Rozalén se aconseja en Huesca

Un día después de actuar en el festival Sonorama (Aranda de Duero, Burgos), la manchega María Rozalén paró en Huesca para protagonizar el concierto principal de sus fiestas, los sanlorenzos, que estéticamente son como los sanfermines pero con pañuelo verde destacando sobre la ropa blanca. La cita fue ayer domingo, por la mañana en la piscina se hacían notar por el euskera y los nombres bastantes usuarios vascos (¡hasta un vendedor ambulante apareció con una camiseta del Athletic!), por la tarde en la plaza de toros llena por segundo día Ponce se despidió saludando la ovación durante dos minutos o más (a ver si en Bilbao, donde tanto se le admira, le aplauden tanto tiempo), y por la noche nos dio tiempo a ver cachos de hasta seis bolos del programa oficial (logro que no podemos igualar en las fiestas de Bilbao porque los conciertos principales se programan a la misma hora, qué derroche, qué minusvaloración del público, del paisanaje).

De estos fueron los cinco luengos fragmentos y el show completo que atestiguamos: de la Orquesta Saturno, el espectáculo jotero del Grupo Folclórico Roldán del Altoaragón, de la brass band Molto Vivace de Vitoria (¡es la misma que, en formato pasodoble, animará la plaza de toros de Vista Alegre; ah, a sus espaldas, en el teatro municipal, Pedro Ruiz actuaba en un show gestionado por la compañía bilbaina Flynn), de la blusera Susan Santos (con buen sonido, qué diferencia respecto a su intervención en el Music Legends Festival de Miribilla), de la telonera Alba Morena y de la cabeza de cartel Rozalén, que en ochote (entre otros estaban la traductora al lenguaje de signos Bea Romero, ¡y tres guitarristas!, ¿para qué tantos?), en el exterior del Palacio de Congresos, al lado de las barracas, pilotó un concierto de 18 temas (varios dobles y alguno hasta en popurrí triple) en hora y tres cuartos exactos (105 minutos, de 0.31 a 2.16 horas: técnicamente hoy lunes, sí).

La explanada estaba llena, claro. «Ver cabezas hasta el final me abruma, me da respeto». Y entonces explicó que el concierto sería una fiesta pero que iba a haber un momento «de sofocón, con tres canciones seguidas, pa, pa, pá, y quien no quiera oírlas que se vaya ese rato». Y así fue: una canción por la muerte de su abuela, otra de nostalgia de la infancia que no fue tan tétrica, y la canción por la muerte de su padre, el que fue cura durante diez años antes de enamorarse de la señora Ortuño, interpretación donde se hizo un silencio solemne ('Todo lo que amaste', cuando al acabarla dijo ella que uno chilló ahí delante: «a ver cómo lo levantas...»).

Y entre frases rematadas con risas nerviosas, Rozalén dijo que su lugar favorito del mundo es el Pirineo aragonés aunque les da mucha rabia oírlo a los de Albacete, su tierra, luego insistió en el asunto comentando que vale que esa parte pirenaica sea su predilecta, pero que se halla en plena campaña de reivindicación de Albacete como «capital de España» (y funcionó, porque antes del bis en vez de 'otra, otra' la masa se puso a jalear 'Al-bacete, Al-bacete'), y explicitó al presentar la canción dedicada a su sobrino, 'La cara amable del mundo': «supongo que estos consejos me los doy también a mí misma».

Esta para el sobrino es una de las canciones en las que la letra está más encajada a martillazos y pertenece a su último disco, 'Abrazo', el que está presentando por doquier («al levantarnos nos preguntamos, ¿dónde estamos hoy?», dijo). En María de los Ángeles Rozalén Ortuño, de 38 años, psicóloga con un master en Musicoterapia, se sube al escenario y da la sensación de que se tumba en el diván del psicólogo con sus canciones y sus presentaciones. Y sus letras las encaja con empecinamiento (la de 'Entonces' más parece un texto para un libro que para una canción) en ritmos diversos de matriz folk en su mayoría (de la jota al vallenato), aunque también se atreve con modernidades: el rap de 'Mis demonios' -con las intervenciones enlatadas de los invitados en la grabación Kase O. y R de Rumba y el verso orgulloso en voz de ella: «Sigo demostrando mi actitud y mi talento»-, la onda Radiohead de 'Y busqué' -«la respuesta estaba dentro de mí», concluye el estribillo-, el pop de estadio de 'Llévame' abriendo el bis triple...

El sonido fue muy bueno (había bases explícitas), el apartado visual se quedó más corto (poco se usó la pantalla de fondo y pocas imágenes de ella hubo en directo, pareciera que todas fueron en pareja con Bea, que es un trasunto saludable de Popotxo con Gurrutxaga en La Mondragón), ella lució el pañuelo verde de fiestas de principio a fin de su concierto, el público atendió hasta el final (una concurrencia bastante transversal, aunque la mayoría eran chicas jóvenes), Rozalén presentó primero a los músicos y luego leyendo sus nombres a una ristra de técnicos (y entonces pidió un aplauso para nosotros, el público: «venga el autoaplauso, a ver cómo os queréis) y la polirritmia latina se hizo notar: vallenato, cumbia, son cubano, batucada, además de la jota ('Es Albacete', la de la capital, cuando dijo que no le hace gracia que hagan chistes con ellos) y flamenco ('Te quiero porque te quiero').

Como adelantó, el rizo postrero, el subidón culminante, fue la fiesta, en este caso mestiza y manonegrista (a lo Amparanoia, La Pegatina, Javier Ojeda el líder de Danza Invisible pero en solitario...), hasta despedirse con dance tipo La Casa Azul, que hoy lunes actúa en el mismo escenario oscense, un adiós en modo «celebración de la amistad», la titulada 'Todo sigue igual', cuya letra dice: «Sabéis bien cómo me siento / Cuáles son mis fortalezas, mis virtudes, mis defectos / Cuáles son mis puntos tiernos». Sí, es muy expresiva y evidente Rozalén.

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