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Error de concepto y resultado fallido en la segunda de las ocho citas de los 27º Viernes Flamencos del Teatro Barakaldo, que alcanzó el cuarto de entrada. Se estrenaba en Euskadi la coreografía 'Origen', de la Compañía Marco Vargas & Chloé Brûlé, y sus 88 minutos ... sobre la escena, desde el arranque teatral y lorquiano hasta el brindis final propio del cine dogma danés, cursaron dilatados y morosos, sin ideas, sin alardes, sin recursos incluso (hubo tres cantes, todos enlatados).
¿Por qué? Teoricemos: damos por supuesto la canadiense Chloé Brûlé y el gitano sevillano Marco Vargas saben bailar muy bien, podrían hacerlo bonito, pero han llegado a la conclusión de que para repetir lo de siempre mejor investigan, desmontan, deconstruyen el baile flamenco y tratan de mutarlo en danza contemporánea (la prueba de esto: algún baile por el suelo), y ahí estuvo el fallo: su coreografía 'Origen' no pasó del andamiaje hueco, del mensaje mal transmitido e incluso pedante. Según el programa oficial es «un espectáculo de danza flamenca contemporánea que nos propone disfrutar de las cosas sencillas, homenajea la vida rural y realza su poética cultural», y ahí cristalizó el error conceptual, porque poco flamenco hay, ni en el baile ni en el toque (hasta blues aportó Raúl Cantizano).
El plantel era séptuple (dos tocaores, cinco bailarines -más que bailaores-, y ningún cantaor) y, pensando que las escuetas fotografías promocionales no hacían justicia a lo que se podría ver, acudimos con las expectativas altas. Y no hubo nada en 88 minutos. Vale, casi nada: el baile final, breve y genuino del octogenario Manolo Marín (lo más aplaudido, y no porque lo atacase un señor benemérito y chiquito, sino porque fue lo más jondo, y la gente prefiere lo de siempre, lo clásico, lo que no se puede mejorar), y las falsetas del guitarrista Raúl Cantizano (suele ir con El Niño de Elche) en el baile central de la pareja más que protagonista colíder, baile donde entre otros ingredientes cupieron el zapateado y alguna carrera en corto que nos hizo pensar en Kukai.
Técnica no les falta ni a Vargas, ni a Brûlé, ni a sus dos subalternas, pero nos preguntamos: ¿para que deconstruir lo ya bonito y afianzado? ¿Para no repetirse hasta el infinito y pecar de purismo y atascarse en el tópico del tablao turístico? Vale, se entiende, pero el camino no es el de estirar sin gracia los números, las viñetas: en la primera escena, la de las espigas, lorquiana y litúrgica, de tan estática no hubo nada, ni un movimiento de baile; en la segunda, tras esa mesa alargada y molesta en medio del escenario, una mesa alargada no saben cuánto que fue un estorbo, una mesa primero funeraria, luego colorista y mercantil, al final de mantel blanco doméstico y solemne, apoyados en esa mesa transgresora batida con nudillos se movieron, más que bailaron, de modo robótico, físico, mímico, no break dance porque resultaron incluso grotescos.
Luego no llegaron a ninguna parte los movimientos de las tres bailarinas sobre la mesa, con menos arte que teatralidad. Y el número derivado de éste, con Carmen Muñoz muerta y resucitada, danzando entre Kukai y un juguete roto de 'Blade Runner', pareció un esbozo contemporáneo (y en él intervino como actor figurante el otro guitarrista, Miguel Vargas). Y otro número que no se remató en absoluto fue el protagonizado por la afro-londinense Yinka Esi Graves (de padre jamaicano y madre ghanesa), poco flamenco y que no pasó del contoneo sugerido y no culminado, como casi todo en este 'Origen'.
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