Sofía expresiva en la sala de la Gran Vía. Óscar cubillo

De Sofía Ellar a María Bayo

La cantautora pop hispano-británica exudó frivolidad en la Sala BBK y la soprano navarra reivindicó a la Cleopatra empoderada en el Teatro Campos

Sábado, 19 de junio 2021, 00:15

El viernes por la tarde presenciamos las dos primeras funciones de dos mujeres actuantes en Bilbao: a las 17.00 horas en la Sala BBK, catamos el primero de los dos pases en escueto trío de la londinense de 27 años Sofía Ellar insertada en ... el ciclo 'BBK On Stage' (a 15 €, agotó en la venta anticipada este pase y el de las 7.30 h: 120 +120 butacas en total), y a las 19.00 horas en el Teatro Campos, observamos la primera función de la soprano de Fitero y de 60 primaveras María Bayo protagonizando en cuarteto el libreto musicalizado 'Divina Cleopatra' (a 30 €, había unas 200 almas y el domingo a la misma hora ofrecerá la segunda función).

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No sólo por cuestiones de edad, ambas damas dejaron dos impresiones bastante diferenciadas, aunque ambas coincidieron en su propósito de romper la cuarta pared, de dirigirse directamente a la audiencia: Sofía, muy nerviosa como reconoció ella misma, lloró hasta en tres ocasiones (o simuló hacerlo), no dejó de pedir palmas y de aplaudir ante un público eminentemente femenino y adolescente al que intentó caer bien contándole anécdotas; y la culta María dirigió a un público maduro y reivindicó a una mujer con personalidad, como Cleopatra, como ella misma.

Sofía animando a cantar a su público adolescente. ÓSCAR CUBILLO

Sofía Lecubarri Ruigómez, alias Sofía Ellar, definida en Wikipedia como «cantautora y empresaria británica de origen español», en su concierto locuaz de 12 canciones en 63 minutos resonó constantemente a La Oreja de Van Gogh, lloró tres veces (una por su difunto gato), en una canción bajó a cantar entre el público (con mascarilla), y acabó el show descalzándose las plataformas y haciendo una pirueta rematada con el pino puente («sólo una vez, que luego mi madre me mata», avisó).

Aún ignoramos cómo sobrevivimos al exceso de almíbar de su bolo verborreico (soltó Sofía en un momento que afinaban: «este silencio incómodo…, llamadme guapa, así me pongo roja»), pero cuando la cantante se fue tranquilizando (pues no callando, ni dejando de requerir que ondeáramos las manos o coreásemos para imprimir la energía que le faltaba a su escueto y acústico trío formado por ella y dos chicos), la cita mejoró desde lo repelente hasta lo comercial y superficial (qué afán por contar sus chorradillas del día: que si los pintxos, que si el pinganillo que llevaban en las orejas, que si una ayudante suya se mojó el culo en el aeropuerto y que se asomase para que lo viéramos -«parece que se ha meado», dijo la jefa, y ahora al escribirlo nos hace gracia pero al oírlo nos pareció de más), desde lo fuera de tono hasta lo frívolo, pero bueno, el pop debe ser frívolo.

Sofía moviéndose entre sus dos escuderos. O. C.

Entre recordatorios de cuando vino a Bilbao a la inauguración de una tienda Stradivarius, peticiones para que encendiéramos las 'linternillas' de los móviles, y las confesiones de que para frenar la afonía había tomado alguna medicina y la de que estaba destrozada emocionalmente y casi no se atreve a salir de gira (en Wikipedia también pone que el 31 de marzo rompió con su novio durante cinco años, el cantante Álvaro Soler), Sofía Ellar, una chica muy Van Gogh y también muy OT (donde ha colaborado como invitada), alcanzó sus mejores momentos en los temas más coreados por sus fans.

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Con el acompañamiento musical un poco chatarrero (con barullito en alguna ocasión) que se fue aclarando en la segunda mitad, entre lo más lucido y aprovechable del repertorio apuntamos el azucarado 'Rock'n'rolles de chiquillos' (una de sus primeras composiciones, que nos evocó a Taburete), la canción del gato difunto en la muy 'orejera' 'Versión de cobarde' (y llorando hizo mutis del tablado), la mentada canción del barullito 'Verano con lima' (donde canta «es jugar a un vamos a ser niños»), la reminiscente de Quique González 'Segundas partes entre suicidas' (¡hasta en el título!), la mejor canción de la primera sesión que fue 'Cancha y gasolina' (otro título muy Quique para una composición de country rock a lo Steve Earle), o el cierre del bis con la pija y orejera 'Bañarnos en vaqueros' («Calor, Semana Santa, El Sardinero», así empieza la letra).

María Bayo con su primer atavío. CARLOS Gª AZPIAZU

Si Sofía pecó de aspaventera (nervios de principiante cuando tiene tres discos, charlatanería, temor ante la afonía refrenada…), cual si fuese su reverso sobria ofició María Bayo, quien cantó, actuó y hasta casi bailó en la quincena de piezas que interpretó en los 70 minutos (se anunciaba como más largo) de 'Divina Cleopatra', un alegato en favor de la faraona que busca romper los tópicos de las películas: la Bayo subrayó que era griega y no egipcia, que «era poderosa, inteligente, libre y sin ataduras en el amor», que hablaba al menos siete idiomas y que en general los hombres eruditos la han descalificado, así Boccacio la tildó de puta, Dante de pecadora, Cecil B. de Mille la llamaba la mujer más perversa de la historia…

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Y subrepticiamente, la fiterana fue alternando su trayectoria con la de la faraona, sin llegar a convertirse en su alter ego. Dijo que partiendo desde un pueblo como Fitero quién iba a pensar que iba a labrar una carrera como la suya, que la opera conlleva «sacrificios y renuncias», y que le gusta cantar «a Piazzolla, me gusta cantar en mi idioma, quitarme un poco esa máscara del italiano, francés, alemán…».

'Divina Cleopatra' es un monólogo, una obra de teatro musicalizada con más vigor que el teatro habitual. Con un trío sin amplificación exterior y que sonó mate y sofocado (acordeón, chelo y una guitarra que si hubiera faltado no se la habría echado de menos; recordemos que estas funciones se han retrasado desde marzo debido a un accidente de bicicleta del acordeonista), María Bayo actuó, declamó, recitó y cantó varias piezas reservando sus mejores facultades para las tres finales previas al bis.

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Saludos antes del bis de los cuatro actuantes. C. G. Azpiazu

Al principio cantó a Handel de modo canónico, a Sartorio con escapadas a lo afrancesado e incluso a lo medieval (la pandereta del acordeonista), a Piazzola ('Los pájaros perdidos'), a Rafael Alberti ('Se equivocó la paloma', una de las cimas). Entonces la Bayo manifestó que «se me dan bien las muertes, me dicen todos los directores de escena, y he hecho las de Carmen, la Traviata, Desdémona…», y cambió de registro al ironizar en dos valses (absolutamente magistral y apoteósico el segundo, 'Chanson du Kiri-Kiribi', que fue donde su capacidad vocal colmó el teatro entero), se marcó un sentido y capaz dúo con el acordeonista en el 'Youkali' de Kurt Weill, y se despidió con 'María de Buenos Aires' de Piazzolla, tercer momentazo consecutivo, antes de conceder un bis con el correcto y presentado por ella 'Los caminos del amor'.

Bien y muy completa María Bayo, muy por encima de sus discretos músicos, a los que no benefició tocar sin técnico de sonido fuera. Pero bueno, si les amplificaran más, la soprano no habría podido imponerse tan fácilmente.

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