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Durante esta Semana Santa, de Jueves Santo a Lunes de Pascua, el ayuntamiento de Bilbao monta cinco conciertos en euskera dentro del programa general llamado 'Udaberria Bilbon' (Primavera en Bilbao). El Domingo de Resurrección pudimos asistir al cuarto, al del trikitilari Xabi Aburruzaga (Portugalete, 1978), ... que rozó el lleno dentro de un aforo de 325 sillas. O sea que no agotó como las otras cuatro citas, más dirigidas a un público juvenil, porque su público tipo no se maneja por internet, que es la vía de conseguir las invitaciones.
Aburruzaga divulgó su quinto disco, 'Bost' (2019), y una decena de sus cortes sonaron entre las 19 piezas interpretadas en 90 minutos exactos en formato quinteto, septeto cuando intervenía la pareja de bailarines modernistas. A la sombra del titanio y del mármol del Guggenheim, en la fría tarde («se ha ido el sol», dijo el trikitilari nada más empezar, al acabar la primera canción, mientras su guitarrista se frotaba las manos para calentarlas), muy pocas deserciones hubo entre el público para lo desapacible del ambiente.
El grupo actuó en un tablado descubierto, sin techo ni fondo, y el bajista y el pianista tocaron con mascarillas y capuchas y gorros para paliar el frescor (tenían pinta de delincuentes de un 'banlieue', de un suburbio francés). Soplaba la brisa por la derecha del respetable, y cuando hubo un cambio de la dirección del viento la cascada de la alta fuente de adorno llegó a salpicar a la gente. Pero el que no se consuela es porque no quiere: nos contaron que el sábado hizo más frío y más viento, con lo cual la zona de las sillas hasta se mojó más.
Pero vayamos al lío, al bolo, a la música. Con muy buen sonido (la brisa de costado no consiguió deslavazarlo), Xabi Aburruzaga desplegó un repertorio donde la esencia vasca de la triki se diluía a menudo (aunque no se desnaturalizaba, ¿eh?) con el designio de convertirse en música más global o internacional. A veces su quinteto parecía un grupo de Luisiana, ya sea de blues (algún solo de piano, tramos enteros del 'Breakfast in Belfast' que cerró el bis y la cita) o de cajun (varios arreglos y ritmos de la guitarra).
De hecho, los dos primeros temas tuvieron poca 'vasquidad', definámosla así para referirnos al bagaje tradicional que se le supone a la trikitixa, un empaque purista que se asomó a veces resonando cual Kepa Junkera atávico (un saludo a Kepa y nuestros deseos de que se recupere del ictus), un folklorismo euskaldun más evidente en piezas como la porrusalda en homenaje a 'Maurizia', en la cantada melódicamente recorriendo en la letra las fiestas de Bizkaia 'Mekoleta', la que unió una danza gallega con una vasca y se titula 'Arku chantada', o la alegría de la triki moderna insuflada al principio del bolo a 'Hauspoaren infernutik' y al final de él a 'Maestro Zubeldia'.
Y es que el grueso del repertorio miró más allá de las colinas vizcaínas, o vascas en general. La primera pieza fue muy americana ('Bilbao-La Robla') y la segunda infiltró un subliminal ritmo ska ('Lago di Como'). A partir de entonces el pellizco del Piazzolla centenario este 2021 se percibió a menudo (en 'Bost', en 'Waltz for Velilla' -el pueblo de su abuelo-, en 'Non da Palestina'...) y el jazz también sirvió como ingrediente a su fórmula ('Dantzarinango'). Además se abarcó lo celta (desde el rápido 'Lilly's Reel' hasta el lento, melancólico y propio de banda sonora 'Laster arte', con la bandera blanca del bailarín ondeando en un margen), e incluso se abordó el campo del pop ('Erlojua ito', que nos recordó a Maixa en solitario; y al acabarla el guitarra se echó el aliento a las manos para calentarlas, del frio que hacía, no lo olviden).
El público dio palmas en cuanto se lo pidieron (¿para calentarse también?) y llegó a cantar una frase onomatopéyica en plan La Bottine Souriante en la primera del bis doble, 'Reel québécois', que llevó el ritmo con un arpa de boca programado y donde para retar al público en los coros dijo el jarrillero o portugalujo Xabi: «A ver qué tal nos sale, que lo hicimos en Algorta, el pueblo del batería, y fue un desastre». Ahí nos reímos mucho, en serio.
Y al acabar el buen concierto, Xabi salió a saludar a su amigo el panderetero down Aitor Aspuru, que no intervino en el espectáculo pero que se hizo alguna foto con cazadores de autógrafos de toda la vida, que ahora también persiguen imágenes.
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