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ISABEL URRUTIA
BILBAO
Sábado, 6 de octubre 2018
Muy limitada físicamente, agarrada a una muleta y al brazo de su hija, salió a escena el 13 de enero de 2015 con gesto dolorido. Fue la última vez que Montserrat Caballé actuó en Bilbao y el recital en el Teatro Arriaga acabó siendo ... uno de sus últimos recitales. La propia soprano catalana había elegido el escenario bilbaíno para iniciar una gira europea que terminó en Elche por sus graves problemas de salud.
El ictus que sufrió a finales de 2012 no le dejó secuelas neurológicas, pero los huesos todavía se le resentían. Tenía 81 años y cada paso «cortito y dubitativo» era un triunfo. En el patio de butacas del Teatro Arriaga de Bilbao, el público contuvo el aliento y esperó que se obrara el milagro. Que cantara como antes, cuando los periódicos titulaban «Callas+Tebaldi=Caballé» y hasta los tramoyistas temblaban de miedo si ella 'La Soberbia', como la llamaban se levantaba de mal humor dispuesta a no dejar títere con cabeza. Buena era Montserrat Caballé, una profesional extremadamente rigurosa y dura, sobre todo consigo misma.
Nada podía con ella. Ni las insuficiencias coronarias, ni las operaciones de matriz, rótula, hígado... La soprano española más legendaria del siglo XX «que espabiló en Suiza y Alemania» saltaba en sus años de gloria de teatro en teatro, de hotel en hotel, con una disciplina prusiana que ni el mítico director Karajan, que hacía llorar a más de un cantante, podía superar. «Siempre he sido una currante, nada más», confesaba la diva catalana a EL CORREO, en mitad de los preparativos del recital, el primero de una gira que la llevó por otros auditorios de Europa. Así las cosas, no quería dar la espantada en Bilbao «tras las cancelaciones de 2012 y 2013» al sentir que tenía un doble compromiso: «Con el Arriaga y Emilio Sagi, su director artístico, que es amigo mío».
A esa doble razón, precisamente apeló los días previos al concierto, al término de una actuación que dejó sobrecogido al respetable. Imposible negarlo. Se hacía un nudo en la garganta al verla pasar las páginas de las partituras «ella, que gozaba de una memoria prodigiosa» al tiempo que buscaba el equilibrio apoyada en la muleta, en un esfuerzo titánico por lanzar un chorro de voz que no salía, que no obedecía como antes. Ni su hija, la también soprano Montserrat Martí, ni el tenor Jordi Galán podían mitigar con sus intervenciones la sensación de desamparo y fragilidad que transmitía 'La Soberbia'.
Solo cuando tomaba asiento junto al piano, con la mirada perdida, parecía recomponerse. Y sí, al final se obró fugazmente un milagro con 'La Tarántula', de la zarzuela 'La Tempranica', una gracieta que le permitió desmelenarse, liberarse de la muleta y soltar esas risitas tan suyas. La salva de aplausos fue atronadora, como un desahogo de los fans, que se morían de ganas de jalear a la diva y borrar de su memoria lo que estaban viendo. Un suplicio impropio de una profesional que tuvo el mundo a sus pies.
Pero lo mejor estaba por llegar, cuando pidió la palabra y dio una lección de humildad y dignidad profesional. «Antes de irme, quiero darles las gracias por soportar este rollo. Ya ven que he venido muy jodida... Tengo problemas de movilidad y la voz, ay, ay, no sé si volverá... Para mí es una alegría volver a Bilbao después de 15 años. Muchas gracias. No creo que nos volvamos a ver. Adiós, adiós...», dijo con tono claro y firme, camino de la bambalinas, apretando la mano de su hija, con los ojos llenos de lágrimas.
Al segundo, como un sincronizado batallón, cerca de 1.200 personas se pusieron en pie para rendirle tributo porque, no, la Caballé no había cambiado. Luchadora hasta el final, sin pelos en la lengua. «Seguiré cantando hasta que no pueda más. Es mi manera de sentirme viva».
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