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Asier Vallejo Ugarte
Domingo, 5 de mayo 2019, 00:39
Nada se sabía del programa, más que la presencia de Ennio Morricone y la promesa de algunas de sus bandas sonoras más conocidas, ingredientes más que sobrados para que el público reunido anoche en el BEC ofreciese una entrada realmente espléndida. Tratándose de uno ... de los conciertos con los que despide su carrera, daba auténtico vértigo pensar que esta se inició en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, reemplazando a su padre como trompista. Más tarde llegaron los 'night clubs' romanos, los estudios de grabación y, al fin, las clases de composición, que lo llevaron a vivir el ambiente de las vanguardias y a escribir música en lenguajes y técnicas de la Neue Musik.
Era el camino que se esperaba de cualquier compositor joven de talento, pero Morricone fue encontrando el suyo donde menos lo esperaba –«Me tocó ser arreglista en el mundo de la canción y compositor en el cine, actividades, ambas, muy alejadas de las que había pensado para mi futuro»–, llevándose el mundo del cine su vena experimental acompañada de una soberbia técnica de composición y un profundo conocimiento de la música del pasado y del presente.
Ese Morricone fuerte y poderoso, seguro de sí mismo y de su propia música, capaz de «simplificar sin ser simplista» (Sergio Miceli) y de aportar novedad y descubrimiento en sus bandas sonoras, admirado y respetado por varias generaciones en todo el mundo, fue recibido con el público en pie después de que subieran al escenario, entre focos, grandes altavoces y dos pantallas gigantes, un coro (de nombre Talía) y una orquesta (Roma Sinfonietta) amplios a su medida.
Se sentó frente a los músicos y comenzó el concierto con un plato tan fuerte como 'Los intocables de Eliot Ness', aunque toda la primera parte, incluidos los ecos de la tradición italiana y las enseñanzas de su maestro Petrassi en el 'Ostinato Ricercare per un Immagine', no fue más que un paseo hacia uno de los esperados clásicos: 'El bueno, el feo y el malo', que se escuchó sin los aullidos del coyote o su famoso arpegio de quintas a cargo de la guitarra eléctrica, pero con el impacto de 'El éxtasis del oro' brindado por la furia de una orquesta amplificada (como durante toda la noche) casi hasta el extremo.
Es sabido que Morricone es el compositor favorito de Tarantino, y aún lo sería más después de componer la extraordinaria (y oscarizada) banda sonora de 'Los odiosos ocho', con la que se inició la segunda parte. En el bloque de cine social hubo miradas lejanas al minimalismo, el futurismo y la música étnica, con la voz de Dulce Pontes luciendo toda su fuerza en páginas de 'La luz prodigiosa', 'Sacco e Vanzetti' y 'Sostiene Pereira'.
Parecía que todo iba a terminar con 'La misión', pero Morricone sabe dar al público lo que este espera de él, y prolongó el concierto hasta el filo de las once con 'Cinema Paradiso', una versión aún más vibrante de 'El éxtasis del oro' y, finalmente, una nueva vuelta a 'La luz prodigiosa' y su 'Nana del caballo', unido a Lorca como la música se une a la poesía: la mejor despedida posible.
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