada de los mil metros', ambas de títulos bélicos, qué casualidad), Standstill remitieron a menudo a León Benavente (el circular 'Poema Nº 3', 'Moriréis todos los jóvenes'…), emergieron como influencia de Vetusta Morla en gradaciones bastante folk (cruzada con Fugazi en 'La risa funesta', prologadas por palmas flamencas en 'Adelante, Bonaparte (II)', reforzadas por tambores a lo Birthday Party en 'Tocar el cielo'…), y ascendieron tan astrales como Mars Volta ('¿Por qué me llamas a estas horas?', 'Feliz en tu día', o un 'Cuando' con arranque post-rock).
Y al acabar la canción número 13 dijeron con sinceridad varios miembros: «eskerrik asko, de verdad» y «un placer inmenso». Pues hasta el 31 de enero los catalanes continuarán con su tour por salas, de trece fechas en total. Seguirán por Sevilla, Granada, Málaga, Valencia, Murcia, El Prat de Llobregat, Granollers, Zaragoza y Madrid.
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