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El BEC estaba a reventar, apenas faltaban quince minutos para las nueve y media, y los ánimos ya se caldeaban. De adrenalina y buen humor. Allí lo mismo se veía a Eduardo Eguizabal y Ana Gutiérrez, que ya eran fans en los años 80 que ... a María Santos, que lo vio por primera vez hace dos semanas con su novio en Mallorca. Hacía seis años que Joaquín Sabina no cantaba en Bilbao. Una eternidad, sobre todo para los incondicionales, que han crecido y madurado al son de una voz que suena a lija y resaca. Las entradas para los dos conciertos programados en la capital vizcaína se despacharon a toda velocidad y la segunda actuación es mañana. A la luz de lo que anoche vivieron 10.000 personas, que no dejaron de corear las canciones, aullar y comerse con la mirada la estampa enjuta de un tipo con bombín y chaqueta a rayas, hay espectáculo para rato.
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La gira 'Contra todo pronóstico' arrancó hace cuatro meses y, salvo algunas cancelaciones por motivos de salud, está encarrilada y a velocidad de crucero. El de Úbeda no para, aunque el tiempo no pasa en balde para nadie. Tiene 74 años más que baqueteados y ahora acostumbra a sentarse en un taburete muy chic en mitad del escenario. Una pose y desparpajo que le dan cierto aire a Frank Sinatra, hasta el punto de que muy bien podría animarse a cantar 'My Way'. Le sobran galones y cicatrices. Pero no. Tiene otro talante. Uno más próximo a Little Richard o Elvis Presley, que le lleva a provocar y reírse de su sombra. Y que arda Troya. O que se venga abajo el escenario. Ocupó su lugar en el escenario a las 21.40 y la marea humana rugió. Solo le faltó quitarse el bombín y dedicar la faena a la más guapa.
No lo hizo, pero tuvo un gesto mejor. Se puso delante del micrófono y entró en calor con 'Cuando era más joven', arropado por una banda de primera. Son siete magníficos: Mara Barros (coros); Jaime Asúa (guitarras); Paco Beneyto (batería), sustituto in extremis de Pedro Barceló, que se ha roto la cadera; Laura Gómez Palma (bajo), Borja Montenegro (guitarra), Josemi Sagaste (saxos, clarinete, flauta, acordeón y teclado) y Antonio García de Diego (piano, guitarra). Todo sonaba tan lustroso y bien empastado que no había cabida para la nostalgia. El aquí y ahora pintaba estupendamente.
«Vengo dispuesto a pasar una estupenda noche de San Juan. Quiero celebrar el milagro de estar vivo. Eskerrik asko!», agradeció el cantautor con la mano en el pecho. No han hecho mella en su carisma ni el infarto cerebral, ni la diverticulitis, ni la depresión, ni la caída en el WiZink Center de Madrid. Luce como un pincel, echa mano de un vasito de agua de tanto en tanto y se mete al público en el bolsillo también con las nuevas canciones. Lo comprobó con la mirada brillante al enfilar 'Sintiéndolo mucho' y 'Lo niego todo'. La primera da título a un documental de Fernando León de Aranoa, en el que insiste en su propósito de «envejever sin dignidad», y la segunda es del último álbum (2017). La gente se sabía las letras y agitaba los móviles como antorchas. Muchos pateaban el suelo para seguir el compás.
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«Noche mágica, noche mágica». Lo repetía y no sin razón. Estaba en vena el autor de 'Mentiras piadosas', que anoche interpretó con el énfasis justo. La experiencia es un grado. Sabe que las verdades se sueltan y no se adornan, sobre todo entre las sábanas: «Yo le quería decir que el azar se parece al deseo, / que un beso es sólo un asalto y la cama es un ring de boxeo». Ni rastro de la afonía y laringitis que le obligaron a aplazar los conciertos en A Coruña. Muy entonado y sobrado de arrestos, no dudó en dedicar 'Cuando aprieta el frío' a los «amigos y cómplices», que siempre han sido su refugio y mayor orgullo. «Me pilló mayor lo de las groupies», confesaba con una media sonrisa. Todavía no se había levantado del taburete, pero ya volaba muy alto.
Cantautor febril y kamikaze, se superó a sí mismo con 'El bulevar de los sueños rotos', un tributo a Chavela Vargas, esa «dama de poncho rojo» con la que llegó a compartir escenario en Bilbao hace 25 años. Las 10.000 personas que le escuchaban brindaron por ella y los amores pasados, que a estos conciertos se viene llorados y con las puñaladas superadas. Sabina terminó de pie una canción que sonó a himno y gloria.
Para tomarse un respiro, no dudó en ceder el protagonismo a Mara Barros en 'Yo quiero ser una chica de Almodóvar' y permitir que Antonio García de Diego hiciera suya 'La canción más hermosa del mundo'. Conoce sus puntos fuertes y los de su equipo. Ahora más que nunca delega y escucha desde la barrera. Lo justo y necesario para volver al ruedo con más energía. Retomó la faena con 'Tan joven y tan viejo' que enlazó con 'A la orilla de la chimenea' y 'Una canción para La Magdalena', su cálido homenaje a la prostitución. Jaleado por los fans, remató el programa oficial del concierto con perlas como '19 días y 500 noches', 'Peces de ciudad', 'Y sin embargo te quiero' (que bordó Mara Barros), 'Sin embargo' y 'Princesa'.
Los bises llegaron con el bilbaíno Jaime Asúa al micrófono para dar tregua a Sabina y, de paso, hacer justicia a 'El caso de la rubia platino'. Ya quedaban pocas bazas pero el maestro andaluz salió para jugársela. Encadenó y se gustó con perlas como 'Contigo' (con un guiño al Botxo, al decir 'Yo no quiero París con aguacero, ni el Guggenheim sin ti), 'Noches de boda' y 'Nos dieron las diez'. El colofón lo puso 'Pastillas para no soñar', que le sirvió para cambiar las guitarras por los platillos y salir por la puerta grande.
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