Hasta el domingo se representará en Bilbao 'Sombras', la nueva coreografía de la bailaora Sara Baras (Sara Pereyra Baras, San Fernando, Cádiz, 1971). La obra está basada en la farruca (un palo de origen norteño) y con ella celebra los 20 años de ... su compañía. Se trata de un esfuerzo ímprobo de la Baras por parecer moderna y exportable, y ahí tenemos la umbría primera media hora, en blanco y negro, masculinizada e incidiendo en las percusiones (ánfora, pandereta, palmas y pies) y en el zapateado en lo que ella es una experta, que la desliza por el tablado como si fuera Michael Jackson en el moonwalk. El título 'Sombras' anticipa la oscuridad predominante en el escenario (sombras chinas, sombras séxtuples de la jefa Sara, sombras de tonalidad menguante en el telón de fondo…) y la estética es más sobria que nunca en las vestimentas (fuera batas de cola, ni pensar en la peineta, borren los lunares… aunque permanecen los abanicos y los bastones).
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Aunque la tradición se preserva y exhala en el cante jondo que acompaña al espectáculo (la música es de Keko Baldomero y las gargantas las aportan Rubio de Pruna e Israel Fernández), el pasado se relega en el baile, el reclamo esencial de la obra. Sara Baras no desea pasar por revisionista, y mucho menos por folklórica, y su técnica de proyección interdisciplinar la enfoca más en el zapateado vertical que en los bailes contorsionistas que la han hecho grande. En las grabaciones intermitentes en las que su voz sugiere el busilis de 'Sombras', asevera Sara Baras que busca «dejarse el alma en cada golpe de tacón». Y así es: zapateando como el pájaro carpintero. Además, al agradecernos nuestra presencia por el epílogo, cuando recordó a su valedor en Bilbao, el difunto alcalde Iñaki Azkuna, la gaditana dijo que aunque se quedara afónica sus tacones andaban bien de voz.
100 minutos duró la función de estreno del miércoles, que rozó el lleno en el Teatro Arriaga con las butacas a 50 euros (a 15 las más altas). Las ovaciones no dejaban de premiar cada número. Las chicas de nuestra diestra decían «qué guay», las espectadoras la jaleaban desde los palcos (ole, guapa, viva el arte…), las guitarras remitían a Paco de Lucía, las luces mimaron las penumbras y la escenografía 'garabateada' de Andrés Mérida se perfiló más en la segunda mitad. El desarrollo de 'Sombras', opus que está muy bien, nadie lo dude, cursó algo plano (se echó de menos el crecimiento estético y colorista, y también el grupal en los bailes). Su tempo se dilató en una coreografía que derrocha técnica, que remacha el zapateado y que se pretende contemporánea e internacional (y lo es), aunque quizá lo más degustado y aplaudido fueron los bailes protagonizados por el mostachudo José Serrano, alias Pepín, el marido de Baras, con quien se marcó en pareja un vals con armónica a lo Antonio Serrano y un zapateado central disruptivo para el acompañamiento musical) y que se puso chuleta, farruco, en los tangos masculinos, grupales y casi tabernarios, que fueron lo más racial de estas 'Sombras' espartanas, globales, exportables y con un colofón demasiado sobrio que remarca la carencia de línea ascendente.
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