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Asier Vallejo Ugarte
Domingo, 6 de marzo 2022
Las filas han constituido siempre una de las imágenes icónicas de Musika Música. Filas largas y diversas que a menudo se prolongan hasta el exterior del Euskalduna y se funden con el bullicio y el ajetreo de la ciudad. Pero la fila que se iba ... formando ayer minutos antes de las once de la mañana en la entrada del auditorio de Azkuna Zentroa era distinta, pues sus protagonistas eran niños pequeños acompañados de sus familias. Tan pequeños eran algunos que llegaban en sus carritos. «¡Vamos a ver música y teatro!», exclamaba Izei, de seis años, con emoción mientras su tía Natalia y su abuelo Cándido aclaraban que no era su primera vez, que suele ir a las óperas del Arriaga y que «hace poco estuvo en Guillermo Tell».
A Izei, a su hermana pequeña Aroa y a los demás niños les esperaba 'Ama lurra', un espectáculo de actores y títeres sobre la aparición de la vida en la Tierra. El escenario mostraba una cama en el centro de una gran habitación y en ella, mientras sonaba la 'Berceuse' de Chopin, Beñat preguntaba a su madre sobre la naturaleza, el cielo y los dinosaurios antes de quedarse dormido y empezar a soñar. Y cuando se sueña todo es posible, la vida se funde con la fantasía. «Los sueños, los recuerdos, las reacciones musicales, todas se componen de la misma materia», decía Hindemith.
Una hora después el Euskalduna mostraba su aspecto habitual, maravillosamente caótico: una pequeña multitud se desperdigaba entre la cafetería, los accesos a las salas, lo mostradores de la entrada, el kiosko de música y, en un rincón casi secreto, una singular instalación interactiva llamada 'Sming', que permitía al público dirigir un coro entero cuya única voz era la suya. Un imán para los jóvenes, pero los había también talluditos, y mientras allí dentro volaban los minutos las filas se iban haciendo grandes en el exterior: se esperaba a Il Giardino Armonico en la sala 0B, a la Wiener Kammersymphonie en la 0D y a Alfonso Gómez en la 0A.
Il Giardino Armonico lleva casi cuarenta años rompiendo moldes en la interpretación de la música barroca. Su grabación de 'Las cuatro estaciones' de Vivaldi en los noventa fue tan radical que acabó cambiando la visión que el mundo tenía de la obra, y desde entonces en nada ha cesado su capacidad de sorprender. Sus miembros siguen siendo tan auténticos como coherentes y honestos con todo lo que hacen, y su director, Giovanni Antonini, mantiene su aura de rebelde tranquilo, imprevisible e inclasificable.
Su concierto de ayer fue un viaje al centro del barroco italiano en el que se alternaban Carlo Farina, Tarquinio Merula y el propio Vivaldi, pioneros los tres en tratar de imitar los sonidos de la naturaleza en sus partituras. Tan atrayente como el arsenal de efectos descriptivos desplegado por Farina en su 'Capriccio stravagante' fue la manera que tuvieron los músicos de darles vida, asegurando fiereza en los contrastes, la búsqueda del más mínimo detalle instrumental y un sonido que es solamente suyo, de nadie más. Y cuando Antonini, transmutado en hombre música, tocó con su diminuta flauta el concierto 'Il Gardellino' de Vivaldi al tiempo que dirigía a la orquesta, se hizo el delirio. Tuvieron que levantarse los músicos para abandonar la sala mientras persistían los aplausos y se multiplicaban los elogios entre el público; una asidua desde hace años a Musika Música reconocía, conmovida, no haber escuchado nunca nada igual.
Imán para todas las edades
Al salir se escuchaba a lo lejos la melodía de 'Oñazez', uno de los preludios vascos del Padre Donostia. Era la Orquesta Jesús Guridi de la Sociedad Coral dirigida por Mario Martín, quien quiso agradecer al público que estuviera allí presente, en el kiosko, compartiendo aquel momento «de música y de paz». El reloj daba la una y media.
Por las tardes suele acudir más público al Euskalduna pero siempre quedan las salas más pequeñas como espacios de intimidad en los que se establecen relaciones cercanas con los intérpretes. La imagen de Luis Fernando Pérez tocando en esas salas es también icónica en Musika Música y en su recital de ayer transitó por músicas diversas, de las flores de Tailleferre a los paisajes de Mompou, la 'Almería' de Albéniz y a la 'Danza del fuego' de 'El amor brujo' de Falla, atrapando con precisión la esencia de todas ellas, sabiéndolas contar con misterio, pasión e idéntica elegancia, como si dispusiera de un lazo con el que unirlas y atravesarlas de arriba abajo.
Era ya de noche cuando el auditorio, abarrotado como en las grandes ocasiones, presentó a la Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Gabriel Bebesela, en dos obras maestras de la música española del siglo XX que mantienen intacto su poder de atracción: el 'Concierto de Aranjuez' de Rodrigo y las 'Noches en los jardines de España' de Falla. Siempre viene bien escuchar a las orquestas vecinas y comprobar que, al igual que las nuestras, son cada vez mejores, aunque fueron los solistas quienes estuvieron más dentro de las piezas, Rafael Aguirre sacando todos los matices de su guitarra en el concierto de Rodrigo y Judith Jáuregui convirtiendo las 'Noches' de Falla en una aventura casi impresionista que le quedó tan sentida como es ella. Ambos son jóvenes, se les nota la impaciencia por compartir su manera de tocar (Tárrega y Debussy fueron sus propinas) y han sabido leer a sus mayores: hay futuro para la música.
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