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El sábado el hierático donostiarra Diego Vasallo, 50 % de los hoy en dique seco Duncan Dhu, llenó el Cotton Club de Bilbao en la presentación de su octavo disco, ‘Baladas para un autorretrato’ (Subterfuge, 16). Había bastantes músicos entre el público, por ... cierto. En quinteto delicadísimo, engrasado y sutil (cascabeles de percusión, ukelele, teclado acuoso, contrabajo, la guitarra a veces rockabilly del santanderino Fernando Macaya…), sonaron 20 canciones en 97 minutos. Acabó la primera, ‘Se me olvida’, un vals decadente y crepuscular, y por la derecha retó Óscar Esteban: «A ver si eres capaz de hacer la crítica sin citar a Tom Waits». Y estaba empezando la segunda, el rock desvencijado de funeral en una película de Jim Jarmusch, ‘Fe para no creer’, cuando por la izquierda dijo Pato: «Muy Tom Waits, ¿no?».
Vaya, con su voz susurrante y ronca de modo impostado, a la larga demasiado monocorde aunque siempre disfrutable, y con su persecución constante y retorcimiento sistemático de las metáforas de perdedor, Diego Vasallo también remite a Joaquín Sabina, pero en versión cool y auténtica, con un enfoque fronterizo y literario que no aspira a calar en el gran público (‘Que todo se pare’). A menudo la inspiración lírica es similar en ambas plumas (‘Mapas en el hielo’ y versos tipo «tengo miedo de tener miedo», un ‘Los días buenos’ recuperado de Duncan Dhu donde avisa «que los placeres furtivos los van a legalizar / lo dijo un ángel caído al que acababan de echar por seducir a una bruja»), y Diego es capaz de trasladar a Sabina al dream pop (‘Perlas falsas’, la de «acuérdate de mí cuando me olvides y abrázame otra vez cuando me odies»)
Además de los maestros citados, en la velada borbotearon muchos detalles y destellos: blues de Nueva Orleans, swing susurrante, góspel minimal y ululante al gusto de Tarantino (‘Así’), el rockin’ de Chris Isaak (‘La vida mata’, y sus versos: «Los golpes duelen / la vida mata / el tiempo dura / los días pasan», donde también habla de «canciones de cuna para adultos»; luego el swing ‘Gardel’ con la frase «y un carnaval de fantasmas en el congelador y agujeros negros en su palabra de honor», un carnaval que no molestaba afuera), Bob Dylan (las tres veces que sopló la armónica Lee Oskar, la primera en ‘Canciones que no hablan de amor’, la que arranca contando «Leonard Cohen en un viejo hotel de Gran Vía 42 una orquesta sin swing arruinó una fiesta a la que no fui»), el gótico americano con el banjo en plan 16 Horsepower (‘Cada vez’), el rollo buhonero, zíngaro (‘La vida te lleva por caminos raros’, de 2005, que en 2007 versionó Quique González en su álbum ‘Avería y redención’), lo fronterizo una vez más (‘Juegos de Amor’, que en 1992 hizo con su proyecto sintético Cabaret Pop, y que después a su nombre rebautizó ‘Donde cruza la frontera’… y que cantó en 2006 a dúo con Quique González), o la despedida country soul (la balada de la derrota ‘Vuelve un poco de lo que perdí’, la de «nunca tuve más que lo que perdí»), todo premiado con silbidos, aplausos humeantes, gritos y piropos esporádicos como «preciosa, Diego» (una chica lo chilló) o «vaya crack» (un tío lo sentenció), elogios sinceros que hicieron sonreír al generalmente impertérrito donostiarra, quien ofició hecho un pincel, un dandi con su terno entallado y oscuro.
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