La Niña Pastori de dulce en sus bodas de plata

Ya en Pamplona, la segunda jornada del festival Flamenco On Fire cursó plena de gitanería y tuvo como colofón a la cantante gaditana, que en noneto ondeó el agotado Baluarte. Un conciertazo que debería repetir el viernes 3 en Bilbao

Viernes, 27 de agosto 2021, 11:50

El octavo festival Flamenco On Fire se trasladó de Tudela a Pamplona, donde batirá las palmas hasta el domingo, y este jueves propuso cinco citas rebosantes de gitanería, pues todos los protagonistas son de esa sangre. A las 12, desde el Balcón del Ayuntamiento se ... dio el txupinazo flamenco con la cantaora Inés Bacán, lebrijana de 69 años, que escoltada por el tocaor Antonio Moya, económico, racial, de verdad y al grano, hizo seis cantes en 35 minutos reverberantes, seis lamentos gitanos atávicos por previos a la revolución industrial, naturalistas, genuinos, jondos y duros como el folk. Cantó abandonada, con los ojos cerrados y repanchingada a la sombra del balconcito, abriendo con una nana extraña, lisérgica, resonando étnica en el martinete, y dando un bis casi tan largo como el bolo en sí: 15 de bis y 20 de concierto. O sea estaría a gusto, aunque su timidez siempre juega en su contra.

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Lo de la timidez lo contó Inés Bacán en el bar Sabicas del casco viejo. Ahí se montó una charla con tres veteranas 'artistas', que es como se llaman ellas cuando cobran por cantar o bailar, algo de lo más común en las casas de las familias gitanas. Completaban la mesa Amparo Niño (bailaora, esposa de Pepe Habichuela, el tocaor presente en la salita, a cuya familia acusó de ser muy cerrada: «yo fumaba delante de mi padre, pero no me atrevía delante de mi suegro y de mi cuñado», Juan Habichuela) y Dolores La Agujetas, que se vino arriba y sentenció: «Siempre actúan los mismos. ¡Y con un solo cante no se puede ser artista! Yo no voy a pagar 20 euros para ver a un joven. Tienen que aprender. ¡De los viejos! Antes de gastar 20 euros en verlos me quedo en casa. ¿A qué voy a ir? ¿A criticar?».

Por la tarde, a las 8, en el jardín del Palacio Ezpeleta, cantó La Agujetas y, como se dice en los toros, mañana de expectación, tarde de decepción. Echando la culpa al aire, a que le sudaban las manos, a las fatigas y carraspeando a modo de excusa, durante 47 minutos y 9 cantes con voz quebradiza y compás sin apenas temple, a veces apagándosele la garganta, La Agujetas voló tan bajo que ni siquiera lo puedo disimular la labor imperial del tocaor Domingo Rubichi. Un desastrillo fue ese concierto, y lo mejor que le quedó fueron los fandanguitos, con un poco de pellizco, y el bis breve y de rompe y rasga, concedido cuando se había ido bastante público del jardín.

Antes, a las 7, en el patio del Palacio Condestable, dio un moderno recital el guitarrista Rycardo Moreno, otro gitano elegante con su traje y su sombrero. Ofició en una fecha sentimental para él, pues justo hacía siete años le diagnosticaron una esclerosis múltiple que le paralizó medio cuerpo, pero ya lo ha superado gracias a su esposa, presente en el patio, y a los dos hijos que vinieron, Manuel y David. En 99 minutos proyectó 5 instrumentales, usando loops (o sea grabando al instante partes de guitarra que se repiten en bucle a modo de acompañamiento), sonando jazzie, étnico y acuático (mojaron las dos primeras piezas, inéditas, por lo que se pidió al respetable que no se grabaran; fueron una rondeña y una seguiriya), siguió con dos soleás personales, y se despidió con una bulería titulada 'Sueñan en Alepo' y que gustaría a Ara Malikian.

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Rycardo recordó que había actuado en una de las primeras ediciones del festival Famenco On Fire, en una cita de flamenco jazz con Jerry González, Jorge Pardo, etc. Y La Niña Pastori también recordó que había participado en los pinitos del FOF. Y el jueves repitió en la exitosa gira de sus 25 años de trayectoria, contando a partir de la edición de su disco debut 'Entre dos aguas' (96), en el que cabía su gran éxito 'Tú me camelas', el cual no cantó en el Baluarte agotado y rebosante de predisposición ante una formación que en noneto (la lideresa, dos coristas, batería y percusión, dos guitarras flamencas...) elaboró 18 piezas (algunas dobles o en popurrí) en 113 minutos sin apenas tacha (algún arreglo cuasi barraquero colado entre sensaciones de apoteosis, y hasta guiños electrónico o, créanlo, algún fondo post rock).

Contenta por actuar ante bastantes familiares que residen en Pamplona, donde había pasado tres o cuatro días tranquilamente, La Pastori, nacida en San Fernando, Cádiz, hace 43 años, hija de una cantaora calé y un militar payo, cantó muy bien, con brillo y ayudada por algunos trucos de ecualización. Pero no quiso sonar por encima de una banda que evolucionó a un nivel incluso superior y que la acompañó como una máquina perfectamente integrada con la jefa.

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Las dos coristas la arropaban como la brisa del levante, la batería y la percusión batían como en una orquesta salsera (y a veces se sumaba a la tercera percusión su marido Chaboli, hijo del difunto Jero, el del medio de los Chichos), el grueso contrabajista se contoneaba con estilazo, dos guitarras flamencas llenaban el corpus y el piano magistral y latino de Luis Guerra), y ella, La Niña ya mujer, se manejó con soltura desde los pasajes de canción melódica al flamenco por bulerías, desde los cantes de ida y vuelta hasta el flamenquito pop de cadencia gaditana, y pasando por las versiones: la inesperada de Joaquín Sabina 'Contigo' o la de su padrino Alejandro Sanz 'Cuando nadie me ve'.

Con mucha luminosidad en escena, ante una escenografía muy televisiva con luces horizontales, en estado de dulce por sus bodas de plata de estrella, rodada gracias numerosos conciertos previos de esta gira inspirada por la cercanía de su familia, y exhibiendo solo dos modelos rojos (primero vestido liso y luego conjunto de falda pantalón), Niña Pastori tuvo numerosos momentos brillantes, como el influjo de Alejandro Sanz en 'Amor de San Juan', su aproximación al rock propiciada por su súper banda en 'La azotea', los tanguillos en popurrí (a los que llegó pasando la página de un atril con las letras, como hace Mikel Erentxun), las rumbas en popurrí, 'Cuando te beso', la épica a lo Meat Loaf cañí en 'La orilla de mi pelo', otro pelotazo como fue 'Y para qué' (vivir sin ilusiones...), o el bis triple y creciente culminado con 'Yo tengo una cosa', una pieza muy sabrosona a lo Rosariyo que puso a cantar a todo el mundo, que acabó ovacionando en pie largamente.

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Dios mediante, esperamos repetir con La Niña Pastori en Miribilla este miércoles 3 de septiembre. Firmaríamos porque ese concierto fuese solo la mitad de bueno que este del festival Flamenco On Fire.

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