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josu olarte
Domingo, 10 de octubre 2021, 12:13
Aún es pronto para hacer una valoración completa, pero tras las tres primeras jornadas triples de la seis que dentro de un mes completarán el aperitivo otoñal del Bilbao BBK Live, todo apunta a que la vuelta la vieja normalidad de la música en vivo ... va a llevar su tiempo. El público más adulto y melómano parece estar desconectado o con otras prioridades sociales. El primer festival con público de pie en suelo vasco apenas concitó unas 300 almas en su jornada final. Con una cierta ligazón temática en torno al folk y la regeneración de distintas tradiciones musicales, tampoco ayudó que la última tripleta reuniera en el Bilbao Arena a una banda local como Omago y dos propuestas con indudable atractivo pero ya vistas recientemente por estos pagos, como son las del evocador y sincrético tándem catalán formado por María Arnal y Marcel Bagés y el 'agitador cultural' astur Rodrigo Cuevas.
Abrieron la noche el cuarteto Omago, trío mixto y bilingüe marcado por la voz, la presencia y el apellido de la cantante y guitarrista acústica Aitziber Omagogeaskoa. Un tanto apocados por la frialdad del entorno recrearon su folk de raíz americana y femenina con momentos de derivas pop y apuntes de dream pop que les hicieron brillar en temas como 'Hitzik esan gabe', números más uptempo como 'Flores' o canciones de cuño más reciente como el algo lisérgico 'Begiak'. No acabaron de cuadrar bien las percusiones electrónicas ni las bases sintéticas de temas como la novedosa 'Miedo' que apunta a una progresión respecto a sus canciones previas cocinadas en Deusto con el ex WAS Jon Arrizagalaga como 'Bakalrti Koldarrak' o su versión de Dut 'Hor Nonbait'
El pico de público se registró para levitar con la expresividad vocal y coral de María Arnal, cantante melismática con la capacidad de erizar la pie. Junto con un Manuel Bagés cada vez menos guitarrista de pop rock atmosférico y más manipulador de 'sintes' modulares y programaciones junto con su productor y músico de directo David Soler, se centraron en el repertorio de su reválida 'Clamor', que es en esencia un disco 'de voces que se mutiplican' en evocadoras polifonías que María moldea con la teatralidad griega con dos coristas. El conjunto se apoya en una puesta es escena por momentos casi gótica que amplifica la gran intensidad emocional del repertorio,
María y Marcel forman un dúo con sello propio que, partiendo del reciclaje de la canción popular, ha sido capaz de hablar de las fosas comunes de la Guerra Civil, sugerir cantos atávicos, sintetizar las coplas populares o musicar a Joan Brossa, Ovidi Montllor o Alan Moore, dando forma a un personalísimo, emocional y climático folk sónico y lírico. Un sincretismo con evocaciones astrales y espirituales que en lo vocal remitió en a Laurie Anderson en sus momentos más sintéticos, a las Voces Búlgaras en sus resonancias arcanas y antiguas o a Elefteria Arvanitaki en sus evocaciones greco-mediterráneas.
A una Enya en vena trip hop recordó María en la apertura 'Milagro', etérea , coral y polifónica gravitó en 'El gran silencio' y su aura de música antigua filtrada entre patrones electrónicos y sonidos de corte industrial se hizo patente en su intrigante y fantasmal drama medieval anticlerical «Cant de la Sibilla». Con trasfondo catedralicio sonó el puro crescendo vocal de 'La Gent'y con sones guitarreros de Soler 'A la vida' celebró la existencia con Arnal evocando a una María de Mar Bonet con alma de fado traído al Mare Nostrum. La pulsión industrial ruidista y polifónica reflotó con 'Meteorit Ferit' mientras la cantante apuntaba el meollo emocional implorando a lo más alto en 'Jaque' o 'Bienes'.
