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Es la tercera vez que Riccardo Chailly (Milán, 1953) acude a la Quincena Musical. En 1997 y 2003 llevaba las riendas de la Royal Concertgebouw Orchestra de Ámsterdam (una de las mejores del mundo) y ahora se presenta con la Orquesta Filarmónica de la Scala ... de Milán, que también puede alardear de trayectoria. Breve pero intensa. Fundada en 1982, salió del foso del teatro lírico a iniciativa de Claudio Abbado para foguearse con el repertorio sinfónico. Hasta entonces los músicos de La Scala se limitaban a las partituras operísticas y nunca pisaban el escenario. En la actualidad son 135 músicos y más allá de la temporada estrictamente lírica se atreven con todo, lo mismo ofrecen 'delicatessen' de Haydn que raciones intensas de Bruckner.
Para su cita donostiarra de mañana en el Kursaal han preparado un programa muy asequible: la Quinta de Chaikovski y 'Daphnis & Cloé: suites n°1 y n°2' de Ravel. Es una combinación que hermana el romanticismo y fatalismo de sabor eslavo con la sensualidad más delicada, que avanza de puntillas y enamora como una puesta de sol, llena de luz. Son las mismas obras que interpretarán el miércoles, en el Festival Internacional de Santander.
La Filarmónica de la Scala de Milán está en manos de Chailly desde 2015 y nunca deja cabos sueltos. Han seleccionado piezas que cuadran muy bien en certámenes dirigidos a un público relajado y heterogéneo. El jueves, que tocarán en el Musikfest de Berlín, prescindirán de la sinfonía de Chaikovski en beneficio de obras de Luciano Berio y Wolfgang Rihm. Es una orquesta con amplitud de miras y sabe adaptarse a las necesidades y gustos de los espectadores.
En los últimos 42 años los músicos de la agrupación milanesa han profundizado en el repertorio sinfónico con directores invitados de la categoría de Leonard Bernstein, Myung-Whun Chung y Yuri Temirkánov. Y la nómina de batutas titulares también ha sido espléndida, con nombres como Carlo Maria Giulini (1982-1987), Riccardo Muti (1987-2005) y Daniel Barenboim (2006-2015). Con Riccardo Chailly a la cabeza ha grabado varios discos, de temática muy variada, lo mismo obras de Schubert y Mendelssohn que bandas sonoras de Nino Rota y cantatas inéditas de Rossini.
Chailly es un milanés con alma centroeuropea. Ha vivido por razones de trabajo más de tres décadas en Berlín, Ámsterdam y Leipzig. Habla cinco idiomas y no deja de aprender y quemar etapas. Todavía se ríe al recordar que su padre –compositor y gestor de programas musicales de la RAI– intentó quitarle de la cabeza la pasión por la dirección orquestal. Es más, le aconsejó que se limitara a tocar la batería con los amigos para ahorrarle frustraciones y un futuro muy negro.
El hijo del señor Luciano Chailly, como era de esperar, no le hizo caso. Sin dejar la afición por el blues y el jazz, se animó a dar el salto y no sufrió ningún descalabro. A los 20 años ya trabajaba como asistente de Claudio Abbado, precisamente en La Scala de Milán, y antes de los 30 se ponía delante de la Orquesta Filarmónica de Berlín.
«La madurez llega por la experiencia, no por la edad, y yo he tenido la ventaja de estudiar mucho y muy pronto», se defendía Chailly, cuando se le reprochaba su insultante juventud y se restaba méritos a la profundidad y sutileza de sus ejecuciones. Antes de sufrir problemas cardíacos, tenía adicción por la velocidad y adoraba las motos y lanchas rápidas. También corría riesgos en el podio y afrontaba a pecho descubierto la música de Richard Strauss, Stravinsky o Mahler. Una osadía que no ha perdido. Se ha vuelto más tranquilo pero le sigue atrayendo la aventura.
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