La música como tabla de salvación
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Músicos de esta ONG activa en Uganda, Liberia y Ruanda, tocan este jueves y viernes con la Sinfónica de Bilbao 'Kisoboka' (Todo es posible), una obra dedicada a ellos«En mi país no puedes esperar que tus padres te ayuden. Cada uno tiene bastante con lo suyo. La esperanza es una conquista, nadie te la regala. Sobre todo si eres mujer y naces en un entorno desfavorecido», reflexionaba este martes Sumayya Nabakooza, después ... del ensayo con la Bilbao Orkestra Sinfonikoa (BOS). Con la tuba a sus espaldas y muy emocionada, la joven ugandesa daba la impresión de llegar de un viaje larguísimo. Respiraba profundamente y abría los ojos de par en par. Los 25 minutos que dura la pieza 'Kisoboka' (Todo es posible), de Alan Fernie y Guy Baker, tienen un significado de mucho calado para ella. «Esta música nos retrata. Cuenta lo que ha sido y es nuestra vida en la ciudad de Kampala. ¡No se puede imaginar lo orgullosos que nos sentimos!».
A su lado, la escuchaban como en misa sus compañeros de Brass for Africa, una ONG con sede en Inglaterra y radio de acción en Uganda, Liberia y Ruanda. Tienen entre 23 y 27 años, mucho ritmo y «la felicidad de sentirnos vivos y hacer algo que nos apasiona», recalcaban los cornetas Tonny Mwolese y Confidence Mugisha, al tiempo que el trompeta tenor Allan Mukama, el trombón Mouris Sekiranda y el percusionista Ivan Kibuuka movían ligeramente la cabeza en señal de asentimiento. Son seis músicos en perfecta sincronía cuando hay emoción y verdad a flor de piel. Algo que demostrarán este jueves y este viernes en los conciertos que ofrecerán en el Euskalduna como solistas de la temporada de la BOS. El programa se completa con la 'Obertura americana', de Prokófiev, y la Sinfonía nº 3 de Copland. Una combinación expresamente concebida por Erik Nielsen, director titular de la BOS, que en el primer ensayo con los músicos de Brass for Africa, no podía evitar menear los hombros más de lo habitual.
En los cinco movimientos de 'Kisoboka', no solo hay margen para la alegría y baile, sino también para la desolación. En los breves monólogos que recitan Sumayya y Confidence, se alude a las condiciones de vida que sufren muchos niños de Kampala. La pobreza, los abusos y la marginación son atroces. En ese contexto, con el dolor como tónica dominante, echó raíces en 2009 el proyecto de Brass for Africa.
La semilla cayó del cielo casi literalmente. El piloto inglés Jim Trott, que en aquella época trabajaba para las petroleras de Nigeria y el Mar del Norte, se salió un día del guion y la ruta para hacer llegar 30 instrumentos de metal a un orfanato de Uganda. A los niños y niñas les cambió la vida. Y lo mismo le sucedió a Trott. En la actualidad, aunque siga volando, se encuentra al frente de una ONG que cuenta con 25 profesores, todos ugandeses, y más de 2.000 alumnos.
«Yo tuve oportunidad de estudiar allí música gratis y aquello me salvó la vida. Ahora que doy clases, cada vez que veo a mis alumnos, pienso en que también pueden conseguirlo. Si trabajan duro, si se centran, tienen en sus manos la posibilidad de lograrlo. Hagan lo que hagan, deben volcarse y confiar en ellos mismos», reflexionaba en voz baja Mouris Sekiranda, acariciando con la mirada el trombón que reposaba en su estuche.
La música es una fuente de disciplina y un medio de expresión, que les permite sacar todo lo que llevan dentro. Que es mucho y contagioso. Teresa Valente, chelista de la BOS, salía ayer del ensayo con los ojos brillantes y «muy agradecida» por la experiencia de haber compartido escenario con los intérpretes de Brass for Africa. Hay en ellos mucho brío y una serenidad muy especial. La de quienes no se limitan a sobrevivir, sino que sueñan «porque han encontrado una razón para superarse a sí mismos», en palabras de Lizzie Burrowes, directora de educación musical de Brass for Africa, que les está acompañando en la minigira por España.
En las últimas semanas han estado en Valladolid y Murcia, porque 'Kisoboka' es un encargo de la Sinfónica de Castilla y León, en colaboración con la BOS y la Sinfónica de la Región de Murcia. «Estas iniciativas les hacen mucho bien pero, como siempre sucede con la música, hay un intercambio de energía. La música es un motor de transformación mutua. Merece la pena verlos en acción», admitía Burrowes. El corneta Confidence sonríe con timidez, se encoge de hombros y no duda en confesar lo que más le fascina de Euskadi: «¡El mar!».
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