Hora y media antes de que la Sociedad Filarmónica se llene hasta la bandera, ya hay prisas y el punto justo de tensión en los pasillos y camerinos. «Cualquier cosa que necesitéis, aquí estoy», repite el jefe de sala a los 40 miembros de la Coral de Bilbao y periodistas y cámaras de EL CORREO que van entrando. El concierto empieza a las ocho de la tarde, pero hay que calentar la voz, hacer la prueba acústica y tomar buena nota de todo para contarlo después. Si no se ve, no se cree. Las 900 invitaciones gratuitas para suscriptores de este periódico –que había que recoger en la tienda– se agotaron días antes y nadie ha faltado a la cita.
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El programa es un menú muy variado, con entremeses, platos fuertes y postres. De Brahms a Lloyd Webber, pasando por Casals y Donizetti. Sin olvidar a una escuadra vasca de primera: Sorozábal, Usandizaga, Olaizola y Busto. «¿Qué te voy a decir? Que es gratis y en la Filarmónica. Un chollo», deja caer Eric Moreno, que trabaja como camarero en Basauri y siente pasión por Elvis y «cualquiera que cante bien». Con la mochila al hombro y la gorra al revés, está apostado en una esquina, muy cerca de la puerta, mucho antes de que empiece el espectáculo «pero sin agobios, eh, que me da igual dónde sentarme».
El jefe de sala, con un manojo de llaves en el bolsillo y sin dejar de controlar las entradas y salidas, se ríe cuando se le pregunta si alguna vez se han dado altercados en eventos gratuitos y sin butaca adjudicada. «¡Qué va! Aquí solo hay orden y concierto», aclara con orgullo. Se llama Eduardo Muñoz y es el hombre que soluciona todos los problemas, lo mismo recoloca el piano en el escenario para Mario Lerena que le deja el micrófono en el atril a César Coca, director del Aula de Cultura de EL CORREO, para que haga una pequeña introducción antes del concierto. No hay tiempo que perder en la Filarmónica.
Esa energía le llega directamente al corazón a Enrique Azurza, director artístico de la Sociedad Coral, cuando sube y baja por las escaleras, de camerino en camerino. Es un edificio soberbio, diseñado por un paisano suyo, el arquitecto tolosarra Fidel Iturria. «Me encanta venir, claro que sí», reconoce con una amplia sonrisa, mientras recoge las partituras y se las pone debajo del brazo. El traje impoluto ya lo tiene colgado en una percha, pero antes necesitan ensayar algunas piezas, reajustar las dinámicas y volumen, «además de hacernos al espacio». Para los coralistas es fundamental sentirse cómodos, conocer las distancias entre ellos y tener a la vista las manos y rostro del director.
En esta ocasión son apenas 40 voces, un tercio del total que integra la Coral, porque las dimensiones del escenario (9x6,5 metros cuadrados) no permiten un despliegue mayor. Nada que merme las expectativas de los aficionados, que son muchas: «Siempre lo hacen de maravilla y qué bien que haya una romanza de zarzuela en el programa», apunta Elena, acompañada de sus amigas Teresa y Esperanza. Están jubiladas y son habituales de las temporadas de la BOS y la ABAO. Llevan más de una hora haciendo cola y no se las ve cansadas.
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En cuanto se abren las puertas, la marea humana avanza y se impone la armonía. Antes de apagarse las luces, César Coca anima a disfrutar de la música y olvidarse de Ucrania y Palestina –«al menos durante una hora»– y el público le hace caso sin esfuerzo. La primera pieza es 'Geistiliches Lied' (Canción sagrada), de Brahms, y sirve para preparar la escucha de 'Nigra sum' (Negra soy), que Pau Casals dedicó a la abadía de Montserrat. Es una joya para coro femenino con todas las virtudes del músico catalán. Emotiva pero contenida, en un equilibrio lleno de lógica y sentimiento. Luego llega el turno de 'Chacun le sait', de 'La hija del regimiento', de Donizetti. La soprano Patricia Intxaustegi aborda los escollos, que son muchos, de un tema que en la ópera precisa del acompañamiento del coro masculino. Pero ella canta sola y sobrada de personalidad. Sale dos veces a saludar. La velada musical se va caldeando.
El 'Ave Maria', del guipuzcoano Javier Busto, fluye con naturalidad y deja volar la imaginación antes del derroche visceral de 'No puede ser', de 'La tabernera del puerto', de Sorozábal. El tenor Jordi Martínez arrasa en la platea. A continuación, el 'Impromptu' de Usandizaga, con Mario Lerena al piano, da paso al clásico escocés 'Auld lang Syne', que está en el origen de la 'canción de la despedida' que todos asociamos a la Nochevieja anglosajona. Un tema precioso que enfila la recta final.
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Las sopranos Maialen Díez y Azucena García se alternan como solistas en 'Pie Jesu', de Lloyd Webber y el bolero 'Juramento', de Matamoros, hace seguir el ritmo, aunque sea sutilmente, con la cabeza y los hombros. Eso sí, nada más empezar 'Aurtxoa seaskan', el silencio se hace más profundo. La interpretación de Maialen Díez es magnífica. El colofón de 'Euskalerria' y 'Ara nun diran', de Sorozábal, arrebatan y el bis de 'Maite' deja a todos contentos. A la salida, se oye canturrear a la gente.
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