La recta final elevó la graduación sensorial con María aflorando toda su expresividad vocal. La 'Canción Total' hizo honor a su nombre con su caustica y afilada lírica 'contra una civilización acomodada en la socialdemocracia y la tibieza' para rubricar un set superlativo con el romance sideral de su aclamado debut 'Tu que vienes a rondarme' y la animalista 'Fiera de mi' que, con su baile algo místico, desembocó en la festiva despedida 'Ventura'.
También ligado a la tradición llegó el turno de divo Rodrigo Cuevas, espectáculo de folclorismo 'astur galego falante', lúdico y estrafalario con grandes tintes de cabareterismo transformista. Un cachopo cultural que encandila lo mismo a modernos que a abuelas de su pequeña aldea de concejo de Piloña. El icono gay asturiano lo demostró comportándose como una diva folclórica, sorprendiendo desde el primer segundo al aparecer cantado por detrás de la pista ante una descolocada audiencia. «Voy a volver a salir como Rocío Jurado y espero que me recibáis como la estrella que soy», dijo travestido en aldeana asturiana con falda azul, gorro picón y madreñas oro para cruzar la pista cantando su 'Namás s'acaba lo que nun se cuenta'
Alejado de la recreación folclorista y difuminando las fronteras entre el contador rural de historias, el músico itinerante, el artista artesano o el bufón con el que dice identificarse, Rodrigo también evidenció ser un capaz músico tradicional de formación clásica pero acompañado por una cuarteto que combina panderos, tambores, teclados, guitarras, contrabajo y hasta autotune. Su recreación de su último disco con Raúl Refree 'Manual para el cortejo' arrancó con la electromuñeira 'Muerte en Montilleja', vendiéndose como «buen mozo» en 'Arboleda bien plantada', donde animó por primera ver a entonar irrintzis.
Cuevas se ha especializado en aprovechar su teatralidad lúdica apegada a la aldea para plantear debates y denuncias como el que no quiere la cosa (violencia de género, modernidad mal entendida, incomunicación, privilegios, orgullo sexual..) y sobre todo divertir ejerciendo casi tanto de humorista hilarante que de cantor popular. A lo 'Espejito Espejito', se lanzaba preguntas varias sobre su concierto o sobre el carácter tropicalista y cálido de su grupo 'Trópico de Covadonda' («aquí se pasa calor, se suda y con suerte hasta se folla, no somos vírgenes beatas sino deidades paganas que practican la herejía,..»). «Vais a ir al puto infierno», sentenció mientras buscaba unas castañuelas y bromeaba con su conocimiento del «esuskera de carretera».
Su selección de 'temazos' y gracietas siguió coplista con 'El día que nací yo', continuó abogando por el fin de la raza humana, siguó con 'Ronde de Robledo de Sanabria', devino bailonga, pandetera y astur con el 'Xiringüelu' con estracto de 'Inés Inesita, Inés' y pasó a ácido y antifascista en 'Fijate si era rojo' para contar la historia de la Rosa Parks asturiana que fue Milia 'La Miruxana', antes de pasar a 'Soy vaqueiru'.
En el tramo final Rodrigo se puso tristón y reivindicativo tirando de testimonios grabados a propósito de 'Rambalín', su homenaje al queridísimo 'maricón' del barrio gijonés de Cimavella que murió asesinado en 1976 «cuando aún había campos de concentración LGTBI» y cuya trama aún está pendiente. «Lo que perdió de gloria lo ganó de eternidad», sentenció tras denunciar las violencias de «genero, raza y condición» y recordar el acoso que sufrió en el colegio por ser «maricón sin saberlo». «Luego me dí cuenta de que tenían razón», bromeó pícaro. La languidez romántica se prolongó con 'Cesteiros', en la que el asturiano pidió que el respetable encendiese los mecheros «qué no móviles... ¡Muerte a las LED!». Y como desdepida, en un vis que dejó al público con ganas de más', la festiva 'Muiñeira para a filla da bruxa'.
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